El legado de la Segunda Guerra Mundial

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira

Hace 76 años, el primero de septiembre de 1939, comenzó la Segunda Guerra Mundial, conflicto que llevó a las naciones al límite de sus capacidades financieras, humanas y militares. Sin lugar a dudas el mayor enfrentamiento militar de gran intensidad que acercó a la humanidad a su autodestrucción.

Esta guerra es la única que puede ser calificada como “mundial”, ya que la Gran Guerra (1914-1919) fue en realidad un conflicto intercontinental al que se sumó Estados Unidos. En la confrontación bélica de 1939 a 1945, se vieron involucrados alrededor de 175 países, entre ellos las fuerzas aliadas, los países del Eje, los países neutrales y muchos más a los que de una manera u otra alcanzó la violencia y sus víctimas.

La Segunda Guerra fue una disputa “global” que implicó encuentros bélicos en prácticamente todos los continentes, incluso aquellas naciones alejadas de los principales escenarios militares participaron de alguna forma en la lucha. Fue una guerra que se peleó de polo a polo en todos los climas, desde el polar y la tundra hasta el desierto y la selva; de norte a sur, desde el Mar Ártico hasta el Océano Índico. Una lucha de extremos militares y climáticos que en casos como Stalingrado, Berlín, Okinawa e Iwo Jima fue disputada por metro cuadrado, esquina por esquina, casa por casa, colina por colina.

La Segunda Guerra fue el corolario de todos los conflictos anteriores. Un último ajuste de cuentas entre las potencias, de antiguos revanchismos políticos, de alianzas y contraalianzas históricas y bloques emergentes. Particularmente en el caso europeo, existían bloques parcialmente definidos en los que de un lado estaba Alemania, país que albergó la mayoría de las guerras intereuropeas y principal responsable de la última Gran Guerra, representante de una Europa militarizada, de espíritu nacionalista supremacista. Del otro lado estaban Gran Bretaña y Francia, principales colonizadores del mundo, cuya fuerza a mitad del siglo XX era más un membrete soportado por las victorias de otros siglos, con un desgaste económico que se evidenció en el terreno político y diplomático antes y durante el conflicto.  

También estaban las potencias emergentes Estados Unidos y Japón. Divididos por un océano, compartían un mismo destino: su enfrentamiento por dominar el Pacífico era cuestión de tiempo. Desde el siglo XIX, Japón sentó las bases de su proyecto de dominación de Asia con las reformas Meiji, que pretendían sacar al imperio del letargo feudal para alcanzar una etapa de modernización. Por su parte Estados Unidos, buscaba consolidarse como una potencia trasnacional; desde 1919 había sustituido a Gran Bretaña como el principal acreedor mundial y representante del mundo capitalista. En síntesis,  el gran tablero de ajedrez estaba puesto para que cualquier jugador realizara el primer movimiento. El choque de trenes era cuestión de tiempo.

Decía el teórico militar prusiano Karl von Clausewitz en su libro De la guerra, que las condiciones del conflicto estarán determinadas, en mucho, por los intereses que se encuentren en juego y los objetivos de los participantes. La Segunda Guerra simplemente no dejaba posibilidad a la derrota, sus participantes conocían que,  a diferencia de la Primera, no habría lugar para los perdedores.

Como si la continuidad del espacio-tiempo dependiera de ello, este enfrentamiento representó, como nunca antes, la definición de dos proyectos para la humanidad. El primero era encabezado por Estados Unidos y la Unión Soviética, un modelo republicano liberal y democrático que se pronunciaba por la libertad o la igualdad y otro modelo autoritario militarista y supremacista, representado en las potencias del Eje, proclive a la esclavitud y la desigualdad como condiciones históricas inmutables. La definición de esta coyuntura histórica significó la continuidad de los vencedores y la aniquilación de los vencidos.

La Segunda Guerra Mundial tuvo como preludio un periodo de profunda crisis capitalista y estancamiento económico. Las luchas intraimperialistas y el último reparto del mundo que había advertido Lenin, resultó en una crisis del sistema financiero mundial por sobreproducción en Estados Unidos y una cadena de endeudamiento e interminables deudores como resultado de la Primera Guerra Mundial. Lo anterior provocó la conocida Crisis de 1929 en países desarrollados que afectó el mercado mundial y propició un terreno fértil para la llegada de ideologías radicales, como el fascismo y el comunismo. Ante la hambruna, la pobreza, el desempleo y el fracaso de las democracias liberales, como la República de Weimar, la sociedad apoyó formas extremas de gobierno.

