Opinión
Perseo o la tentación de los renacidos

Danner González @dannerglez

Danner González
@dannerglez

Toda nación parida entre sangre y desgarramientos aspira a renacer cada cierto tiempo durante su vida independiente. Si es verdad que las constituciones son una síntesis de las aspiraciones de los pueblos, entonces las nuestras llevan en su genealogía la tentación de los renacidos, la idea de que, para transformar la vida pública, antes hay que destruirlo todo.

Quizá por esa tentación, en los últimos años han aumentado las voces que insisten en señalar que ha sido rebasado el texto constitucional de 1917. Sostienen como necesaria una nueva constitución que responda a las necesidades de los tiempos que nos han tocado vivir. Pero sucede por estos días que la política, al sufrir una crisis de confianza, enfrenta la balcanización de los partidos. Los últimos años han afirmado la hegemonía de la partidocracia, que privilegia el reparto de cuotas en cualquier nombramiento que deba ser votado en el Congreso.

Gabriel Negretto en La política del cambio constitucional en América Latina vislumbra así el tira y afloja en torno a las constituciones: “funcionan como estructuras de gobernanza […] son instrumentos de poder que los políticos utilizan para obtener ventajas sobre sus contrincantes, y satisfacer sus intereses partidarios de corto plazo”.

En ese sentido, un nuevo constituyente nacería viciado de origen, al ser producto de cuotas y no expresión de la representación nacional y de su pluralidad. Personalmente creo que el problema central no estriba en los mecanismos constitucionales sino en la gestión política de los dispositivos institucionales que del texto emanan. Dado el orden actual de cosas, valdría más que de una vez conjuráramos las tentaciones de los renacidos, la aspiración vana de llamar nuevamente a una generación de constituyentes.

En sus Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino habló de la levedad como un valor frente a la pesadez del mundo, sus inercias y opacidades inherentes. Apuntó que el mundo parecía petrificarse, “como si nadie pudiera esquivar la mirada inexorable de la Medusa”. Sólo un héroe hubo capaz de cercenarle la cabeza: Perseo, elevándose con sus sandalias aladas y apoyándose “en lo más leve que existe: el viento y las nubes”. Perseo construye, mediante una mirada oblicua de la imagen de la Gorgona reflejada en un espejo, su altura de héroe. Rechaza mirarse en los ojos de la Gorgona para no convertirse en piedra, pero no rechaza “la realidad del mundo de los monstruos en el que le ha tocado vivir, una realidad que lleva consigo, que asume como carga personal”.

Para vencer a los monstruos de nuestra realidad, se necesita aprender a mirarla sin que ésta nos obnubile la visión, pero también delicadeza de alma. Esto se traduce aquí en aspirar a comprender nuestro tiempo, el dolor social y los históricos reclamos, elevando la visión como Perseo, por encima del viento y las nubes. Implica entender que más que una nueva cartografía, es necesario asumir que el mapa no es el territorio que representa, que el país imaginado debe coincidir con el país real; que hay que reconciliar a los dos Méxicos que siguen aislados, uno en su torre de marfil –de privilegios y holguras– y el otro, luchando incesante en los archipiélagos de la desesperación; y, sobre todo, supone tener claridad en la idea de que para afirmar a la Constitución por encima de su vigencia, hay que aprender, de una vez por todas, a distribuir la riqueza, la justicia y la esperanza.