De dragones y dinosaurios

Luis Gutiérrez Rodríguez

Luis Gutiérrez Rodríguez

Hace poco más de 30 años, la noche del domingo 4 al lunes 5 de septiembre de 1983, el Partido Revolucionario Institucional montó en Baja California una ingeniosa estrategia fraudulenta (variante de otras exitosas), para asegurar el triunfo de sus candidatos a alcaldes, diputados estatales y gobernador.

El plan, concebido y diseñado cuidadosamente un mes antes, fue llamado “Operación Dragón”, a tono con la fuerte presencia migratoria de chinos en Mexicali, cuyo edificio “Bertha” (a dos calles de la sede del PAN), fue el cuartel general de un connotado experto en esos menesteres: Humberto Romero Cándano. Bajo sus órdenes, cerca de 200 priístas bien adiestrados trabajaron desde que cerró la última casilla, la tarde del domingo, hasta las primeras horas del día siguiente.

Las claves funcionaron: “Gran Dragón”, el responsable del dispositivo; “dragones”, los responsables de municipios y distritos; “pagodas”, casas donde se guardó toda la paquetería electoral; “hojas de té”, boletas electorales; “cafeteras” o “teteras”, las urnas; “aplicar tinta china”, borrar, hacer desaparecer, eliminar, provocar la anulación. El “Gran Dragón” reportaba a la Ciudad de México para mantener informado al “Gran Mandarín”: Adolfo Lugo Verduzco.

Del “Bertha” salían las órdenes: “adelante con las cafeteras”, “cuidado con las hojas de té”, “apliquen tinta china en la pagoda fulana…”. Los panistas, identificados como “los azules”, descubrieron la maniobra e inclusive trataron de contraatacar con las mismas mañas, pero fue demasiado tarde.

El PRI arrasó. Ganó la gubernatura del estado, Mexicali y dos alcaldías más; el Partido Socialista de los Trabajadores triunfó en la cuarta; el PAN fue borrado del mapa electoral.

Así se acostumbraba entonces. Así se acostumbra ahora. Por eso el jaloneo, las fintas, los apretones, la desconfianza entre PRI y PAN con la reforma política de 2013. Ya se conocen. Forcejean por el reparto del botín. El dragón de Baja California en 1983 fue tan solo una espeluznante aparición del dinosaurio de Augusto Monterroso. Sigue ahí.