El Montaje Apocalíptico

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira
@MemoRochaL

Las acciones militares de la administración Trump deben ser entendidas en el marco de una campaña propagandística

La precaria legitimidad de Donald Trump, así como su pobre nivel de aceptación en la opinión pública estadounidense, provocaron que el magnate presidente y su equipo de campaña decidieran llevar a cabo acciones de política exterior para aumentar la popularidad del mandatario y mostrarlo como un líder fuerte y capaz.

Trump no es el primer presidente que recurre a acciones de política exterior para recuperar su deteriorada credibilidad. En el 2001, George W. Bush llegó a la presidencia con una cuestionada victoria durante el proceso electoral por evidentes irregularidades en el conteo de votos en el estado de Florida, gobernado por su hermano. Aunque fue necesaria la intervención de altas instancias judiciales para definir al ganador, el Tribunal Supremo decidió suspender el recuento de papeletas en Florida y nombró triunfador a W. Bush.

Los ataques al World Trade Center de Nueva York y el Pentágono “llegaron” en el momento perfecto para W. Bush y sirvieron para que el presidente justificara su cruzada contra Afganistán e Iraq por el supuesto desarrollo de armas químicas por parte del régimen de Saddam Hussein. El armamento no convencional nunca fue localizado ni por Estados Unidos ni por Naciones Unidas, mientras que la infructuosa cruzada dejó casi 73 mil soldados estadounidenses muertos, una zona inestable y el fortalecimiento de grupos terroristas como el Estado Islámico que se adueñaron de amplias zonas de Medio Oriente, entre ellas parte del territorio sirio.

En el mismo sentido, el ataque en Siria, el lanzamiento de la bomba MOAB en Afganistán y la movilización de portaviones hacia Corea del Norte por parte de la administración Trump son acciones que tienen que ser entendidas en el marco de una campaña propagandística, más que como una lucha o “guerra” estratégica.

El uso de armas químicas en Siria resultó ser el pretexto perfecto para que la administración Trump llevara a cabo un ataque contra instalaciones supuestamente estratégicas del gobierno de Al-Assad. En su discurso, el presidente Trump advirtió que “Estados Unidos no toleraría las acciones de un gobierno autoritario, ni el uso de armamento no convencional contra la población civil”. Estas acciones sirvieron al gobierno estadounidense para ganar credibilidad entre sus aliados, pero principalmente para que la administración actual se sacudiera la presión interna, producto de las investigaciones en contra del Partido Republicano y Donald Trump por su relación con el gobierno ruso durante la campaña presidencial.

El ataque a Siria parece una simulación en tanto que este gobierno es apoyado y soportado por Vladimir Putin, gran titiritero de la política internacional del siglo XXI, principal opositor de la Doctrina Obama, y gran amigo y aliado de Trump hace unos meses. En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la Federación Rusa expresó su descontento por la acción unilateral llevada a cabo por el ejército estadounidense en contra de su aliado.

Como lo advertimos en anteriores ediciones de El Ciudadano, el discurso xenófobo y racista del magnate presidente se agotaría rápidamente porque sus amenazas y “tweets mañaneros” no se sostienen con acciones reales y creíbles para la opinión pública. Frente al acoso de los medios de comunicación por los supuestos vínculos de su equipo de campaña con el gobierno ruso, su administración decidió reorientar sus amenazas hacia el antiguo “Eje del Mal”, bautizado así por su homólogo George W. Bush, integrado por países entre los que se encuentran Irán, Siria, Corea del Norte y Yemen.

Después del ataque en Siria, Estados Unidos decidió lanzar en Afganistán una bomba MOAB, conocida como “La madre de todas las bombas”, como parte de su estrategia contra el yihadismo mundial y grupos terroristas en la región. Por otra parte, los misiles lanzados por Corea del Norte en el Mar de Japón el 6 de marzo fueron el pretexto ideal para que Donald Trump ordenara un despliegue militar naval y aéreo que amenazara y disuadiera al régimen de Kim Jong Un.

Esta muestra de fuerza no es exclusiva de Donald Trump y representa una continuidad intervencionista en la política exterior estadounidense, así como Bill Clinton ordenó los bombardeos estratégicos en Sudán y la antigua ex Yugoslavia, y Obama realizó una intervención directa en Libia.

La opinión pública mundial y los medios de comunicación se mostraron preocupados por la tensión en la zona debido al peligro que podría provocar el enfrentamiento directo entre los actores involucrados, entre los que hay que agregar a China como país aliado de Corea del Norte. La supuesta movilización de los destructores y caza estadounidenses a la península, así como el despliegue militar norcoreano, hicieron recordar a muchos la tensión que se vivió en 1962 cuando misiles soviéticos se disponían a llegar a Cuba.

Lo que acontece en la península norcoreana, lejos de representar un momento apocalíptico, demuestra una vez más que estamos frente a una campaña propagandística alentada por la desinformación de medios de comunicación y las redes sociales. Medios internacionales reconocidos como el Washington Post y The New York Times revelaron que el portaviones USS Carl Vinson navegó en dirección contraria a Corea del Norte, hacia el Océano Índico, para participar en unas maniobras conjuntas con la marina australiana, por lo que todo fue un “montaje” o un “engaño”, como lo calificó el periódico El País en su portal de Internet (Consultar: http://bit.ly/2oLluTs).

El objetivo de Donald Trump no es acabar con los regímenes autoritarios de Siria y Corea del Norte, sobre todo cuando ambos países son apoyados por Rusia y China, países cuya alianza define las relaciones internacionales en el siglo XXI.

El “montaje” de la amenaza bélica de Trump es el escenario perfecto para un régimen norcoreano cuyo sistema político fue construido con base en “la amenaza externa capitalista”. Desde Kim Il Sung, abuelo del presidente actual, la orientación socialista coreana ha sobrevivido en una burbuja totalitaria de excesos, represión, militarismo y simulación. En los últimos días, el régimen norcoreano transmitió un ataque simulado a Estados Unidos en el único canal de televisión del país. En las imágenes se observa cómo un misil balístico norcoreano impacta a una ciudad estadounidense (Ver: http://bit.ly/2pZM2Qe). Sin lugar a dudas, el discurso amenazante de Trump es y será uno de los capítulos más interesantes y gloriosos de la “Gran película de guerra norcoreana” que dirige otro gran simulador de la política mundial como lo es Kim Jon Un.

Este “engaño apocalíptico mundial” beneficia principalmente a los complejos militares industriales en el mundo y fortalece el militarismo de países como Siria y Corea del Norte. Por otra parte, justifica el incremento del gasto militar de las principales potencias exportadoras de armamento convencional y no convencional, como Estados Unidos y Rusia. En este momento, “la guerra termonuclear” es un montaje propagandístico, pero la continuación de la carrera armamentista puede provocar que en el futuro inmediato más potencias medias importen tecnología de países desarrollados para impulsar proyectos militares con armas nucleares, químicas y biológicas que pongan en peligro a la aldea global.