En el Llano
TRANSICIÓN

Luis Gutiérrez Rodríguez

Luis Gutiérrez Rodríguez

El sábado 1° del último mes de 2018, en sesión solemne del Congreso de la Unión efectuada en el palacio legislativo de San Lázaro, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) recibió de Enrique Peña Nieto la banda tricolor que, con la protesta constitucional que rindió inmediatamente después, lo convirtió en el nuevo presidente de México.

Todo cambio sexenal de gobierno federal, especialmente en México, ha generado inquietud, expectativas y particularmente una gran esperanza en todos los sectores sociales. Pero cuando ese cambio de gobierno genera incertidumbre, preocupación e incluso miedo, como es el caso que nos ocupa, lo menos que se puede hacer es reflexionar sobre el porqué.

En su mensaje a la nación, en presencia de representantes de numerosos países de América, de los miembros del gabinete entrante y del saliente, AMLO enunció puntualmente los males que aquejan a la mayoría de los mexicanos: desde la pobreza que acosa a más de la mitad de la población y la inseguridad galopante, hasta la vergüenza pública en que se han convertido, especialmente en el sexenio que está por concluir, la corrupción y la impunidad.

Asomó entre líneas del mensaje presidencial, el reconocimiento de que para salir del atolladero en que se encuentra el país, hace falta la unidad de la sociedad, retóricamente llamada también “unidad nacional”.

En un México con tan profunda y lastimosa desigualdad económica y social, no dejamos de preguntarnos ¿unidad en torno a qué o en torno a quién? Desigualdad, por cierto, que se revela en las consultas improvisadas realizadas por el partido Morena sobre asuntos como el aeropuerto internacional de la Ciudad de México cuya obra multimillonaria se detuvo en Texcoco, la creación de una “guardia nacional”, la construcción de una séptima refinería, el Tren Maya y otros etcéteras.

Hace varios sexenios, incluido (¡cómo no!) el que está por concluir, que estos temas son cuestiones remotas para millones de mexicanos en cuyos hogares comienza cada día con una realidad amarga: qué vamos a comer, ojalá consiga trabajo, no tengo para la renta, no hubo cupo en el Poli ni en la UNAM para nuestros hijos…

Son millones de familias que nadie ve, nadie advierte, en las estadísticas y los índices de la macroeconomía y de la globalidad. Indicadores que absolutamente nada significan para los de abajo, pero con los que crecen minuto a minuto las fortunas millonarias de las élites de arriba: las del poder económico y político.

Pero hay algo más que impide la unidad nacional. Peor aún: ensancha la brecha y ahonda el foso que separa a los mexicanos: el rencor que con frecuencia se transforma en odio, porque automáticamente lo genera de ida y de vuelta. Los “con nosotros o contra depurados y revisados por partidos políticos, ciudadanía y expertos” con frecuencia aparecen en la retórica triunfalista de los ganadores del proceso electoral que culminó el pasado 1° de julio.

En la elección presidencial de 2018 Andrés Manuel López Obrador ganó con 30 millones 33 mil 119 votos a su favor, de unos 57 millones de ciudadanos que acudieron a las urnas (Ricardo Anaya recibió más de 12 millones de sufragios y José Antonio Meade logró poco más de nueve millones. Pero contrastadas estas cifras con más de 89 millones de ciudadanos que integraron el padrón electoral en esos comicios, resulta que alrededor de 55 millones de ciudadanos no votaron por AMLO, votaron por otras opciones o simplemente se abstuvieron de votar. Números más que suficientes para repensar si hoy están realmente representadas las “mayorías nacionales”.

Es legítimo el triunfo de AMLO; es legítima la presidencia de la República que asumió el 1° de diciembre último. Lo peligroso es que algunos integrantes del hoy partido en el poder, como la presidenta de Morena, Yeidckol Polevnski, en plena consulta sobre diversas propuestas del ahora partido en el poder, declaró que sólo retrógradas y pagados votarían contra proyectos de AMLO; el senador Félix Salgado Macedonio (“vamos a hacer que desaparezcan los poderes” en los estados cuyos gobernadores no se alineen a los súper delegados que les envíe el Ejecutivo), Gerardo Fernández Noroña (“estamos muy agraviados… pero hay que ser magnánimos”) o el señor Francisco Paco Ignacio Taibo II, quien festejó en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, su anunciado nombramiento como ¡director del Fondo de Cultura Económica!, con una idiotez, reflejo de una velada misoginia: “Sea como sea, se las metimos doblada”.

¿Contribuyen estos desplantes a la unidad nacional? Advertencias como “¡Les voy a leer bien la cartilla a todos los funcionarios públicos” (AMLO), cierran la brecha social que divide a la sociedad mexicana, ahora que muchos de esos funcionarios atraviesan por graves problemas de desintegración familiar?

Algo que no se debe pasar por alto desde el poder, es hacer un esfuerzo por gobernar bien para todos, sin excepción, y satisfacer la esperanza de millones de compatriotas. Los mítines y los discursos incendiarios quedaron atrás. Tenemos a un jefe de Estado y ojalá podamos estar orgullosos de ello.

Finalmente, el respeto a las libertades incluye el respeto a los adversarios políticos. He de reiterar que uno de los grandes signos de madurez de todo sistema democrático es contar con una oposición política propositiva, conductora, eficiente y responsable de las demandas de la sociedad.

Sea por el bien de México. Todo derrotero, todo camino, exige rumbo claro para la Nación.