Cambio climático, desafío global

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira

Cinco países producen la mitad de emisiones de dióxido de carbono en el mundo. México, en el lugar 13

La contingencia ambiental en la que se encuentra la Zona Metropolitana del Valle de México debe entenderse en un contexto de degradación mundial: la sobreexplotación de recursos naturales, el uso desenfrenado de combustibles fósiles, la caza indiscriminada de especies animales, la deforestación, la acelerada industrialización, el desordenado crecimiento urbano, así como la emisión de gases contaminantes, han provocado el deterioro ambiental de la Tierra. La humanidad enfrenta su mayor amenaza y la permanencia de la vida en el planeta está en riesgo.

El calentamiento global se aproxima como la mayor amenaza para la aldea global. Está científicamente comprobado el aumento de la temperatura de la atmósfera desde el siglo XIX, como resultado de los gases de efecto invernadero generados por el uso indiscriminado de combustibles fósiles. El 43% de las emisiones que llegan a la atmósfera provienen del carbón y el 33% se origina por el petróleo y sus derivados.

En 2015, la Oficina Meteorológica Mundial (OMM) advirtió que la concentración media de dióxido de carbono en la atmósfera superaba las 400 partículas por millón frente a las 278 que prevalecían hace dos siglos. De acuerdo a los estudios de este organismo internacional, el planeta alcanzó semejantes niveles de dióxido de carbono hace más de tres millones de años, cuando no existía hielo en el Ártico.

Por 650 mil años la concentración de CO2 no había rebasado las 300 partículas, como sucede desde hace seis décadas.

En los últimos mil 300 años no se habían observado variaciones tan dramáticas en el incremento de la temperatura global. Desde que existen métricas confiables, es posible establecer que la temperatura global se incrementó más de un grado en los últimos 150 años. Desde 1981 se han registrado los 20 años más calurosos y, según de la OMM, 2015 fue el año con la temperatura global más alta en la historia.

En el portal de la NASA es posible encontrar evidencias científicas que demuestran la amenaza que representa el calentamiento global. Las placas de hielo en la zona ártica, así como los glaciares, han disminuido significativamente. El hielo ártico se reduce 13% cada década; entre 2002 y 2005 Groenlandia perdió 287 toneladas métricas, mientras que la zona Antártica perdió hasta 134 billones de toneladas métricas cada año. La desaparición gradual de los casquetes polares provocó que en el siglo anterior el nivel del mar aumentara 17 centímetros; la temperatura promedio de los océanos se incrementó .3 grados Fahrenheit, mientras que la acidez de las aguas superficiales aumentó en un 30% como producto de la concentración de dióxido de carbono. De forma constante el nivel del mar se incrementa en promedio 3.4 milímetros. La agencia espacial estadounidense confirma que el mismo calentamiento global genera climas extremos como sequías y olas de calor, florecimiento prematuro, cambios en los patrones de las precipitaciones, aumento en la frecuencia de tornados, tormentas y huracanes categoría 4 y 5, así como inundaciones y tsunamis.

Si esta tendencia continúa, la proyección para 2100 es la desaparición de los casquetes polares, el aumento del nivel del mar hasta en 1.2 metros y el aumento de 2.7 grados en la temperatura global. El cambio climático, la calidad del aire y la disminución del ozono estratégico requieren acciones colectivas urgentes. Según la Agencia Internacional de la Energía se ha pronosticado un aumento de hasta 130% de las emisiones contaminantes para 2050.

El hombre ha sido el principal agente degradante de su propio entorno. El desarrollo industrializador y el desenfrenado crecimiento de la población mundial han representado un binomio devastador. El deterioro del medio ambiente incide en los niveles de desigualdad, pobreza alimentaria, incremento de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como migraciones forzadas masivas en casi todas las regiones del mundo. El intenso comercio internacional en el último siglo, el avance de las telecomunicaciones y la pobre planeación urbana han provocado que los problemas relacionados con la contaminación se focalicen en algunas regiones y sean directamente proporcionales a la concentración poblacional en las ciudades. Son más de 7 mil millones de personas las que obligan a una demanda creciente de bienes, servicios y energía que aceleran la producción, movilización y consumo. Según Maddison, la producción económica global creció más de 20 veces, lo que provoca presiones ambientales en regiones industrializadas.

