Borges y Borges

Borges y Borges
Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico […] Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica”.

La líneas anteriores pertenecen al célebre poema “Borges y yo”, escritas por el escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986). Y es que este erudito de la literatura universal utilizó tantas veces su apellido para nombrar a personajes de sus obras, que es probable que finalmente, haya sido más célebre el personaje que el hombre, es decir, más famoso Borges que Borges, un entramado complicado como los que a él le gustaba desmenuzar.

El autor de Historia universal de la infamia, estuvo en contacto con la literatura desde muy niño. Su padre Jorge Guillermo Borges, impartió clases de psicología y era un gran lector, tenía una biblioteca inmensa, “él me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no solo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música”, declaró alguna vez Borges, quien también dijo que si tuviera que señalar el hecho capital de su vida sería la biblioteca de su padre. Ese lugar donde, a los seis años de edad, escribió en inglés, un breve ensayo sobre la mitología griega.

A la escritura de Jorge Luis Borges se le han tratado de colgar muchas etiquetas pero ha escapado a todas, ha eludido incluso el constante reproche de que su literatura es complicada y está solo al alcance de los “intelectuales”. Si bien es cierto que su obra repele a algunos lectores “ingenuos”, es decir, a quienes ven a la literatura como un puro entretenimiento y esperan que todo les sea dado de manera sencilla, también es verdad que entre sus páginas se encuentra latente una estética literaria que resulta universal porque su construcción es precisa y posee un manejo del lenguaje que difícilmente se podría encontrar en otros autores.

Un ejemplo de lo anterior se puede hallar en “El Aleph”, que es quizá el más famoso de sus cuentos, cuando Borges (en este caso personaje de un cuento), baja al sótano de Carlos Argentino Daneri y mira el Aleph, comienza la magia de Jorge Luis Borges, el real, el escritor, quien hace un intento por describir lo indescriptible.

“Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? […] lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré […] Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide […] vi el Aleph desde todos los puntos, vi en el Apeh la tierra y en la tierra otra vez el Aleph y en Alpeh la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré”.

En el Aleph, Borges ve todo el universo de manera simultanea, ve incluso la cara de quien está leyendo su cuento (“vi tu cara y sentí vértigo”) y ante el reto de una descripción imposible consigue transmitir, sin necesidad de recurrir a palabras eruditas, la emoción que le produce mirar ese objeto.

Como si fuera de verdad un personaje de su literatura, Borges había logrado mantenerse al margen de una vida laboral normal, aunque en términos intelectuales había aprendido varios idiomas de forma autodidacta y leído más libros de los que muchos podríamos leer en toda una vida.

Durante un tiempo viajó por Europa junto con su familia buscando un tratamiento especializado para la ceguera que padecía su padre, la cual, resultó ser hereditaria, y dejaría a este escritor, poeta, ensayista y traductor, completamente ciego. Pero para Jorge Luis Borges, su ceguera fue una contradicción del destino, porque ocurrió justo en el mismo año (1955) en el que fue elegido Director de la Biblioteca Nacional en Argentina. “Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas. Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos”.

Esta ironía del destino lo llevo también a escribir “El Poema de los Dones”: “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios que con magnifica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche […] De hambre y de sed (narra una historia griega)/ muere un rey entre fuentes y jardines;/ yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega”.

Por supuesto queda mucho, muchísimo más que decir de Jorge Luis Borges quien este 14 de junio cumplirá 29 años de muerto, aunque sus letras siguen más vivas que nunca. A pesar de la academia, que por motivos que nada tenían que ver con la literatura, se rehusó a entregarle el premio Nobel. Sin embargo, eso no le hizo ninguna mella ni a Borges ni a sus miles de lectores en todo el mundo.

Aunque al “otro” Borges era al que le ocurrieran las cosas, el Borges más próximo, sigue tocando con sus letras (llenas de laberintos y recovecos), a las nuevas generaciones y sin duda a las futuras también. Tal vez porque dentro de su vida erudita y de su memoria perfecta se dio cuenta de una cosa muy simple y la puso al servicio de sus lectores como una especie de íntima confesión, para dejarles claro que en su literatura estaban mezcladas las tragedias universales y las personales; aquí un fragmento del poema “El Remordimiento”.

“He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/ feliz. Que los glaciares del olvido/ me arrastren y me pierdan, despiadados […] Me legaron valor. No fui valiente./ No me abandona. Siempre está a mi lado/ la sombra de haber sido un desdichado”.