Sin velas, sin timón, sin timonel, sin rumbo

luis gutierrez

Luis Gutiérrez

Sin velas, sin timón, sin timonel, sin rumbo, México navega a la deriva o peor aún: hacia lo que muchos analistas barruntan puede ser un desastre.

Si bien sería una necedad negar los avances que ha registrado México, ello no excluye señalar que la ineficiencia, la corrupción, la falta de visión y la ausencia de un proyecto de Nación, impiden a nuestro país avanzar tan de prisa como lo reclama el mundo contemporáneo.

Los cambios recientes en el gabinete y en la conducción del partido en el poder no apuntan a una corrección, mucho menos a una revisión responsable del modelo económico que ha hundido en la pobreza y la marginación a más de 60 millones de mexicanos.

Tampoco apuntan a la mesura en la opulencia en beneficio del bienestar social, ni a la instauración de la justicia fiscal, el combate a la corrupción, a reducir la inequidad y la desigualdad.

No es así. Como fieles intérpretes de la consigna lampedusiana en Il Gattopardo: “que todo cambie para que todo siga igual”, los cambios apuntan infinitamente a mucho menos: a que el gobierno y su partido conserven en 2017 el poder en el Estado de México (la joya de la corona, la elección del orgullo), para catapultar en 2018 lo que hoy parece empresa difícil: mantener la Presidencia de la República.

Cuatro años después de que la actual administración llegó al poder, y a veinticuatro meses de que lo entregue, no hay proyecto de Nación tangible.

Se desmorona la retórica que desde 1981 le ha recetado la élite sexenal y transexenal a la economía mexicana. Todo confluye: fracasos, inseguridad, rechazo, impopularidad, corrupción, impunidad e ineficacia gubernamental… y el recuento podría ser mayor. Es aconsejable un repaso, así sea a vuelo de pájaro (porque el tema da para miles de páginas), a los hechos.

La apuesta por el petróleo

Sin velas, sin timón, sin timonel, sin rumbo, México navega a la deriva o peor aún: hacia lo que muchos analistas barruntan puede ser un desastre.

Los ferrocarriles fueron desmantelados, no hay industria acerera, más del 80% del sistema bancario nacional está en manos extranjeras, los puertos están desconectados de las redes de distribución (excepto las del narcotráfico).

En miles de spots, el gobierno federal presume hoy “la buena noticia” de que en lo que va de la administración (cuatro años) ha creado 400 mil empleos, cuando el país requiere de por lo menos un millón al año.

El observatorio económico México, ¿Cómo Vamos?, informó hace cuatro meses que en los últimos dieciocho años se han creado 7 millones 656 mil puestos de trabajo; sin embargo, entre 1997 y 2015 se generó un déficit de 15 millones de empleos formales. Hace apenas cuatro años, el ex secretario del Trabajo, Javier Lozano, reconoció que México requería generar, por lo menos, 800 mil nuevos empleos formales para atender las necesidades del mercado laboral.

¿Hay algo para festejar?

El derroche en la abundancia

A mediados de los años 70 se descubrieron vastos yacimientos petroleros que indujeron a la euforia al presidente José López Portillo (ex secretario de Hacienda), en cuanto llegó al poder: los mexicanos tenían que prepararse para “administrar la abundancia”, dijo. Incluso estableció para su sexenio (1976-1982) las bases de un ambicioso programa de inversión por 15 mil 500 millones de dólares en Pemex, que incluía la construcción de 100 refinerías y plantas petroquímicas, así como fuertes flujos de inversión pública en ciencia y tecnología para forjar investigadores competitivos.

Pero la apuesta económica del siglo se esfumó y el gozo desapareció en el pozo negro de “los veneros del diablo”. En 1980 empezaron a desplomarse los precios del combustible, problema que se agudizó en 1981 combinado con la fiebre especulativa contra el peso. Crecieron el despilfarro de la abundancia y la deuda pública.

En su desesperación, López Portillo depreció el peso (vendrían más devaluaciones), suspendió el pago de la deuda externa, nacionalizó la banca e intervino el mercado de cambios. La fuga de miles de millones de dólares no se hizo esperar, y con ellos también desaparecieron los prestamistas internacionales. Además, las continuas devaluaciones dispararon la inflación, que en 1987 ya registraba un crecimiento de casi 160% anual.

La debacle le pegó duro al campo mexicano. Otro sueño, “la raza cósmica” concebida por José Vasconcelos en indígenas y campesinos, se desvaneció. Llegó a 20 millones la cifra de mexicanos que se fueron al norte en busca de trabajo. Dejaron tras de sí parcelas que hoy todavía se miden por surco y sólo producen hambre. Estos compatriotas no caben en el modelo neoliberal al que se aferran nuestros gobernantes desde hace casi cuarenta años, empeñados en que les cuadren los indicadores macroeconómicos.

