Tragicomedia nacional

Tragicomedia nacional
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Luis Gutiérrez

Los principales próceres de la Revolución Mexicana no murieron en combate. Cayeron víctimas de las feroces disputas por el poder, que crecieron gradual pero violentamente entre los propios caudillos revolucionarios.

De todo hubo. Alevosía, venganza, traición. Solamente a manera de ejemplos: el asesinato alevoso de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez el 22 de febrero de 1913; la traición contra Emiliano Zapata el 10 de abril de 1919 en Chinameca, Morelos; el falso consejo de guerra que ordenó la ejecución de Felipe Ángeles en noviembre de 1919; la emboscada contra Venustiano Carranza, en la madrugada del 21 de mayo de 1920; la celada criminal contra Francisco Villa en Parral, Chihuahua, el 20 de julio de 1923; la “Matanza de Huitzilac”, Morelos, en octubre de 1927, en la que el general Francisco R. Serrano (candidato independiente a la Presidencia de la República) y un numeroso grupo de seguidores, fueron acribillados a mansalva; el juicio sumario y fusilamiento en Teocelo, Veracruz, el 5 de noviembre de 1927, de otro candidato presidencial independiente: el general Arnulfo R. Gómez (tanto Serrano como Gómez habían sido acusados de “rebelión” contra el gobierno, de modo que sobre el asesinato de ambos revoloteó la sombra de los dos presuntos autores intelectuales: Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles); el atentado mortal contra el presidente electo de México, Álvaro Obregón, el 17 de julio de 1928, asesinado por José de León Toral en el restaurante La Bombilla, mientras la orquesta de Miguel Lerdo de Tejada interpretaba mexicanísima música de fondo …y más, muchísimos asesinatos más, dejaron para la historia de aquellos años aciagos un episodio pantanoso de violencia, sangre y muerte.

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En este contaminado y resbaladizo escenario, casi mes y medio después del asesinato de Obregón, el 1 de septiembre de 1928, el presidente Plutarco Elías Calles leyó su último informe de gobierno ante el Congreso de la Unión. En su mensaje proclamó triunfal “el fin del caudillismo para dar paso a la era de las instituciones”. Dijo también que no buscaría la prolongación de su mandato, que ya expiraba, pero que tampoco se quedaría con las manos cruzadas, como un simple espectador de los sucesos políticos del país.

Entre esos principales sucesos estaba el anunciado y esperado advenimiento de un nuevo partido político, concebido por el propio Calles y por Obregón: el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que posteriormente sería llamado Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y finalmente Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Después del mensaje premonitorio de Calles, se apresuró la creación del PNR. Nació el 4 de marzo de 1929 en Querétaro, ya bajo la conducción del presidente Emilio (Cándido era su segundo nombre) Portes Gil (1928-1930) y de la cuidadosa vigilancia de Calles, tutela callista que continuó con el presidente Pascual Ortiz Rubio (1930-1932).

Así nació el partido del poder, en el poder y para el poder, concebido para conciliar los intereses de los revolucionarios y para que no siguieran matándose entre sí. Pero también para perpetuar los designios de la Revolución triunfante… y de su caudillismo.

En 1932, con la renuncia de Pascual Ortiz Rubio, el presidente interino Abelardo L. Rodríguez (1932-1934) incorporó a su gobierno una tesis socialistas en materia educativa y laboral, al tiempo que dio también los primeros cuidadosos pasos para mantener a distancia del Presidente de la República al llamado maximato de Plutarco Elías Calles, que había sido proclamado “jefe máximo de la Revolución”.

El presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), recordado como uno de los mayores estadistas mexicanos de todos los tiempos, hizo en su época todo lo posible para consolidar los genuinos objetivos de democracia, justicia social e igualdad de la Revolución Mexicana. Bajo el lema “México para los mexicanos”, Cárdenas llevó adelante una política de nacionalizaciones, en especial de la industria petrolera; impulsó políticas de apoyo a los indígenas, promovió la reforma agraria, combatió el latifundismo, nacionalizó los ferrocarriles e instituyó la enseñanza pública laica, gratuita y obligatoria.

En lo político, después de meses de tolerancia y paciencia, Lázaro Cárdenas logró quitarse de encima a su antiguo compañero de armas: Calles, a quien expulsó del país en abril de 1936.

