Dragones, zombis, sangre, sexo… y algo más

 

Andrés Treviño

Andrés Treviño

Hace poco tiempo escuché a un miembro de la élite académico cultural mexicana afirmar que “los éxitos comerciales de moda como Juego de tronos” no eran verdadera literatura. Más allá de la pedantería, me pareció aberrante el planteamiento reduccionista de que los libros comerciales carecen de valor literario, mientras que la “verdadera literatura” no es comercial.

Cierto que la mayor parte de la buena literatura no es comercial, y cierto también que muchísima literatura comercial, es pésima. Pero desde sus inicios en el siglo XVII, el género de la novela ha tenido su veta comercial y muchos de los que hoy consideramos clásicos fueron altamente rentables en su momento.

Apenas el año pasado releí un best-seller de uno de los autores más comerciales de todos los tiempos: El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Debo decir que en la relectura me sorprendió el abuso de un sentimentalismo que no me había molestado la primera vez, no obstante lo cual, Montecristo se yergue como la gran historia de venganza de la literatura universal. Ese sentimentalismo corresponde al estilo comercial de la época, una primera capa superficial de la obra, que tiene el objetivo utilitario de complacer al lector más pedestre para vender. El valor de la obra está en las capas más profundas: la trama es intrincada y no deja cabos sueltos, y los personajes son profundos, complejos y congruentes consigo mismos. 

Juego de tronos (Game of Thrones) es el título del primer tomo de la saga literaria Canción de hielo y fuego (Song of Ice and Fire) del autor norteamericano George R. R. Martin, y también es el título que los productores de HBO escogieron para la serie de televisión.

La inmensa mayoría del público conoce la serie de HBO, sólo una minoría ha leído los descomunales libros de Martin (cada uno de mil páginas en promedio), y muchos de los que los leyeron abandonaron la serie después de la segunda temporada, enojados y decepcionados por la falta de fidelidad a la saga. 

Los cinco tomos de Canción de hielo y fuego escritos hasta ahorita, sin duda están plagados de elementos sumamente atractivos desde el punto de vista del marketing contemporáneo; al sexo y la sangre que se han vuelto lugar común en la televisión actual, hay que añadir la fantasía: dragones, lobos, muertos vivientes, magia y espadazos. Esta es la capa superficial al alcance del gran público que seguramente sedujo a los ejecutivos de HBO, que decidieron invertir 60 millones de dólares para la primera temporada, 15% más para la segunda, y así sucesivamente.

No obstante, como literatura Canción de hielo y fuego es más que sólo lo comercial; pero esto no se está viendo reflejado en la pantalla chica y hay varias razones para ello.

Tal vez la primera sea que George R. R. Martin rompe con el “paradigma hollywoodense” bajo el cual hemos sido educados: mata al héroe romántico (un ser honesto, de principios y bien constituido) con el que ya se había identificado el público, y permite que los personajes secundarios vayan tomando la estafeta protagónica en una angustiosa carrera de relevos, un juego multitudinario mucho más acorde con la realidad contemporánea, donde se diluye la certeza de que al final “los buenos van a ganar”.

Martin va más allá todavía y le pasa la estafeta protagónica a los freaks (permítaseme el anglicismo, pues engloba bajo un mismo concepto toda la pléyade de seres marginales, deformes y/o lisiados, que pueblan la historia: un enano, un niño paralítico, una mujer-caballero, un gordo cobarde, muchos huérfanos, eunucos, prostitutas y demás). La fórmula literaria es simple y efectiva: los freaks sobreviven; los sanos, bellos, nobles y completos, mueren, o se van convirtiendo en freaks a su vez, y entonces crecen como personajes, dejan de ser estereotipos, se hacen complejos, adquieren profundidad y justo ahí es donde la obra literaria adquiere su valor. 

Lo anterior implica que en cada capítulo surjan nuevos personajes y la historia se vaya expandiendo exponencialmente. Todo tiene que converger en algún punto que sólo el autor conoce (ojalá); pero la historia se ha diversificado tanto ya, y el destino de los protagonistas es tan incierto, que cada vez es más difícil adivinar hacia dónde va. 

Es práctica común que los guionistas recorten subtramas de los libros y eliminen personajes secundarios. Esto permite, por un lado, centrarse en el argumento medular; y por otro, ahorrar recursos, pues detrás de cada imagen hay miles de dólares de producción.

Pero en el 99% de los casos los guionistas adaptan libros terminados, es decir, conocen el desenlace y saben qué personajes son imprescindibles. En este caso, George R. R. Martin no ha terminado de escribir Canción de hielo y fuego y la producción de Juego de tronos ya lo alcanzó. Se supone que sólo faltan dos libros y que el siguiente, que le ha tomado cinco años escribir, sale por fin el año que entra.

La aparente disyuntiva de HBO es: o se apegan a los libros, esperan al autor, e invierten a ciegas millones de dólares en personajes que nadie sabe si pueden llegar a ser importantes para el gran final; o se independizan y hacen su propia historia y, eventualmente, su propio final.

Estamos hablando de negocios, obviamente esta última opción es el criterio imperante. El dinero demanda su “zona de seguridad” y el “paradigma hollywoodense” gana terreno mientras la historia se aleja de la lógica del autor. Antes de que salga el sexto libro, la sexta temporada ya se está rodando y HBO se justifica con el argumento de que la serie no es una copia fiel, sino que está “basada” en la saga (argumento tramposo pues toda adaptación es, necesariamente, una interpretación del original).

El curioso resultado es que Canción de hielo y fuego y Juego de tronos se han convertido en obras “siamesas”, dos organismos que comparten de un tronco común mientras sus cabezas crecen cada una por su lado, cada vez más irreconciliables.

Juego de tronos se queda en la superficie, colgada del gancho comercial: los dragones, los zombis, el sexo y la sangre, que a falta de personajes complejos, se vuelve violencia gratuita.

Canción de hielo y fuego (a menos que George R.R. Martin se doblegue ante HBO y tuerza los libros que le faltan para hacerlos coincidir con el desenlace de la serie, que llegará mucho antes de que él termine el séptimo y supuesto último libro), es una saga poblada de personajes tan desgarrados como entrañables, que se zambulle sin pudor en las pasiones humanas y con una trama extraordinariamente intrincada que no termina de sorprender al lector.