Internacional
Maduro y la crisis venezolana

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira
@MemoRochaL

El proyecto de Maduro no es la continuidad del chavismo y mucho menos representa los ideales de la revolución bolivariana

Desde la llegada de Nicolás Maduro al poder, Venezuela ha vivido más momentos de crisis que de estabilidad. La continuidad de la revolución bolivariana se ha distorsionado desde la aparente gobernabilidad que mantuvo el general Hugo Chávez de forma enérgica. Nicolás Maduro fue presidente de la Asamblea Nacional y ministro de Relaciones Exteriores, y su lealtad revolucionaria y cercanía con su predecesor lo convirtieron en el sucesor natural del comandante.

La crisis económica y política venezolana comenzó desde el gobierno chavista. La centralización de la economía y el modelo de sustitución de importaciones provocaron distorsiones económicas en un régimen que utilizó a la empresa paraestatal petrolera para mitigar la crisis de un gobierno endeudado. Según el FMI, este 2017 el país sudamericano podría alcanzar una inflación de hasta 720%, lo que significa la mayor del continente americano y una de las más altas del mundo. Si continúa este control rígido de la economía venezolana, el organismo internacional pronostica que la inflación podría llegar hasta el 2,068%, lo que provocaría el estrangulamiento del consumo y el comercio.

Por otra parte, la poca apertura política y la defensa fanática del proyecto bolivariano provocaron que desde la ciudadanía surgiera una oposición que exige una mayor apertura democrática y respeto a los derechos humanos. El encarcelamiento de líderes opositores como Leopoldo López, quien se encuentra preso desde el 2014, provocó manifestaciones multitudinarias en Caracas y otras ciudades mientras que organismos internacionales como Naciones Unidas, y no gubernamentales como Human Rights Watch, exigieron que se respetaran las garantías mínimas de la oposición en Venezuela. Ante las protestas internas y las demandas externas, el gobierno de Maduro ha respondido con intolerancia y represión, al grado de que el presidente ha calificado a los manifestantes como “traidores a la revolución” y, en casos extremos, como “mariquitas”.

La oposición aprovechó la inestabilidad del régimen para movilizar a una parte de la sociedad descontenta y obtener significativos logros políticos. En 2016 los grupos no alineados al madurismo obtuvieron la mayoría en el Congreso Nacional y convocaron a un referéndum que podría llevar a la sustitución del presidente. La crisis política y económica actual ha provocado que las manifestaciones continúen y se extiendan a otras ciudades más allá de Caracas, mientras que el régimen utiliza al ejército para mantener el orden y detener los saqueos.

Esta situación provocó una migración forzosa de venezolanos a otros países americanos y europeos. Los periódicos El Mundo y El País revelan que el mayor número de peticiones de asilo que recibe España provienen de Venezuela, sólo por debajo de Siria, que se encuentra en guerra civil desde hace un lustro. Un estudio de la Universidad Central de Venezuela señala que el 90% de la migración comenzó hace 15 años y coincide con el gobierno de Hugo Chávez. España ha recibido a 200 mil exiliados, lo que lo convierte en el segundo país que más acoge a refugiados venezolanos, sólo por debajo de Estados Unidos. Países que antes eran considerados como economías inferiores o dependientes de Venezuela, ahora son refugio de muchos inmigrantes. Perú, Colombia y Panamá se han visto obligados a tomar medidas frente a este éxodo venezolano.

En este mismo espacio hemos censurado el populismo de personajes de la política internacional, como el fantoche presidente Donald Trump y de líderes autoritarios como Kim Jong Un, en Corea de Norte. Estas formas demagógicas y contradictorias también existen en América Latina y Nicolás Maduro es muestra de ello. Carismático para algunos y perturbado para otros, el presidente venezolano ha realizado y declarado cosas increíbles que conjugan lo místico, lo metafísico y hasta lo religioso: la aparición de la figura de Hugo Chávez en una pared, los consejos de un pájaro sobre la perpetuidad de la revolución, la creación del viceministerio para la Suprema Felicidad Social, la inoculación del cáncer del comandante por fuerzas oscuras y la explicación de la violencia en el país a partir de los antivalores que promueve la caricatura del Hombre Araña en los jóvenes venezolanos. El ex presidente uruguayo José Alberto Mujica Cordano declaró: “Maduro está loco como una cabra”, mientras que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, lo llamó “pequeño dictador”.

Las conocidas “maduradas”, frases o acciones irresponsables del actual líder de la revolución venezolana, han provocado que la oposición aproveche su imprudencia y la ciudadanía ponga en duda su liderazgo. El bolivarismo chavista, cuya ideología era cercana a los valores y principios del socialismo, ha sido distorsionado por Maduro y el grupo en el poder, cuyas prácticas defienden la continuidad de la revolución, el partido, el gobierno y la supremacía del líder de forma fanática y autoritaria. La República Bolivariana que aspiraba a construir un gobierno justo y ejemplar ha degenerado en una profunda crisis. El proyecto de Maduro no es la continuidad del chavismo y mucho menos representa los ideales de la revolución bolivariana.

Después de más de 90 días de manifestaciones, 76 muertos (al momento de escribir estas líneas) y constantes saqueos, el gobierno de Maduro parece desesperado. Frente a la polarización que enfrenta el país, el presidente planteó redactar una nueva Constitución. En marzo último la Sala Constitucional otorgó mayor poder al presidente para enfrentar la crisis, mientras que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) hizo un llamado para que la ciudadanía desconozca al gobierno y se prepare para impedir un fraude electoral en las próximas elecciones.

El pasado 27 de junio el presidente declaró: “si Venezuela fuera sumida en el caos y la violencia y fuera destruida la revolución bolivariana, nosotros iríamos al combate, nosotros jamás nos rendiríamos y lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas, liberaríamos a nuestra patria con las armas”. Henrique Capriles, gobernador del estado de Miranda, dijo que con esta afirmación Nicolás Maduro “declaró la guerra a los venezolanos”. La fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, antigua aliada del régimen, lidera ahora la oposición contra Maduro e impugna la celebración de la Asamblea Constituyente convocada por el presidente.

La anunciada descomposición del madurismo ha provocado la radicalización del régimen y el aumento de las protestas. Un día después de las declaraciones del jefe de Estado que justificaban el uso de las armas, un helicóptero de la policía arrojó cuatro granadas al Tribunal Supremo de Justicia en Caracas. Algunas fuentes periodísticas afirman que se trata de un acto de rebelión, mientras que otros medios aseguran que se trata de un montaje preparado desde el gobierno para justificar la intervención del Estado frente a las protestas.

Esta serie de declaraciones y actos en los últimos días enrarecieron aún más el escenario político. La situación actual es tan grave que independientemente del resultado electoral del 30 de julio, donde se elegirán diputados a la Asamblea Constituyente promovida por el gobierno, parece que sólo existieran dos escenarios: un golpe de Estado o una represión masiva por parte del gobierno de Maduro, mediante el cual el presidente se haría de poderes extraordinarios casi dictatoriales.n