En números, la crisis de 1982 culminó con un sexenio en el que la devaluación llegó a 3,000%; la inflación creció 4,030%; el poder adquisitivo bajó 70%; el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita disminuyó 10%; condenadas a la extinción, las paraestatales se redujeron de 1,155 a 413.

En brazos del libre comercio

Sin capital, endeudado, con inversionistas desconfiados y los precios del petróleo por los suelos, llegó a la Presidencia de la República Miguel de la Madrid Hurtado (ex subsecretario de Hacienda y ex secretario de Programación y Presupuesto). Él y sus asesores vieron en el adelgazamiento del Estado y en el mercado libre orientado a las exportaciones una tabla de salvación.

Llegó a México el “dejar hacer” que implicó apertura comercial; libre competencia; escasa o nula intervención del Estado en la economía; libre circulación de mercancías, capitales y personas; desincorporación de las empresas paraestatales; crecimiento económico con equilibrio financiero, comercial y gubernamental.

Y una regla adicional: el mercado internacional tiene prioridad sobre el mercado interno.

Al principio no le fue mal a México con esta nueva camisa de fuerza, salvo por algunos detalles que se dejaron pasar por alto y causaron un gravoso efecto social, como el de supeditar el interés nacional a los apetitos de un mercado que, aun siendo necesario, no estaba entonces ni está hoy debidamente regulado. Las grandes potencias actúan a su antojo, por encima de los tratados comerciales firmados.

Nuestro país llegó a ocupar el 13° lugar entre las economías más grandes del mundo (en 2001 fue la novena).Con estabilidad macroeconómica redujo inflación y tasas de interés. Y sin embargo, siguió la brecha entre ricos y pobres y se ensanchó cada vez más. Según los expertos, el país siguió y sigue estancado en el mejoramiento de la infraestructura, en la modernización del sistema tributario y las leyes laborales, y en la reducción de la desigualdad del ingreso.
En brazos del libre comercio, en 1986 México entró al GATT (General Agreement on Tariffs and Trade, por sus siglas en inglés), o Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles.

Carlos Salinas de Gortari, sucesor de Miguel de la Madrid, privatizó la mayoría de las empresas que habían sido nacionalizadas por López Portillo, excepto las protegidas por la Constitución: la petrolera y la energética. En 1992 firmó con Estados Unidos y Canadá el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), que entró en vigor en enero de 1994; controló incrementos de precios, permitió pequeños aumentos salariales e hizo disminuir un poco la inflación, pero en cambio bajó el crecimiento económico a 2.8% y aumentó la desigualdad del ingreso.

Para financiar la deuda pública y pagarla en dólares, el gobierno salinista diseñó los Tesobonos, pero el levantamiento armado del subcomandante Marcos en Chiapas y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, todo ello en 1994, ahuyentaron los capitales, los inversionistas se deshicieron de los Tesobonos y agotaron las reservas del Banco de México.

IPAB, el atraco

En 1990 fue creado el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa). Eran reservas de contingencia creadas por el gobierno mexicano (con el apoyo de los partidos políticos dominantes), para hacer frente a adversidades financieras imprevistas.

En 1998, bajo la presidencia de Ernesto Zedillo, el Fobaproa cambió su nombre al de Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB). Sin embargo, Zedillo usó los recursos de ese fondo para salvar a bancos privados en quiebra, causada en varios casos por malos manejos de sus propietarios. Muchas de esas anomalías quedaron impunes.

Lo grave es que con esa medida, Ernesto Zedillo convirtió en deuda pública, esto es, en deuda de los mexicanos, las pérdidas económicas de los bancos privados. Sus montos son y serán una pesada e injusta lápida para generaciones de mexicanos.

En la operación del IPAB quedaron expuestas las redes de intereses privados y públicos que hay entre las élites del poder.
Para colmo de males, Ernesto Zedillo puso el peso a flotar apenas llegó al poder en diciembre de 1994 (acción llamada por Salinas “el error de diciembre”) y México entró en recesión en 1995. Llegó entonces otra tabla de salvación para México, formada por el crecimiento súbito de las exportaciones y por un paquete de ayuda emergente puesto a disposición de México por el entonces presidente de Estados Unidos, William Clinton.

