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Un proyecto de, por y para México

Luis Gutiérrez

Luis Gutiérrez

Mexicanos informados de todos los sectores lo han dicho: los ciudadanos libres y progresistas de México deben unirse para acabar con el corrupto sistema político que oprime al país y sacar al PRI de Los Pinos. Sin señalamientos personales, pero sí con denuncias manifiestas. El sistema ya no funciona, todo lo contrario. Pero esta cirugía política debe hacerse guiada por propósitos comunes que unifiquen y fortalezcan, que no dividan; con un proyecto por y para México, que esté por encima de cualquier partido político y de todo interés partidista.

El 5 de abril último, José Woldenberg, ex presidente del entonces Instituto Federal Electoral (hoy INE), publicó en el diario Reforma un artículo titulado “Espiral destructiva” para transmitir “tres tristes notas” sobre el proceso electoral mexicano. En una de ellas, Woldenberg expuso:

“Las grandes construcciones ideológicas están en desuso. El recurso entonces para lograr crecer en las preferencias del público -se cree-, es la descalificación del adversario. Y puesto que las ideas parecen no conmover a (casi) nadie, lo óptimo, se piensa, es sacar los trapitos al sol del enemigo… Los programas también brillan por su ausencia. A lo más se anuncian buenas intenciones que suelen ser compartidas por todos: ‘más y mejor educación; salud pronta y expedita; justicia universal; combate a la corrupción’ y por ahí. No son suficientes para diferenciar a los adversarios porque lo que repiten son metas compartidas y no rutas para llegar a ellas”.

Woldenberg citó entonces a Luciano Concheiro* en su reciente ensayo Contra el tiempo, filosofía práctica del instante: “El nuevo tipo de política, basada no en los principios sino en los individuos y su popularidad, está configurada por el escándalo… Lo fundamental se volvió destruir la legitimidad de los contrincantes. El escándalo (sexual, de corrupción, etc.) es el mecanismo más eficaz porque permite arruinar la reputación del individuo de golpe…”.
Traigo a colación en este espacio, para que se reflexione a fondo, tres párrafos de una entrevista que le hicieron a Concheiro un par de días después de que se conocieron los resultados de la premiación de Anagrama:

“Vislumbro a nuestros políticos cuando eran niños. Es un juego de la imaginación sin demasiada imaginación. Más bien un cuadro tosco. Él (o ella) encuentra que sólo queda una rebanada de pastel en su casa. Ni tardo ni perezoso se la come. Se siente ganador. Su hermano es el perdedor. Luego, de joven, quiere ir al cine a ver una película pero su pareja prefiere otra. Lo resuelven con un volado: uno gana mientras la otra pierde. Así es la vida. Acostumbrados a ‘juegos de suma cero’, donde lo que gana uno forzosamente lo pierde el otro, jamás se les ocurrió compartir el pastel o deliberar sobre las películas y menos aún, eventualmente, encontrar una tercera. Y así actúan hoy.

Bajo el supuesto de que se encuentran en un juego de suma cero, creen que la descalificación del contrario redunda en su propio beneficio. Lo que gana uno lo pierde el otro, piensan y se regocijan. No les cabe en la cabeza que están bajo un formato en el que todos pierden a los ojos del público. Los ‘ganadores’ recogen despojos.

Total, demagogia, escándalos y descalificaciones mutuas arman una bonita espiral destructiva. ‘Que con su pan se lo coman’, podría decir uno, si sus repercusiones no fueran para todos”.

Me siento y soy ciudadano libre más allá de mi orgullosa y también libre militancia en Movimiento Ciudadano. Como tal, asumo que formo parte de los ciudadanos libres y progresistas de México, que debemos unirnos para acabar con el corrupto sistema político que oprime al país y sacar al PRI de Los Pinos. Para conseguirlo hay que derrotarlo en las urnas, con votos, con talento, con “cómos” que iluminen el camino rumbo al cambio de modelo, hasta llegar al “para qué”.

