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DRÁCULA: EL ACIERTO Y LA PERDICIÓN DE BRAM STOKER

El conde pasó de la crueldad a la ficción y la fama

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer
@meyerarturo

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n noviembre como este pero de 1847, nació el escritor irlandés Abram (“Bram”) Stoker, autor de la mítica novela Drácula, cuyo siniestro personaje principal es, sin duda, una de las más célebres figuras de terror en el mundo. Para muchos el conde Drácula representa la encarnación del mal, mientras que para otros es motivo de fascinación y hasta de culto. Ha sido inspiración de un gran número de libros, películas y series de televisión, además de situar a Transilvania (lugar donde Stoker ubicó en su novela de ficción el castillo del conde) como uno de los destinos turísticos más visitados.

Como la gran mayoría sabe, la historia que inspiró a Stoker para crear a Drácula está basada en el personaje real de Vald de Draculea (Transilvania, 1431), también conocido como Vlad Tepes, “el empalador” o “el hijo del diablo”, aunque la historiadora Covadonga Valdaliso explica que este último “apodo” proviene realmente de un error de traducción.

“La fortuna del sobrenombre de Drácula se debe en realidad a una confusión. Su padre, el príncipe o voivoda Vlad II de Valaquia, había ingresado en 1428 en la Orden del Dragón (Drac, en húngaro), de la mano del emperador Segismundo de Luxemburgo. Por ello fue conocido en adelante como Vlad Dracul, mientras que a su hijo se le llamó Vlad Draculea, esto es, hijo de Dracul. Sin embargo, en la mitología rumana la figura del dragón no existía y el término dracul designaba al diablo, con lo que Vlad III pasó a ser en rumano ‘el hijo del diablo’”.

El sobrenombre se puede deber a una confusión, pero es verdad que a Vlad Draculea no le quedaba grande un mote como este. Su fama de sanguinario es bien merecida. Una de las historias más famosas que confirman la crueldad de Vlad III es la que se conoce como “El bosque de los empalados”, sitio donde, según los relatos, el príncipe de Valaquia mandó talar todos los árboles para empalar ahí a más de 20 mil prisioneros.

“En las leyendas sobre la crueldad y ánimo sanguinario de Vlad, recogidas por crónicas de su época […] se le presentaba como un príncipe aficionado a la tortura y entusiasta de la muerte lenta, que solía cenar bebiendo la sangre de sus víctimas o mojando pan en ella. Se calcula que en sus tres períodos de gobierno, que suman apenas siete años, ejecutó a unas 100 mil personas, en la mayoría de las ocasiones mediante la técnica del empalamiento. Por esta razón se le conoce desde el siglo XVI como Vlad Tepes, esto es, Vlad el Empalador”, apunta Valdaliso.

El príncipe Vlad Draculea fue finalmente asesinado durante una emboscada en la guerra contra los turcos y su cabeza fue exhibida en Estambul como advertencia, sin embargo, su leyenda no murió junto con él, al contrario, fue inmortalizada por Bram Stoker y por muchos escritores y fanáticos que aún visitan el monasterio del lago de Snagov, en Rumania, donde se dice que enterraron su cuerpo.

Bram Stoker jamás visitó Rumania pero es en este lugar donde más se le recuerda, aunque con sentimientos encontrados, como apunta José de la Colina en un artículo publicado en la revista Letras Libres. “Los rumanos reniegan bastante de este personaje de ficción y no les gusta demasiado la imagen que transmite de uno de los héroes nacionales, el príncipe Vlad, que venció a los turcos. Pese a todo, han hecho de Drácula su gran embajador turístico, un mito que en lugar de envejecer se renueva cada año con películas, novelas, cuentos, cómics y hasta una moda vampírica. Vlad Tepes murió en 1476 y Stoker en 1912, pero el conde Drácula sigue vivo, alentando una extraordinaria producción cinematográfica y cultural”.

De vuelta a Bram Stoker y su novela, quedan todavía cosas que decir. Drácula es una novela de culto, un Best Seller en toda la extensión de la palabra, pero también parece ser una obra que lectores y escritores de distintas generaciones valoran de manera diferente. Mientras el creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, elogió grandemente a Stoker y Oscar Wilde calificó su novela como: “La obra de terror mejor escrita de todos los tiempos”. Escritores contemporáneos como el argentino Rodrigo Fresán, el novelista catalán Enrique Vila Matas y el director y escritor español Gonzalo Suárez (ganador de una gran cantidad de premios tanto en literatura como en cine), no parecen estar muy de acuerdo.

“Stoker es muy mal escritor”, opina Fresán en el prólogo de la edición 2005 de Drácula en la editorial Mondadori. “Un ejemplo clásico de creador flojo que de repente crea una obra genial”. “Seiscientas páginas y el conde sólo sale en unas quince”, secunda Vila Matas. “Es más interesante y fascinante el ambiente que lo que ocurre[…] creó el vampiro moderno. Sólo por eso merece nuestro respeto”. “Empecé a leerlo y lo dejé […] Todos tenemos un monstruo en nuestro interior, pero creo que justo en mí no hay de esa especie”, remata Gonzalo Suárez.

Las opiniones entonces se dividen, sin juzgar la calidad literaria o la fama de quienes las vierten; es cierto que las apreciaciones anteriores vienen de escritores separados por más de un siglo de diferencia, sin embargo, todos están de acuerdo en una cosa: Drácula es un clásico de la literatura universal y es muy probable que, independientemente de su calidad literaria, el principal acierto de Bram Stoker fue la invención del conde. El personaje superó a su creador y a su literatura. Todo lo que vemos, leemos y escuchamos sobre el mito de los vampiros (viejos o modernos) se lo debemos a Stoker.

“A mí me entristece la deriva actual del personaje, eso de que vayan al colegio los vampiritos de Crepúsculo” escribe Rodrigo Fresán y se sostiene citando las palabras del conde Drácula: “Yo pertenezco a un familia muy antigua y me moriría muy pronto si me viese obligado a residir en una mansión moderna. No busco ni la alegría ni el júbilo, y menos aún la felicidad que obtienen los jóvenes por un bello día de sol y el murmullo del agua”.

No creo que Stoker hubiera imaginado jamás los alcances que tendría su personaje, lo cierto es que no le hubiera venido nada mal aunque sea una mínima parte de las fortunas que han amasado creadores como Guillermo del Toro (con su saga de novelas de vampiros Trilogía de la Oscuridad), y escritoras como Stephanie Meyer y Anne Rice, por mencionar sólo unos cuantos de los miles que han ganado dinero con el mito de los inmortales vampiros.

Bram, en cambio, murió arruinado, enfermo, loco por la sífilis y presa del terror por el monstruo que él mismo había creado. Según testigos, en su lecho de muerte en una pensión en Londres, Abraham Stoker, deliraba y señalaba con temor un rincón del cuarto mientras murmuraba: “strigoi, strigoi”, palabra que traducida del rumano significa “espíritu maligno”.