LAS LECCIONES DEL HURACÁN “OTIS”

Los mexicanos solemos ser solidarios en el marco de las tragedias, se ha reflejado en la más reciente del huracán “OTIS”, pero también debemos ser comprometidos y participativos en otras situaciones clave de nuestras vidas, como será la próxima elección

Eduardo Mendoza Ayala

Eduardo Mendoza Ayala

Amigos lectores: cruda enseñanza nos dejó a su paso el huracán “Otis”, que en menos de doce horas se convirtió –de tormenta tropical, con vientos de 64 kilómetros por hora– en poderoso huracán categoría 5, con rachas de vientos de hasta 310 km, que destruyó todo a su paso, afectando el puerto de Acapulco y varios municipios aledaños.

Derivado del impacto del citado fenómeno meteorológico, comparto con ustedes –a manera de reflexión– algunas lecciones surgidas con el fin de que, como habitantes mexicanos, nos concienticemos acerca de lo importante que reviste, para tomar con seriedad los temas que tienen que ver con los elementos de la naturaleza: aire, fuego, agua y tierra.

Por alguna razón de nuestra propia caracterología, solemos ser invariablemente una sociedad más reactiva que preventiva. Normalmente no le damos valor a las acciones de previsión y preferimos corregir o reparar tras algún suceso, lo mismo personal, familiar o comunitario. Eso tiene mucho que ver con la invariable costumbre existente de improvisación que nos distingue, al no agradarnos el orden para vivir.

Así las cosas, la mayoría de nuestras ciudades carecen de planeación urbana y han crecido, lamentablemente, de forma desordenada, porque las autoridades gubernamentales en sus tres ámbitos (federal, estatal y municipal) se han prestado a malas maniobras con propietarios, fraccionadores y constructores, autorizando desarrollos habitacionales a diestra y siniestra, perjudicando la calidad de vida de muchos en las comunidades.

El aire –ya lo sabemos y ahora lo hemos comprobado– bien aprovechado tiene múltiples beneficios, pero aún no lo hemos sabido o querido aprovechar al máximo como generador de energía tanto industrial como doméstica. Es necesario contemplar en ese sentido una política pública que aliente fiscalmente la inversión en molinos de viento, haciendo a un lado absurdos prejuicios que impiden el desarrollo del país.

Con respecto al tema del agua, es menester destacar que, siendo un país rodeado de ese recurso, no hemos atinado a aplicar tecnología existente para transformar agua salada en agua potable y para riego, instalando plantas desalinizadoras y potabilizadoras en algunos puntos estratégicos de nuestras costas y desde ahí bombear, repartiendo el vital líquido a la zona centro del país. Me queda claro que es cuestión de voluntad política el ir a fondo en la resolución del gran reto que es dotar de agua potable a la sociedad mexicana.

En el año 2006, el 61 por ciento de los municipios de México, donde habita el 50 por ciento de la población, tenían acceso a agua suficiente; hoy, el dato más reciente, proporcionado por la Comisión Nacional del Agua (CNA), apunta que sólo al 33 por ciento le llega agua suficiente, mientras que el 66 por ciento restante la recibe pausadamente, ya sea una o dos veces al día, cada tercer día o una vez a la semana. Inadmisible que eso suceda en pleno siglo XXI.

Al tema del fuego, necesariamente lo tenemos que relacionar con la irresponsable tala y quema de bosques que año con año ocurre en nuestro país, producto de una combinación de factores, como: la ausencia de planeación agrícola, la falta de créditos blandos al campesino y el escaso apoyo general para respaldar las actividades agroindustriales en función de generar los insumos alimentarios necesarios para la población.

Más de 127 mil 800 hectáreas de bosques se pierden anualmente en nuestro país, provocando sequías y, consecuentemente, falta de producción de diversos productos básicos y de primera necesidad alimentaria. El primer factor es el incendio intencional de bosques en busca de convertir parcelas en áreas de cultivo; el otro factor es la tala inmoderada, que termina alterando el clima en muchas regiones.