Sólo una guerra de gran magnitud podía sacar de su más grande crisis al sistema capitalista mundial. Tanto el proyecto económico del Tercer Reich, como el proyecto de expansión japonés y el New Deal de Roosevelt encontraron en la “economía de guerra” la fórmula perfecta anticrisis. Como si fuera un gran remedio económico, la preparación e inicio de la guerra generó nuevos empleos, aumentó la productividad y generó nuevas tecnologías e insumos militares. 

Sin lugar a dudas, la Segunda Guerra Mundial fue el preludio e inicio de la “era de las toneladas” y de las cifras millonarias. El costo total del conflicto varía entre los 276 mil 750 millones de dólares (armamento) y el trillón de dólares como gasto financiero. Segmentado por país, 84 mil millones correspondieron a EUA, 68 mil millones a Alemania, 48 mil millones a la Unión Soviética, 28 mil millones a Gran Bretaña y 14 mil millones a Japón. Desde entonces se demostró la efectividad del complejo militar-industrial cuya interacción entre sus integrantes, como fuerzas armadas, universidades, centros tecnológicos (think tanks), corporaciones trasnacionales y gobierno, garantizan el éxito económico.

En lo militar, durante las tres décadas previas al conflicto se registró un intenso desarrollo tecnológico destinado a la industria militar, que se aceleró con la “economía de guerra” de los involucrados, los proyectos expansionistas de las potencias y las antiguas rivalidades. Tan sólo el potencial destructivo armamentista en 40 años fue superior al de los cuatro siglos anteriores. 

En 20 años, de 1919 a 1939, el avance cualitativo fue gigantesco, la guerra de trincheras había quedado en el pasado y se avanzó cualitativamente. Lanzallamas, ametralladoras, armas automáticas fueron perfeccionadas, lo mismo que acorazados, tanques, submarinos, aviones y portaviones. Fue la época en la que se consolidó la fabricación de armas químico-biológicas introducidas desde la Primera Guerra Mundial y que encontraron su trágica conclusión en la fabricación de armas de destrucción masiva como los misiles nazis dirigidos V1 y V2 y el lanzamiento de las bombas atómicas el 6 y 8 de agosto de 1945. El mayor conflicto armado, terminó como empezó: con un genocidio.  

Difícilmente una confrontación bélica como la Segunda Guerra Mundial podría repetirse, por el número de sus participantes y más aún porque el desarrollo cualitativo del armamento provocó que las grandes movilizaciones de ejércitos y armamento convencional ya sean cosa del pasado. Desde entonces y hasta nuestros días prevalecen conflictos de mediana intensidad en las que se utiliza armamento específico químico, biológico y nuclear destinado a librar enfrentamientos de poca magnitud y mediano impacto regional, o bien conflictos no convencionales como guerrillas, grupos insurgentes, narcotráfico, terrorismo, etc.

Como si fuera una “olla exprés” que al final explotó, la Segunda Guerra enfrentó a nacionalismos exacerbados y radicales, muestra de numerosos indicios de la degeneración moral e ideológica de la sociedad moderna. 

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Desde la década de los 20 la ideología fascista buscó en un pasado histórico la salida a su decadencia política y social. Con la inclusión de valores como el honor, la fuerza y la disciplina, justificaba la conquista del poder por el poder, donde el fuerte estaba llamado a dominar al débil y las mayorías eran ideologizadas. 

Esta ideología que negaba la igualdad social fue retomada y perfeccionada en Alemania por la doctrina nacionalsocialista, cuyos, postulados se encontraban en un deformado darwinismo social, según el cual las razas, como si fueran especies, estaban llamadas a dominar y eliminar grupos sociales clasificados como “distintos o inferiores” por el Estado. La concepción del “Superhombre” o la “Super raza aria” era alimentada por un pasado histórico feudal con raíces nórdicas de severo y obligado adoctrinamiento, en el que toda la sociedad era parte integral del partido y por lo tanto no había oposición al régimen. En esta época de radicalismos se reafirmaron los modelos autoritarios más extremos en la Unión Soviética y la Alemania nazi. Paradójicamente, aunque eran ideologías opuestas, en realidad el común denominador de ambos “totalitarismos” fue la eliminación de la sociedad civil y el terror sistemático generalizado contra los súbditos, que dejaron de ser ciudadanos.

