En el Llano
El espionaje es humano

Luis Gutiérrez

Luis Gutiérrez

«La corrupción es de orden cultural y humano”.

Esta sesuda frase, reusada después, se desprendió desde el léxico del poder. La dijo el jefe del Poder Ejecutivo en agosto de 2014 cuando el pestilente tema de la corrupción inundó la vida pública de México y apuntó a la matriz del sistema: el PRI.

El siempre recordado periodista Raúl Prieto (Nikito Nipongo), habría incorporado esas ocho palabras a su columna “Perlas japonesas”, añorado glosario de… tonterías.

Tres años después, el lunes 19 de junio de 2017, The New York Times puso sus reflectores sobre Los Pinos con una verdad tan sabida y conocida “que resulta tonto decirla” (verdad de Perogrullo, según Wikipedia): el gobierno mexicano espía a sus adversarios, particularmente periodistas y activistas.

El jefe de Gobierno aludido respondió tres días después, el jueves 22 de junio, con una mentira tan sabida y conocida que resultó tonto decirla: rechazó que el gobierno federal espía a periodistas, defensores de derechos humanos y a activistas; pidió que se aplique la ley a quienes acusan al gobierno de espionaje, porque el suyo “es un gobierno democrático, que respeta y tolera las voces críticas”.

Y como la pita estaba mal enredada, había que hacer más grande el embrollo. Poco después, esa misma tarde, se retractó: su gobierno no actuará en contra de quienes denunciaron presunto espionaje de su administración.

Y dijo más: aceptó que la mexicana es una sociedad que se siente espiada; “yo mismo como presidente de la República a veces recibo mensajes cuya fuente u origen desconozco, pero procuro, casi en todo, ser cuidadoso en lo que hablo telefónicamente”.

Si alguien acudiera hoy al oráculo enclavado en la ex hacienda de La Hormiga (léase Los Pinos) para que le explicaran con más claridad el escandaloso espionaje que durante décadas ha realizado el gobierno federal para amedrentar, menguar prestigios, chantajear, manipular o amenazar a destacadas voces críticas de los medios de comunicación, o bien, para descalificar a líderes sociales cuya necesaria disidencia legitima y enriquece la vida democrática del país, seguramente se le resbalarían otras perlas japonesas.

Acaso spionaggio è umano (espiar es humano), o exploratorem humanum est (es de humanos espiar).

El espionaje existe desde hace siglos. La Biblia narra cómo Moisés envió a Canaán a varios de sus hombres en misión de reconocimiento… aunque él murió antes de llegar a la tierra prometida. Escipión el Africano estableció una red de espías en el ejército de Aníbal para conseguir la victoria. En los siglos posteriores, reyes, emperadores y jefes de Estado convirtieron el espionaje en un servicio de inteligencia. Quedaron en la memoria histórica, entre muchos otros, los nombres de Joseph Fouché (Francia, finales del siglo XVIII y principios del XIX), a quien Stefan Zweig llamó “el genio tenebroso”; el de Lavrenti Beria, “el verdugo” y reformador stalinista…

Pero, ¿y México?
Da la impresión de que las fortunas (del presupuesto público, claro) invertidas en servicios de inteligencia para salvaguardar la “seguridad nacional”, han sido gasto inútil salvo para los casos descritos líneas atrás.

Para no ir muy lejos, con servicios de inteligencia profesionales, capacitados, incorruptibles, dispuestos a arriesgarlo todo por salvar a su país:

  • No hubieran quedado en la penumbra los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu (por mencionar solamente dos).
  • No habría ocurrido la matanza de Acteal.
  • Se hubiera evitado el levantamiento armado en Chiapas.
  • Se habría llegado al fondo en la emboscada criminal de Aguas Blancas.
  • Sabríamos los mexicanos toda la verdad sobre la vergüenza nacional por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa.
  • No habría sido el gobierno increíblemente omiso ante las denuncias reiteradas del Auditor Superior de la Federación cuando descubrió raterías de algunos gobernadores. El gobierno no habría permitido jamás que esos poderosos ladrones metieran sus manos impunemente en los bolsillos de millones de mexicanos.
  • Se habría acabado la práctica mafiosa, implantada por el PRI desde hace décadas, de vender protección e impunidad a sus gobernadores a cambio de la aportación de cuotas multimillonarias sustraídas al erario público para costear campañas electorales de sus candidatos (en todos los niveles).
  • En fin, no presenciaríamos hoy, con pena, las mentiras de Perogrullo de nuestros gobernantes.

¿Quiénes son? ¿Cuánto nos cuestan? ¿Quién los escogió? ¿Dónde están los responsables de nuestra “seguridad interior”? ¿Atentos a chismes de alcoba? ¿Pendientes de violatorias intervenciones telefónicas? ¿En el entretenido pero inútil y costoso güiri güiri que tanto, tantísimo daño le ha causado a México?