Pero no obstante este esfuerzo del gobierno cardenista, la semilla del maximato ya había germinado y creció hasta convertirse en lo que hoy, y desde hace décadas, se conoce como “sistema político mexicano”, a veces entreverado con otro calificativo: el régimen de la Revolución Mexicana que, sin  cambios, sigue vigente hasta la fecha.

Al paso de los años, con el partido oficial habilitado como eje de la carreta revolucionaria, la odisea trágica y sangrienta iniciada en noviembre de 1910, por la que ofrendaron su vida millones de mexicanos, devino en comedia (siempre del brazo de la tragedia), hasta convertirse en lo que el escritor jalisciense José Agustín Ramírez Gómez llamó “Tragicomedia mexicana”, en una obra histórica que documentó, en otros tantos volúmenes, las tres etapas claves que precedieron al México de hoy: de 1940 a 1970, de 1970 a 1976 y de 1982 a 1994.

 Lo cómico y lo trágico 

Todo cabe en una tragicomedia: lo cómico y lo trágico, desde luego, pero también la ironía y la representación o la parodia. De 1929 hasta nuestros días, en la tragicomedia mexicana han campeado sucesos chuscos y hasta insólitos, frases célebres, mentiras gigantescas, retórica, demagogia; sucesos tales que hacen concluir a José Agustín que no obstante los avances logrados, una justicia social que no se materializa y ciertos visos de modernidad, todos ellos insertos en un modelo neoliberal tecnocrático, el ensueño revolucionario sigue igual que hace más de cien años.

De esta tragicomedia cuya semilla sembró Calles, derivó y echó profundas raíces la “cultura política” del sistema. El advenimiento del dedazo; el tapadismo y el destape de candidatos; el caciquismo regional; el fraude electoral en sus más exóticas expresiones (descarado robo de urnas, la más socorrida); la consigna del silencio y del secreto cómplices; las leyes no escritas; el charrismo sindical; la subordinación total y vergonzante al Presidente de la República, costumbre que acuñó la frase “el que se mueve, no sale en la foto”; los gobernadores convertidos en reyezuelos; los tres sectores del partido en el poder, promotores de control político; el corporativismo y el clientelismo electoral para afianzar el “voto duro”; el uso de los recursos públicos para tejer una vasta red de corrupción y complicidad; el mercado negro de la política, donde se compran falsos prestigios; los sectores empresarial e industrial; el predominio avasallador de la televisión con todo y telenovelas… y el presidencialismo omnímodo, autoritario, libérrimo.

Miles, cientos de miles, millones, han optado por no aparecer en la foto. Por corregir el rumbo de la nación. Por devolverle al ciudadano el poder escamoteado, derechos y libertades.

Capítulo aparte y necesario merecen los pintorescos personajes creados por el sistema, dignos de novelas de ciencia ficción o de la obra narrativa monumental de Honorato de Balzac: La Comedia Humana. En este inmenso legado tragicómico del sistema político (cuya lista ocuparía muchos tomos), debe ser incluido el cacique potosino Gonzalo N. Santos, que hizo del asesinato “su único aliado y mejor consejero”, como lo describió Carlos Monsiváis, y que resumió su credo en la frase: “la moral es un árbol que da moras”.

O Fidel Velázquez Sánchez, poderoso instrumento de control de la clase obrera, cuyo heredero Joaquín Gamboa Pascoe se  mueve hoy en autos blindados y acaba de inaugurar su propia estatua, mientras millones de trabajadores sobreviven con salarios de hambre. También cacique sindical fidelista fue Leonardo “La Güera” Rodríguez Alcaine, otrora amo y señor del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (SUTERM).

Joaquín Hernández Galicia (La Quina), creó un cacicazgo al abrigo del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República, en cuyo historial figuran por igual asesinatos, latrocinios y figuras grotescas como Salvador Barragán Camacho, El Chava, aficionado a los casinos de Las Vegas y adiestrado para el acarreo eficaz de multitudes aplaudidoras, o para dirigir dóciles porras de trabajadores al paso de gobernadores o presidentes. 

A principios de abril último, el gobierno federal se atrevió a otorgar reconocimiento a un nuevo sindicato minero, con obreros del norte del país, con la pretensión de acabar con uno de los mayores cacicazgos de la historia sindical de México: empezó con Napoleón Gómez Sada, autoproclamado líder vitalicio del gremio, que estuvo en el poder 40 años (1961-2001); y prosiguió con el de su hijo, Napoleón Gómez Urrutia, quien heredó el cargo en 2002 aunque lleva nueve años prófugo y refugiado en Vancouver, Canadá, acusado de cometer un fraude por 55 millones de dólares de un fideicomiso de los trabajadores.