Debemos hacerlo con los ciudadanos al frente: con excelencia de miras, perseverando en el propósito, convencidos de que el bien colectivo con equidad e igualdad de oportunidades nos incluye a todos. Sin labia incendiaria y hueca, sino con la identificación de todo aquello que nos sea común, que nos una. La política es la ciencia de la conciliación para lograr el bien colectivo. No es pleito a muerte en medio del griterío de un palenque: el gallo giro contra el colorado. La política se construye y se hace con acuerdos.

No se trata solamente de los partidos y los políticos, que ciertamente son los principales hacedores de esta ciencia conciliatoria, sino de todo lo que nos incumbe: medios, poderes fácticos, partidocracia, corrupción galopante y contaminante, desempleo, inseguridad, injusticia, rezago educativo…
En el fondo del problema está agazapada la naturaleza humana que, sin valores éticos y morales, sin autocontrol, conduce al ser humano a perversiones inauditas, particularmente cuando lo dominan e impulsan sus propias ambiciones.

“El hombre es el lobo del hombre” (Homo homini lupus), dice la alocución latina creada por el comediógrafo Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria. La recogió el filósofo inglés Thomas Hobbes en Leviatán, célebre obra en la que realizó un profundo estudio de la naturaleza de los seres humanos. Acaso valga la pena releer el Leviatán de Hobbes para que nos detengamos a pensar en la necesaria reconstrucción del Estado-sociedad, apuntalado por un pacto social incluyente, sin miopes exclusiones.

Quiero decir, incorporados incluso quienes se han beneficiado del sistema político y económico que agobia a los mexicanos. Es cuestión de hacer que jalen parejo con México. Por eso es necesaria la política. Por eso hay que construir el cambio de abajo hacia arriba, jamás al revés. De lo contrario, los presuntos “ganadores” no serán tales en medio de los despojos que van a dejar en el campo de batalla.

“¿Síganme los buenos?” No. Eso no funciona.

¿Planteamiento utópico? Sin duda, lo admito. Pero el concepto está vinculado estrechamente a los sueños y a las exigencias de la mayor parte de la sociedad mexicana, frustrada por los excesos y las desviaciones de sus propios lupus, que alevosamente traicionan el poder que se les confía en las urnas.

Primero el proyecto, luego el candidato.
En ruta hacia el 2018, es menester que primero sea el proyecto y luego el candidato. Un proyecto consultado, investigado, emanado de aspiraciones, necesidades, deseos y urgencias de la ciudadanía. Esta debe ser la premisa rumbo a la elección presidencial del año próximo. No puede ni debe ser de otra manera.
Invertir el orden equivaldría a: 1) Mantener el caudillismo presidencial; 2) Imponer visiones y ambiciones personales, facciosas o de élite, por encima del beneficio colectivo; 2) Obstaculizar la reincorporación de ciudadanas y ciudadanos al poder de decisión que les ha sido arrebatado; 3) Continuar con el gatopardismo cínico, que simula cambios para que todo siga igual; 4) Postergar peligrosa e indefinidamente la profunda transformación que las mayorías reclaman para darle un nuevo rumbo a México.

¿Por qué primero el proyecto? Para que no vuelvan a repetirse transiciones huecas y simuladas como ocurrió en los años 2000 y 2006, cuando el poder se usó como simple moneda de cambio: “te lo presto y me lo devuelves”. La cruda resultó peor que la borrachera.

México sufrió entonces las consecuencias de un “alto vacío” (en toda la amplitud del término), y de un juego irresponsable con la paz pública, que a la fecha ha costado la muerte y desaparición de alrededor de 80 mil seres humanos.