Importantísimo establecer reglas claras y políticas públicas muy concretas para incentivar la reforestación ordenada y clasificada para un debido aprovechamiento a corto, mediano y largo plazo, lo cual ayudará a mejorar –entre otras cosas– las condiciones del aire que respiramos, la humedad de nuestras tierras agrícolas y hasta a moderar –aunque no se quiera creer– la intensidad de las precipitaciones pluviales que llegamos a padecer.

Hoy en día la tecnología permite la optimización de recursos para organizar adecuadamente la dotación de servicios públicos y desarrollar sistemas preventivos ante fenómenos meteorológicos, como las tormentas tropicales, los huracanes e inclusive la alerta sísmica; hoy sabemos, por ejemplo, que es necesario instalar detectores que alerten oportunamente del surgimiento de algún acontecimiento peligroso, como fue justamente el huracán OTIS. Invertir en tecnología aprovechable para beneficio humano es obligación gubernamental.

La orientación del gasto público durante este sexenio ha sido recortar fondos de fideicomisos (entre ellos el FONDEN), para dirigir esos recursos a partidas que buscan conservar clientela electoral a través de programas mal organizados y deficientemente estructurados, lo que al gobierno en turno –por supuesto– no le importa, en aras de mantener el poder para su partido político.

Hay que señalar que la facilidad con la que el actual mandatario ha operado el recorte y la nueva aplicación presupuestal señalados obliga a pensar en el valor e importancia que los mexicanos debemos dar a constituir un sano equilibrio en el Poder Legislativo, evitando las tomas de decisión autoritarias y cuasi dictatoriales del Poder Ejecutivo que generan constantes abusos de autoridad, como en repetidas veces hemos visto durante los últimos cinco años del régimen que transcurre.

Otra lección aprendida es, sin duda, la urgencia de que los gobiernos estatales y los ayuntamientos posean más recursos económicos que les permitan atender las diversas necesidades y emergencias que se les presentan sin que tengan que estar acudiendo a instancias superiores para solicitar apoyo como si estuvieran pidiendo limosna.

Es absurdo –además de injusto– que el gobierno federal se siga quedando con 85 centavos de cada peso que se genera en los municipios y sólo les devuelva cinco centavos en promedio, lo que deteriora la calidad de los servicios públicos que intentan prestar y, por ende, afecta la calidad de vida de los ciudadanos en las comunidades; todo en aras de mantener un control político que, en pleno siglo XXI, no se explica ni justifica.

El próximo año habrá elecciones para renovar la presidencia de la República, las cámaras de senadores, la de diputados federales, nueve gubernaturas, congresos locales y miles de ayuntamientos a lo largo y ancho del país.

Una vez más los ciudadanos tendremos la oportunidad de formar parte de una decisión trascendental que no debemos desaprovechar bajo los pueriles argumentos de que: “de nada sirve mi voto, todos siguen robando”; “no me importa la política”; “me da igual lo que hagan los del gobierno” o “siempre terminan robándose el voto”.

Los mexicanos solemos ser solidarios en el marco de las tragedias, se ha reflejado en la más reciente del huracán “OTIS”, pero también debemos ser comprometidos y participativos en otras situaciones clave de nuestras vidas, como será la próxima elección. Votar, decidir, elegir como ciudadanos a quiénes le vamos a otorgar la confianza de representarnos en los órganos de gobierno nos debe llevar a analizar, revisar y reflexionar objetiva y sensatamente en que las nuevas autoridades se conduzcan con honestidad, seriedad, siempre respetuosas y atentas con todos.

Lo anterior lo lograremos en la medida en la que sacrifiquemos tiempo personal para supervisar –como ciudadanos– la conducta y las decisiones que nuestros servidores toman, y que tarde o temprano influyen en la calidad de vida individual, familiar o comunitaria. Recordemos las consecuencias del huracán OTIS y actuemos en consecuencia.