Para entender el Brexit

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira

El éxito del Brexit ha despertado una peligrosa eurofobia que podría desencadenar la balcanización de la UE

El referendum histórico que marca la salida del Reino Unido (RU) de la Unión Europea, conocido popularmente como Brexit, evidenció a una Europa en crisis, dividida y paralizada.

La gran consulta tuvo lugar el 23 de junio último y consistió en una pregunta muy sencilla para el electorado británico: ¿Debería el Reino Unido seguir siendo miembro de la Unión Europea? Los resultados mostraron que el 52% de los votantes decidieron que RU debe salir de la Unión Europea (UE). De los 17 millones 410 mil 472 que apoyaron el Brexit, la gran mayoría tiene más de 30 años de edad y formación académica básica. En el referéndum participó el 72% del electorado; además, uno de cada tres jóvenes apoyó esta tendencia separatista.

El Brexit marcará un antes y un después en la historia de las relaciones intereuropeas e internacionales. Para la UE, constituye un doloroso parteaguas, ya que por primera vez un país miembro decide separarse.

En primer lugar, los resultados de la consulta deben interpretarse como la “fractura de las élites”. Esta eventual separación británica va más allá de la desintegración del mercado común europeo y trastoca el pacto fundacional. Desde la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), en 1951, los seis países fundadores (Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo) decidieron avanzar sobre la base de los principios de solidaridad y cooperación intergubernamental cuyo objetivo principal sería el bienestar, la estabilidad y la paz regional.

La salida repentina de una potencia como RU pone fin a 65 años de expansión y crecimiento continuo, y provocará un nuevo equilibro de fuerzas políticas de los países líderes de la UE. Para algunos analistas, como el doctor Alfredo Jalife-Rahme, este suceso forma parte de un nuevo reordenamiento geoestratégico mundial, tan relevante para la historia europea e internacional como la caída del Muro de Berlín o la derrota de Napoleón en Waterloo. En este sentido, el Brexit puede ser la primera señal de la desintegración gradual de la Eurozona.

El Brexit debe ser entendido como una lucha de intereses partidistas en la que es evidente la fractura interna del Partido Conservador. Desde la década de los setenta, con Margaret Thatcher en el gobierno, esta fuerza política se asumió como euroescéptica y reservada frente al proceso de integración total en la UE. Este escepticismo caracterizó la política británica frente a sus aliados europeos, motivo por el cual RU nunca sustituyó a la libra esterlina por el Euro como moneda oficial.

Para muchos analistas, el primer ministro David Cameron cometió un error estratégico al convocar al referéndum. Desde 2015 negoció con los ministros de la UE cláusulas económicas especiales para el Reino Unido y buscó chantajear a sus aliados europeos con la posible salida de su país de la Eurozona. Paradójicamente, fue Boris Johnson, ex alcalde de Londres e integrante también del partido conservador, uno de los principales promotores del Brexit. Otros políticos como Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido, aprovecharon electoralmente la coyuntura del Brexit para consolidarse. La Reina Isabel II cuestionó la continuidad de RU en el proyecto común europeo cuando preguntó: “Dadme tres buenas razones, ¿por qué el Reino Unido debería ser parte de Europa?” Estas declaraciones expresadas por la Jefa de Estado en una reunión privada, fueron confirmadas por el biógrafo real Robert Lacey, y publicadas por los medios de comunicación días antes del referéndum.

Muchos partidos europeos de centro-derecha utilizan el caso británico para reforzar su plataforma político-electoral. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional en Francia y Geert Wilders, líder de la derecha holandesa, aprovecharon la oportunidad para pedir un referéndum separatista en sus respectivos países. Sin lugar a dudas, el éxito del Brexit ha despertado una peligrosa eurofobia que podría desencadenar la balcanización de la UE.
Por otra parte, el apretado resultado del Brexit mostró a una sociedad polarizada entre los sentimientos nacionalistas y la visión eurocentrista, cuyo común denominador es una ciudadanía cansada y decepcionada de su gobierno y los pobres resultados económicos que ofrece una estancada UE.

El descontento de gran parte de la sociedad británica es similar al que tienen otros ciudadanos europeos de Alemania, Holanda e Italia, que sienten que “cargan” con los problemas de otras naciones que han ingresado a la UE. Economías frágiles y endeudadas, debilidad institucional, desempleo y migraciones masivas por parte de las naciones de reciente ingreso, son algunos de los problemas que afectan a los países fundadores y a la misma Eurozona. Por otra parte, países como Grecia e Irlanda tienen que aceptar las medidas injustas que les imponen las instituciones centrales europeas, aunque esto vaya en detrimento del bienestar de sus nacionales.

La continuidad de la UE está en una encrucijada porque ni los ciudadanos ni sus gobernantes están convencidos del “beneficio mutuo y colectivo”. La crisis viene desde arriba, desde la élite y las potencias, pero también desde abajo, desde los ciudadanos y las naciones menos desarrolladas que integran la Eurozona. El fracaso de la UE es político, pero también económico, porque no han podido revertir la imperante desigualdad y el desempleo que sufre la ciudadanía.
El Brexit viene a reforzar la política exterior que ha seguido RU durante toda su historia. Las acciones de la monarquía insular se han opuesto desde siempre a las decisiones del concierto europeo continental. En el Siglo XIX resistió el bloqueo napoleónico cargado de ideas revolucionarias y republicanas, y posteriormente se opuso a la creación de la Santa Alianza ruso-prusiana, que añoraba el regreso de modelos arcaicos y feudales. El Brexit demuestra una vez más que la mejor política británica es aquella que mantiene a “Reino Unido cerca de Europa, pero no dentro de Europa”. Es intolerable para la sociedad británica y el gobierno monárquico que las principales decisiones se tomen desde Bruselas.
Es necesario recordar que RU nunca estuvo a favor de una integración total en la que existieran instituciones supranacionales. La posición británica buscaba fortalecer una zona de libre comercio que trajera beneficios económicos a la Eurozona. La misma ex ministra Margaret Thatcher afirmaba: “Estoy en contra de un mayor grado de integración, pero nunca dejaré fuera a Gran Bretaña del tren europeo”. Después de 30 años, fue la misma sociedad la que decidió bajarse de un tren que tuvo muchas promesas y pocos resultados.

El Brexit dejó ganadores y perdedores. El nacionalismo, la desintegración, el separatismo y la fiebre eurofóbica-antiglobalizadora se impusieron al europeísmo, el supranacionalismo y la solidaridad. Perdió el mercado común de la UE, que dejará ir a una economía sólida como la británica y el Euro, que muy probablemente deje de ser una moneda de referencia internacional. También perdieron Francia y Alemania, particularmente la política monetarista y el liderazgo de Angela Merkel fracasaron. Ganaron los separatistas, los neoconservadores y globalifóbicos. Otros países, como China y Rusia, también se benefician con el debilitamiento económico y político de la UE.

mas-contenido-brexitEste referéndum histórico fue un golpe muy duro para una UE cuyo mayor logro es y sigue siendo mantener la paz en la región. Imaginar la desintegración gradual de la Unión Europea es regresar a la vieja Europa de bloques y conflictos intraeuropeos. Los gobiernos, incluido el británico, tendrán un enorme reto por delante. El futuro de Europa oscila peligrosamente entre la cooperación y el conflicto.