“YA, YA, YA”, “HOY, HOY, HOY”

Un talentoso publicista, Santiago Pando, diseñó la estrategia publicitaria para hacer ganar a Vicente Fox en las elecciones presidenciales del 2000. Hizo célebres dos frases preliminares: “ya, ya, ya” y “hoy, hoy, hoy”, que remató el 2 de julio de ese año con un “Ya ganamos”.

La gente no votó por Vicente Fox, sino por una transición en el poder que se tradujera en cambio. Tal había sido la principal promesa de campaña del guanajuatense… pero el cambio nunca llegó, todo quedó en insípida transición. En el arrebato popular, bajo 15 millones 989 mil 636 boletas emitidas a favor del candidato presidencial del PAN, ese domingo 2 de julio del 2000 quedó aletargado un quimérico proyecto de Nación.

El espectacular triunfo de Fox generó expectativas que nunca fueron satisfechas. Al igual que Ernesto Zedillo, empresario al fin y al cabo, Fox continuó entusiasmado con el libre comercio y con el modesto superávit alcanzado por la economía. No hubo inversión pública significativa en proyectos productivos, en educación, pero sí puertas abiertas, sin taxativas, al capital privado.

Al igual que ocurrió con sus antecesores, Fox no supo construir un proyecto de Nación acorde con las urgencias y necesidades de la sociedad mexicana, si bien hay que considerar que, en la euforia, el hartazgo ciudadano dejó “para después” la promesa de cambio.

Al igual que ocurrió con varios de sus antecesores (y con los dos que le sucedieron en el cargo), con Fox (y la familia) el espejismo del poder y del dinero jugaron su rol. Se olvidó el compromiso con los ciudadanos y, con él, el proyecto. Siempre con la mente puesta en la capacidad exportadora (puertos, aeropuertos, autopistas), carentes de visión de Estado y sensibilidad social, hace años que la élite en el poder ha convertido algunos programas sociales en simples estrategias electoreras, repartidoras de dinero.

La guerra contra el crimen

Enfundado en un uniforme militar que le quedó muy grande, el gobierno de Felipe Calderón fue un sexenio de medianías. Sacó al Ejército y a la Armada para cubrir, sin capacitación, las deficiencias graves en materia de seguridad pública. Expuso a marinos y soldados al contagio de la corrupción.

Sin estrategia alguna, sin ir a las raíces del mal (educación, cultura, corrupción, complicidades del poder), le declaró la guerra al crimen organizado a unos días de asumir la Presidencia de la República. El resultado ha bañado en sangre a vastas regiones del país. Hay miles de muertos y desaparecidos, las bandas se multiplican a la par de los secuestros, las torturas y las violaciones a los derechos humanos; el contagio llegó ya a los altos mandos castrenses, policiacos, judiciales. La violencia agudiza el desplazamiento de comunidades enteras.

En su administración se crearon 2 millones 182 mil plazas nuevas que apenas alcanzaron para atender el 45.45% de las necesidades de México en materia laboral. Otros saldos negativos fueron el fracaso multimillonario del proyecto aceitero de Chicontepec; el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora (2009) en el que murieron 49 niñas y niños; la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro (2009) que dejó sin trabajo a 44 mil trabajadores, muchos de los cuales están recibiendo su liquidación siete años después; el torpe manejo del caso de la francesa Florence Cassez; la fosa clandestina con 72 migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas; el atentado impune al Casino Royale de Monterrey, con 52 muertos.

La costosa e inútil construcción de la Estela de Luz en pleno Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, no hizo más que acentuar la oscuridad del sexenio que precedió al actual.

2012-2018

En este somero balance, muchos sucesos quedan inevitablemente fuera del recuento: migrantes y remesas, salud, educación, inversión social, industria, agricultura, medio ambiente… A la luz (o en la oscuridad) de los cambios, ¿qué escenario tienen hoy ante sí casi 120 millones de mexicanos?

La realidad, nutrida por datos oficiales, es que México va mal con sus 60 millones de pobres, 10 millones de indigentes, 7 millones de ninis, 10 millones de habitantes sin agua potable, deuda interna neta del gobierno federal de 4 billones 858 mil 300 millones de pesos (julio de 2016), más de 4.5 millones de desempleados, 9 de cada 10 aspirantes a licenciatura rechazados en las mejores instituciones públicas de educación superior en el país. Y no es que reprueben el examen de acceso, sino que no hay cupo para ellos… Y más. Mucho más.

Añádase a este escenario la “percepción ciudadana” (palabra que tanto disgusta a los oficiantes del poder público), de que en México es letra muerta el mandato constitucional que obliga al Estado a garantizar la seguridad de todos los ciudadanos.

Cambios en el gobierno… ¿Hacia dónde? ¿Por qué? ¿Para qué?

Para que todo siga igual.