La degradación ambiental en el planeta va de la mano de una crisis política y moral de la sociedad moderna. La débil gobernanza global, la fragilidad institucional, así como la corrupción y la incompetencia de gobernantes han provocado la subordinación del interés público a intereses corporativos, particulares y trasnacionales, que han puesto en riesgo a poblaciones enteras. La violación sistemática de normas jurídicas ambientales nacionales e internacionales por parte de empresas, así como el acoso y la represión de gobiernos contra grupos ambientalistas y ecologistas agravan el contexto ambiental-social.

La oligarquía económica financiera mundial minimiza los riesgos del calentamiento global e ignora las demandas de millones de ciudadanos que sufren en sus comunidades las consecuencias negativas del cambio climático. La irresponsabilidad de las corporaciones en contubernio con gobernantes insensibles permitió la devastación de amplias zonas naturales, así como el despojo de tierras a pueblos y grupos originarios en todos los continentes. Los gobiernos comparsas de la destrucción ambiental han solapado los excesos de particulares que reciben protección y contratos millonarios.

La falta de información en la sociedad, así como el desinterés y la pobre organización ciudadana, han provocado que la degradación ambiental sea más rápida. No existe un esfuerzo colectivo entre gobiernos, empresas y ciudadanos que busque revertir la situación actual y son pocos los que se han preocupado por salvar al planeta. Cosechamos lo que sembramos, la ley del karma regresa como visión apocalíptica y la naturaleza nos da una lección en la medida de nuestras acciones, descuidos y omisiones.

Según el informe GEO5 del programa PNUMA de Naciones Unidas, el consumo y la producción son estables en países desarrollados; sin embargo, en  economías emergentes como las de Brasil, China, India y México, el uso de recursos per cápita y los impactos ambientales asociados se incrementaron desde el año 2000, mientras que los países menos desarrollados comenzaron la transición hacia niveles de consumo elevados que tienen un impacto negativo en sus ecosistemas. Los niveles de partículas contaminantes se encuentran en niveles históricos en Asia y América Latina debido a que los países emergentes o en vías de desarrollo son los más contaminantes. Cinco países producen la mitad de emisiones de dióxido de carbono en el mundo: China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón.

De acuerdo a la estadística más reciente publicada en el portal del Banco Mundial, se producen globalmente alrededor de 34 millones de toneladas métricas de CO2, de las cuales una tercera parte tiene su origen en Asia y Pacífico, región que cuenta con seis de los diez países con mayor índice de contaminación. Los países miembros de la OCDE producen 13 millones de toneladas métricas, mientras que la Unión Europea genera aproximadamente 3 millones de toneladas métricas de CO2.

Desde el 2001, la República Popular China es la segunda economía más importante del mundo con un crecimiento de 10% anual y es el mayor emisor de gases invernadero. Su sobrepoblación en regiones específicas, así como su dinamismo económico y comercial, provocaron que en 2011 superara la barrera de las 9 millones de toneladas métricas de CO2, equivalentes a la cuarta parte de los gases invernadero en el mundo.

La contaminación en China fue tema de discusión en la reciente Cumbre de París, y  la reducción de sus emisiones de carbón se convirtió en un tema de seguridad ambiental internacional. El 16% de sus tierras y el 90% del agua subterránea del país están contaminadas. El caso chino es un ejemplo extremo de contaminación y deterioro ambiental en un país industrializado: como producto de la mala calidad del aire, mueren por enfermedades respiratorias 700 mil chinos anualmente; tan sólo en la capital Beijing, las partículas menores son cinco veces superiores al promedio nacional y 12 veces superiores al límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Esta situación crítica obligó al gobierno chino a imponer medidas radicales como la prohibición de salir a la calle a 400 millones de personas distribuidas en 52 ciudades. La estadística del Banco Mundial es contundente: 20 de las ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en China. En medio siglo el país asiático perdió la mitad de sus ríos y lagos, por lo que se pronostica que para 2030 se habrá agotado la mayoría de sus fuentes hidrológicas. La vida en la nación más contaminada del mundo es un reflejo del deterioro ambiental que vive nuestro planeta.