Las transiciones democráticas de 2000 y 2006 pasaron a formar parte de la tragicomedia mexicana como episodios patéticos del abusivo e irresponsable ejercicio del poder. Ni Vicente Fox ni Felipe Calderón tenían (ni tienen a la fecha) proyecto de Nación. Heredaron de sus antecesores (y el gobierno actual es reflejo fiel de esa perversidad del sistema), eso sí, proyectos desnacionalizadores para desmantelar al país. No tienen visión de futuro, mucho menos de Estado.

Sin proyecto de gobierno, al poder público se le ha escurrido de las manos la vastísima riqueza nacional, humana y material que tiene México. El resultado de este dispendio ha sido la brutal pobreza de millones ante el insultante enriquecimiento de una minoría. Legítimo tal vez, pero no ético ni moral ante la miseria de tantos compatriotas.
Sin proyecto de Nación, el poder público no ha sabido cohesionar la complejidad ciudadana de la sociedad mexicana. Ha convertido al federalismo en botín de reyezuelos rapaces y arca inagotable de las bandas del crimen, y a los municipios en barriles sin fondo de la voracidad centrista.
Sin proyecto de Nación, México navega a la deriva, sin rumbo, con una tripulación mareada que intriga, trampea, da codazos, declara, se luce, aplaude, dominada por una sola ambición: reemplazar al timonel.
Transiciones como las que ha vivido (sufrido) México son nada sin un proyecto nacional viable. Está más que demostrado y probado. Por eso es necesario construir primero, para presentarlo al pueblo, el proyecto restaurador de Nación que necesita México. Sólido, viable, con respuestas claras para todas las preguntas. Por qué, para qué, y sobre todo cómo.

El candidato

Cuestionado y desprestigiado, el sistema de partidos vigente en México trató de consolidarse como factor de equilibrio ante la hegemonía que durante décadas usufructuó el PRI. Pero al consolidarse el binomio PRI-AN a partir del año 2000, la exclusión de cuanta reivindicación democrática propone la sociedad por conducto de la oposición representada en el Congreso de la Unión se convirtió en malsana costumbre. El PRI y Acción Nacional integran, pues, la partidocracia dominante.

Pero hoy no es suficiente con enunciar la derrota de la partidocracia en el 2018. Además del proyecto para México se necesita un candidato presidencial que asuma el compromiso de convertirlo en realidad, de llevarlo a los hechos. Ese candidato debe resultar de un consenso político y social amplio, sin precedentes, impulsado y apoyado por una gran alianza ciudadana que se ubique más allá de las ambiciones personales y de los intereses partidarios.
El ciudadano deberá ser, será el eje rector de la lucha política y electoral por México.

Para la ejecución de esta cruzada de nada sirven los adjetivos, las descalificaciones, las gracejadas pintorescas o las reiteradas muletillas discursivas. Es hora de democracia plena, de convencerse y luchar con humildad, pero con brío y perseverancia, para regresarle el poder al pueblo y servirlo.

Necesitamos los mexicanos que quien aspire a gobernar a México lo haga con responsabilidad, consciente del gran poder que le confiamos; que esté convencido del proyecto de Nación que va a enarbolar; que lo haga suyo y lo comprenda para que pueda explicar y transmitir al resto de los ciudadanos por qué y para qué quiere el poder presidencial, para qué quiere el más honorable de todos los puestos públicos: la Presidencia de la República. Alguien que tenga respuesta para los cómos:

Cómo podrá consumar el gran cambio; cómo va a terminar con la corrupción y la impunidad; cómo va a finiquitar la inequidad y la desigualdad; cómo va a lograr que la opulencia cínica (la mal habida) deje de ser una ofensa cotidiana para millones de mexicanos; cómo va a acabar con el déficit educativo; cómo va a lograr que la justicia no tenga favoritos ni protegidos desde el poder; cómo elevará la cultura cívica y política del pueblo; cómo le hará para mejorar la calidad ciudadana; cómo llevará a México a los niveles de bienestar soñados durante décadas.

Cómo, cómo, cómo…

En eso trabaja hoy Movimiento Ciudadano: un proyecto de, por y para México.