Es una película, es un cómic… es una obra de teatro

 

Guillermo Revilla

Guillermo Revilla

Entre los años 40 y 50 del siglo pasado tuvo su apogeo en Estados Unidos el llamado cine negro o film noir. El halcón maltés (1941), dirigida por John Houston y protagonizada por Humphrey Bogart y Mary Astor, es considerada la primera película de este género, que tiene como elementos distintivos escenarios nocturnos y sombríos, crímenes, tramas detectivescas, y protagonistas que devienen antihéroes. El cartero siempre llama dos veces (1946), La dama de Shangai (1947) y Extraños en un tren (1951) son algunos filmes pertenecientes a esta corriente. 

La resolución de un crimen violento y oscuro, más la naturaleza atormentada de sus personajes, así como la presencia de una hermosa, atractiva y peligrosa femme fatal, ejercen una fascinación sobre el espectador que ha contribuido al éxito de este género y a su supervivencia más allá de su época dorada. Películas como L.A. Confidential (1997), aclamada por la crítica y el público, así lo demuestran. Sin embargo, es en 2005 que el género se ve revitalizado con la aparición de Sin City. Esta adaptación de los cómics de Frank Miller, codirigida por él mismo junto a Robert Rodríguez, maravilló en su momento por la simbiosis del cine con la estética del cómic.  

Este 2015, el cine negro y la estética del cómic llegan a México, pero no a una sala de cine, sino al escenario de un teatro: en el Foro Cultural Chapultepec de la Ciudad México se presenta La Dalia Negra, producción de Jorge y Pedro Ortiz de Pinedo que retoma la historia real de Elizabeth Short, una joven norteamericana brutalmente asesinada en Los Ángeles, California, en 1947 (en pleno auge del cine negro), y cuyo caso, hasta hoy sin resolver, ha sido revisitado en múltiples ocasiones por escritores y cineastas, por ejemplo, en la novela La Dalia Negra (1987) de James Ellroy (también autor de la ya mecionada L.A. Confidential), así como  en su respectiva adaptación cinematográfica, dirigida por Brian de Palma en el 2006.  

Para la puesta en escena en México, a partir de un texto original de John Richman, Óscar Ortiz de Pinedo hace una traducción y versión libre que, desafortunadamente, no dota a los personajes de la complejidad de aquellos del cine negro: ni vemos al antihéroe atormentado, ni a una femme realmente fatal, sino a personajes planos que se limitan a funcionar como guías a través del intrincado e interesante laberinto de la vida de Short. 

Sin embargo, esto no desmerece en absoluto el innovador, atractivo y muy bien ejecutado dispositivo escénico que contiene, literalmente, a  la obra:Toda la acción se desarrolla detrás de una pantalla traslúcida sobre la que se proyectan animaciones en 2D y 3D que, por un lado, sirven para ubicar la acción y crear una “escenografía virtual”, ya sea en el baldío donde se encuentra el cuerpo de Elizabeth, en un salón de belleza, en la morgue, o incluso en un auto en movimiento, y por otro, dan apoyo visual a ciertas escenas, como el monólogo inicial del detective Murphy (interpretado por el primer actor Fernando Luján), o la autopsia de Short. Estas animaciones están hechas con la estética del cómic, para ser más específicos, son una clara cita al estilo visual de la ya mencionada Sin City. Incluso, la proyección divide la pantalla en viñetas: mientras vemos ilustración en unas, vemos a los actores en otra, logrando la simbiosis entre cine, cómic y teatro.

Este tratamiento espacial  representa para los actores un reto particular: estar trabajando con una escenografía virtual, y con una iluminación de ángulos cerrados y laterales que demanda estar detrás de la pantalla, obliga a que sus movimientos en el espacio deban ser milimétricamente precisos. Además, para acompañar la propuesta visual del espectáculo, el tono de la actuación es corporal y vocalmente estilizado, para concordar con la estética no realista del cómic.

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La Dalia Negra, apodo que recibió de la prensa Elizabeth Short tras su muerte, tenía el sueño de convertirse en una estrella de cine. Las características de su asesinato, grotescas y de una alta estilización (el asesino la desangró, la mutiló quirúrgicamente, jugó al gato y al ratón con la policía, etcétera) resultaron en un crimen muy ad hoc con la espectacularidad  de Hollywood, convirtiendo a Elizabeth, tras su muerte, en la celebridad que deseó ser en vida. Como podemos ver, resulta muy pertinente la idea de presentar su historia como lo hacen en esta puesta en escena: cinematográficamente. 

Además, tal vez involuntariamente, el asesinato sin resolver de una persona, que al ser premeditadamente sanguinario y brutal denota una voluntad de espectacularidad, tiene cierta resonancia con la realidad que vive nuestro país.

La última función de La Dalia Negra está prevista para el 15 de noviembre de este 2015. Sin embargo, existe la intención, hasta ahora no oficial, de extender la temporada. Ojalá que sucediera. En el contexto del teatro comercial mexicano, que a veces ofrece espectáculos que no valen lo que cuestan, y que encima deforman el gusto del público o lo alejan de los recintos teatrales, producciones con este nivel de calidad debieran estar mucho tiempo en los escenarios.