A nivel global Estados Unidos es el segundo país con mayores emisiones de CO2, con 5 millones de toneladas métricas producidas en un año. Su proceso industrializador se basa en fuentes de energía contaminantes derivadas de la industria petrolera, eléctrica y nuclear. Cuenta con más de 600 centrales eléctricas y es el mayor productor de gas.

La India es el tercer país con mayor producción de gases contaminantes. Se calcula que en la próxima década superará a la Unión Europea en emisiones de CO2. Su crecimiento acelerado en las últimas décadas ha tenido un costo muy alto para su población, ya que la contaminación acorta la vida de 660 millones de personas. Nueva Delhi tiene el aire más contaminado del mundo, que provoca 10 mil fallecimientos prematuros al año. Según las estadísticas de la OMS los decesos por enfermedades respiratorias generadas por la contaminación provocan la muerte de 7 millones de personas, lo que significa más defunciones que las causadas por malaria, tuberculosis y SIDA juntos.

Este gigantesco país asiático produce aproximadamente 2 millones de toneladas métricas por año. Le siguen Rusia con 1 millón 800 mil toneladas métricas y Japón con 1 millón de toneladas métricas anuales. El desarrollo de los países industrializados es proporcional a las emisiones de dióxido de carbono que emiten. Alemania es el país con el mayor PIB de la zona euro y el que tiene mayores niveles de CO2. En el continente africano, Sudáfrica ocupa el lugar 11 a nivel mundial y en América Latina, México es el país con mayores emisiones de CO2 por encima de Brasil, Venezuela y Argentina. Como lo muestran las estadísticas del Banco Mundial, nuestra nación es la número 13 en emisiones contaminantes con 466 mil toneladas métricas anuales y somos responsables del 1.35% de las emisiones de CO2 globales.

Para revertir el deterioro ambiental se requiere una acción colectiva obligada de todos los actores que conforman la sociedad internacional:  gobiernos, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, asociaciones civiles, pero principalmente se requiere de la voluntad de todos los habitantes de la aldea global. Sólo un cambio de paradigma que surja desde la ciudadanía podrá revertir en cada aldea, pueblo, comunidad o ciudad la degradación de nuestro entorno. Frente a una sobrepoblación mundial y una desigualdad creciente, sólo un esfuerzo que emerja desde la ciudadanía puede constituir un auténtico movimiento global por la naturaleza que dé respuesta a las diversas necesidades regionales.

La sociedad y los gobiernos están llevando a cabo acciones para revertir el deterioro ambiental: en el caso de los países desarrollados se impulsan políticas, normas y mecanismos de financiamiento que garanticen una “gobernanza ambiental”,  entre las que se pueden mencionar: la combinación de instrumentos tecnológicos; la implementación de incentivos económicos y beneficios fiscales a empresas y organizaciones; la ejecución de proyectos de “economías verdes” que busquen el desarrollo sostenible y la erradicación de la desigualdad; el uso de fuentes de energía renovables; la racionalización y el manejo eficiente de los recursos naturales; la incorporación de servicios ecosistémicos en la  toma de decisiones del sector privado; la protección de especies en peligro de extinción;  la eliminación de subsidios perjudiciales; así como la participación ciudadana y comunitaria en todos los niveles.  Mecanismos y estructuras gubernamentales fuertes, así como el reconocimiento y aplicación del derecho ambiental internacional serán fundamentales para salvar al planeta en este siglo. Aún estamos a tiempo.