Ayotzinapa. No quedó miedo, prosperó el valor y la unión

Mónica P. Magaña Mendoza Mónica P. Magaña Mendoza

Ayotzinapa, la tragedia de México donde una vez más los jóvenes fueron víctimas, es un golpe para toda la sociedad pero sobre todo para la juventud que se ve orillada a enfrentar un país con numerosos obstáculos y escasas oportunidades.

Ser joven es un reto, no un signo de esperanza. Protestar, proponer iniciativas contundentes o exigir justicia, aún en el 2014 pueden costar la vida, frente a la ridícula paradoja de vivir en un país que forma parte de 171 tratados en materia de Derechos Humanos.

El gobierno pretende que se pierda la esperanza del progreso, del cambio, de la justicia. Este sistema nos quiere absorber y aniquilar nuestra resistencia, por ello, lamentablemente muchos jóvenes pobres encuentran mayor visualización como sicarios que como universitarios.

México, a pesar de ser un país de jóvenes, ha tenido una deuda histórica con ellos. La mitad de la población tiene 26 años o menos, y en lugar de ser vistos como un motor para el progreso de la nación y el desarrollo tan anhelado, resultan ser un segmento devaluado y subestimado, orillado a un progreso limitado.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) del 2010, únicamente el 23.1% de los jóvenes contaba con educación superior, el 1.2% con maestría y solamente el 0.1% con doctorado ¿Por qué? Porque el 95% de lo que debería destinarse en educación se va a las cañerías de la corrupción. Entonces, ¿México qué quiere? ¿Una población educada o una población de mano de obra barata, manipulable y reprimida? La desaparición de los jóvenes responde la pregunta.

Fueron torturados y desaparecidos 43 estudiantes de escasos recursos y de origen indígena, quienes se sublevaron ante la deplorable educación que el gobierno proporciona, aunado a que la reforma educativa disminuirá los subsidios a las escuelas normalistas, lo que provocará la deserción escolar de muchos estudiantes.
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El “error” fue identificar la injusticia e irresponsabilidad del Estado y protestar; así como estar dispuestos a terminar con el secreto a voces sobre el control del narcotráfico en el gobierno; y exhibir al “narcoestado” en Guerrero. Sin que olvidemos cuestionar: ¿cuál es el contexto de este estado? Guerrero es una entidad con los mayores índices de pobreza, inseguridad y narcotráfico. Simplemente, La Montaña de Guerrero es la región más pobre del país, y la tercera en Latinoamérica.

La deficiencia de los gobiernos y la desinformación de la población generan pobreza y aumentan la brecha social en el país, lo que propicia las condiciones para crear conflictos como el de Ayotzinapa, así como el de Durango donde se encontraron más de 300 cadáveres o las 500 personas disueltas en ácido en Coahulia.

Estas circunstancias son las que forman guerrilleros, o sicarios de 16 años, porque frente a la ausencia del buen gobierno, los jóvenes se vuelven presa fácil del narcotráfico, que los utiliza como carne de cañón, pues a los pocos días aparecen muertos o encarcelados. ¿Cuáles han sido las consecuencias de esta realidad en el país? En el periodo de 2000 a 2014, el porcentaje de población joven disminuyó 3%, porque alrededor de 250 jóvenes por día decidieron migrar.

Así surge la indignación y el hartazgo, en medio de un país en profunda crisis social, económica y política, que cuenta con un gobierno sin vergüenza y responde con un discurso ajeno a nuestra realidad, donde los medios de comunicación están comprados y manipulados, y nos atiborran de mensajes llenos de simulación y demagogia.

Por ejemplo, se gastan 60 millones de pesos en transmitir mensajes para afirmar que se está “transformando a México”, pues creen que la inseguridad sólo es “cuestión de percepción”. El gobierno se jacta de haber promulgado reformas estructurales “para la transformación del país”, mientras que en la calle es evidente cómo aumenta la brecha entre pobres y ricos. Ahora la clase media está condenada a ser parte de “los nuevos pobres”.

Vivimos en un México, donde la policía y el crimen organizado parecen ser uno mismo. Ya no le creemos ni una palabra al gobierno, que lamenta esta tragedia sólo de dientes para fuera; pero si no exigimos justicia, como siempre, todo quedará impune. Este 26 de septiembre desaparecieron a 43 jóvenes, creyendo que eso los silenciaría para siempre, jamás imaginaron que vincularía a todo México y gran parte de la comunidad internacional. Los gritos de justicia se escuchan en todo el mundo, pero en México deben retumbar; porque 31.4 millones de jóvenes y el resto de la población deben ser suficientes para cambiar esta realidad impuesta.

Este movimiento no debe dar un paso atrás, después de este acontecimiento extremadamente grave y anacrónico, nada debe seguir igual. ¿Qué les queda a los jóvenes, a los mexicanos? Trabajar, incidir, perseverar por esta nación que a pesar de tenerlo todo, sigue sin avanzar. Los jóvenes deben involucrarse en la política y tomar el lugar de todo aquel que se haga llamar político, pero que esté usurpando al país.

Las transformaciones del sistema en México siempre las ha originado una generación joven y rebelde frente a las injusticias. ¡Urge esa generación, éste es el turno de la actual juventud! Ayotzinapa no sembró miedo, por el contrario, fortaleció el valor y coraje en los jóvenes.