AGUASCALIENTES
Posada, el eterno contemporáneo

La mirada de Posada tenía una cualidad insuperable, veía a la personas y las atravesaba como si sus pieles fueran vidrieras

Eduardo Gómez

Este 2013 la tierra de toros, toreros y gente buena se llenará de magia, fandangos, calaveras, grabados, flores, colores, risas, llantos y errores históricos también. Es el año del “Primer Centenario Luctuoso” del grabador más imaginativo de todo nuestro México: José Guadalupe Posada.

¿Que cuántos grabadores había para finales del siglo XIX y principios del XX? Nadie lo sabe… pero sí se sabe que cuatro eran los más destacados: Santiago Hernández, Manuel Manilla, Constantino Escalante y el más famoso de todos: José Guadalupe Posada.

Pero, ¿cuándo y por qué comenzó la fama de los grabadores y su obra en nuestro país? Durante las administraciones de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, los dibujos de cráneos y huesitos se hicieron famosos en todo México porque venían acompañados de frases que criticaban al gobierno en turno y a la cream de la cream de la sociedad.

Pronto el gobierno comenzó a prohibir aquellas caricaturas, pero inmediatamente el pueblo al unísono demandó, “que se publiquen” y así se hizo, en los llamados “periódicos de combate”.

Hoy, José Guadalupe Posada podría grabar los tópicos culturales, sociales y políticos más importantes de la década. Condes y condesas bien vestidos, caminando y derramando miel por los cuatro costados, paseando en el paseo de la Reforma; mañana habría calaveras de ellos bebiendo cantidades industriales de alcohol y otras veces, calaveras en galope luchando por la igualdad social con su rifle en mano.   La mirada de Posada tenía una cualidad insuperable, veía a las personas y las atravesaba como si sus pieles fueran vidrieras.

Dejaba toda materia con vida tan desnuda, que apenas los huesos y la esencia les dejaba.

De las manos de Posada salieron más de veinte mil grabados que retrataban una época dorada y difícil de nuestro México, bien marcada por la moda europea y bifurcada por la tendencia que Porfirio Díaz presumía por doquier en aquellos tiempos.

Estoy seguro de que el maestro y grabador ya sabía que se hablaría de su obra por una eternidad, como vaticinando lo que murmuraríamos de aquel México tan similar al de hoy: con ricos, pobres, mendigos, clase trabajadora, amarillismo, soñadores, profecías del fin del mundo y demás.

Este aguascalentense no era solo un artista, era también un ejemplo de vida. El caso más notable es el conocido por casi todos sobre el encuentro furtivo (aunque él no lo supo hasta años más tarde) con José Clemente Orozco.  

A finales de 1800, al regresar José Clemente Orozco de la escuela rumbo a su casa, se topó con una inmensa vidriera, al interior se podía mirar a José Guadalupe Posada, que trabajaba silenciosamente sus grabados en una imprenta.

Al instante, Orozco quedó marcado por el arte del hidrocálido y se enamoró de la opción que descubría al poder expresar su filosofía de vida a través del dibujo.   Posada llamaba “garbanceros” a todos aquellos mexicanos que no querían ser mexicanos, que despreciaban su sangre indígena.

Garbanceros eran todos aquellos que morían por ser lo que la moda imponía en aquellos momentos, ser europeos.

La primera vez que Posada grabó a la “Calavera Garbancera”, fue en un pequeño pedazo de metal. Le grabó tan pobre, ¡pero tan mágica! Solamente de los hombros a la nuca, pero eso sí, con un sombrero francés y con plumas de avestruz.

José Guadalupe Posada enamoró a todos con sus grabados, pero solo una de sus obras pudo enamorar a su “hijo” Diego Rivera. La primera vez que el muralista vio el grabado de la “Calavera Garbancera” dijo: “Es mi madre”.

La tomó, la peinó, la vistió y le puso toda la gloria europea que su madre merecía. Así es como nace “la Dama de México”: la Catrina.   Lo importante no es lo que se hable de México, sino la chispa que se imprima al hablar de nuestro país. Somos únicos, estamos locos. Posada decía: “a los mexicanos otro polvo nos formó”.

Como decía el Premio Nobel de literatura, Octavio Paz: “¡No! José Guadalupe Posada no es un artista contemporáneo del siglo XIX, Posada, es mi contemporáneo. Y estoy seguro de que algún día será el contemporáneo de nuestros hijos también”.