En cuanto a la población civil, cabe mencionar que desde la Revolución Francesa la guerra dejó de ser una cuestión militar para convertirse en un asunto social, donde los ciudadanos participaban activamente en el conflicto que no distingue entre combatientes y civiles. En este contexto, la Segunda Guerra Mundial significó la incorporación inevitable de los ciudadanos en la batalla, desde niños y jóvenes obligados a participar como carne de cañón, hasta la población de la tercera edad utilizada en la última etapa de la guerra. 

Especial reconocimiento merece la participación activa de las mujeres, desde aquellas que sostuvieron al sector productivo como obreras, hasta las que formaron parte del ejército en los frentes de batalla, como en los casos de la URSS y la Alemania nazi. 

Finalmente, no podemos dejar a un lado el asesinato sistemático en campos de trabajo forzado y de exterminio que en casos extremos, como Auschwitz (Polonia) y Nanjing (China), sirvieron de laboratorios para realizar experimentos químicos y biológicos en prisioneros (entre ellos más de seis millones de judíos por el mero hecho de serlo), sin importar su edad y género.

Las bajas de civiles y combatientes se cuentan por millones. Durante el conflicto perdieron la vida aproximadamente 74 millones de personas, de las cuales 33 millones 945 mil fueron militares y 40 millones 281 mil 100 fueron civiles. Las mayores pérdidas militares fueron de la URSS, con 13.5 millones; Alemania, con 3.5 millones; y Japón, con 2.6 millones. En cuanto al número de civiles muertos, China perdió más de 20 millones y Polonia seis millones. Del total de víctimas de los aliados, el 58% fue población civil y sólo un 25% fueron militares. La guerra fue y sigue siendo una cuestión social.

El conflicto apocalíptico mostró la cara más destructiva de la humanidad, pero también evidenció la fuerza, el coraje y el honor de muchos pueblos que sufrieron las consecuencias de la guerra y recuperaron su grandeza nacional. Ahí está el caso de la Unión Soviética, particularmente de Rusia, que a pesar de sufrir las mayores bajas, la fuerza de su pueblo hizo que el país sobreviviera y ganara la guerra. Otro caso representativo es el de Alemania, que prácticamente resurgió de la destrucción total, para convertirse nuevamente en un país líder de su región. 

El caso más significativo podría ser el de Japón, que gracias a su tradición de honor, trabajo, organización y disciplina, logró recuperar su grandeza nacional. A casi siete décadas del fin del conflicto, los trágicos casos de Hiroshima y Nagasaki sirven de ejemplo a las nuevas generaciones de la capacidad del ser humano para superar adversidades inimaginables, rayanas en la aniquilación total. 

La Segunda Guerra deja un recuerdo imborrable para todas las generaciones futuras, pero también un legado de esperanza de un mundo amenazado por la autodestrucción que, ante su eminente exterminio, logró su reconstrucción. En el caso europeo la ruina continental de la post guerra obligó a los estados a construir más puentes que fronteras hasta alcanzar una supranacionalidad reforzada con mecanismos intergubernamentales que dieron origen a la Unión Europea.  

Sirvan estos casos de análisis comparativo con el caso de México, cuyos líderes no aprovecharon la oportunidad histórica que ofreció la post guerra. 

Durante el conflicto armado y la década siguiente, nuestro país fue uno de los que mayor crecimiento económico tuvo en comparación con las naciones en las que se desarrollaron los encuentros bélicos. ¿Qué fue lo que sucedió con México de 1950 a 1990, periodo en el que países que fueron afectados por el conflicto armado nos superaron en niveles de desarrollarlo y bienestar?

Cuando México realizó la expropiación petrolera en 1938, Corea tenía una economía prácticamente feudal, parecida al sistema medieval europeo. A pesar de la invasión japonesa y la posterior guerra interna que provocó su división en dos países, hoy Corea del Sur tiene mejores niveles de bienestar. Finlandia, por mencionar otro caso, también superó a nuestra nación. 

En lugar de aprovechar su situación histórica en un contexto mundial ventajoso, México se encerró en una dinámica interna de corrupción, impunidad, autoritarismo y poca competitividad, que al final propició su involución. 

La Segunda Guerra Mundial fue una aproximación muy real de nuestra destrucción mutua garantizada; la experiencia de recuperación de otros países demuestra que ante la degeneración y la decadencia social, es posible construir los puentes necesarios para alcanzar el progreso y el bienestar. Ciudades como Dresden e Hiroshima, reconstruidas en su totalidad, son prueba de ello.