En 1972, en clásica acción gansteril, un grupo armado dirigido por el maestro potosino Carlos Jonguitud Barrios, tomó el edificio del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) para terminar con el cacicazgo de la dupla Manuel Sánchez Vite-Jesús Robles Martínez. Pero nació otro cacicazgo, el de “Vanguardia Revolucionaria”, con Jonguitud al frente. Este grupo expandió la corrupción, el tráfico de plazas y la represión en contra de los opositores, hasta que en 1988 Carlos Salinas lo obligó a renunciar a su cargo vitalicio. Lo sucedió en el cargo la profesora Elba Esther Gordillo, que se mantuvo al frente del sindicato hasta 1994, aunque mantuvo el control del sindicato. En 2006 fue expulsada del PRI y el 7 de julio de 2007, en una sesión privada del Consejo del SNTE, fue nombrada presidenta por un periodo “indefinido”; además, se le otorgó un “voto de confianza” para que designara a los secretarios generales seccionales, lo que en diversos ámbitos se interpretó como un liderazgo vitalicio. Fue detenida por la policía en 2013, acusada del delito de operación con recursos de procedencia ilícita y su proceso está vigente.

 “El Tlacuache” le decían al tuxpeño César Garizurieta Erenzweig, muy amigo del entonces presidente, el también veracruzano Adolfo Ruiz Cortines. Al Tlacuache se le atribuye una famosa frase que ha sido eterna bandera de muchos políticos: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Y a Ruiz Cortines se le recuerda la respuesta que dio al propio Garizurieta cuando éste le recomendó a un amigo “muy honrado”: La réplica presidencial fue: “¿Muy honrado? ¿Ya lo pusieron donde hay?”

Garizurieta formaba parte de un grupo de amigos de Ruiz Cortines, todos ellos con apodos que se hicieron célebres y que dieron lugar a que les llamaran “el zoológico del presidente”: Gilberto Flores Muñoz “El Pollo”, Miguel López Lince “El Cuino”, Fernández Gómez “El Sapo” y Antonio Pulido “La Leona”.  

No puede pasar inadvertido Carlos Hank González y su didáctico consejo: “Un político pobre es un pobre político”; ni Oscar Flores Tapia, gobernador de Coahuila, entusiasmado durante meses con la ocurrencia de traer camellos de Arabia al desierto de su estado natal; o el gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, el Tigre de Huitzuco, filmado por reporteros de la televisión francesa cuando nadaba en la alberca de su casa en Chilpancingo; les cantaba en francés la primera estrofa de La Marsellesa: “Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé…”, mientras en el estado el temible mayor Mario Arturo Acosta Chaparro dirigía la Guerra Sucia contrainsurgente, que habría de acumular en esos años (década de los 70), más de un centenar de desapariciones forzadas de campesinos, activistas sociales, maestros y estudiantes. 

Uno de los casos más escandalosos de esa época es el del luchador social Rosendo Radilla Pacheco, que en agosto de 1974 fue detenido en un retén militar de Atoyac de Álvarez,  Guerrero (lugar del que fue alcalde). La última vez que se le vio con vida fue en el ex cuartel militar de esa población. Luego desapareció y nunca más se ha sabido de él. Es uno sólo entre muchísimos ejemplos de asesinatos y desapariciones que han tenido lugar solamente en el estado de Guerrero, y que hasta la fecha siguen impunes.

Ciertamente, México ha avanzado penosamente en términos de democracia y pluralidad política, pero los costos y sacrificios han sido muy altos, a la par que el presidencialismo post revolucionario, con honrosas excepciones, se ha encargado de diluir, cuando no de aniquilar, los objetivos plasmados en el Congreso Constituyente de 1917 en Querétaro, que recogieron las esperanzas de los mexicanos. Esperanzas que siguen vigentes.

Libertades y derechos ciudadanos se han abierto paso a marchas forzadas, en permanente desbrozo de una espesura siempre criminal y amenazante. La cifra de 22 mil desaparecidos forzados es ya un lugar común, como habitual y común es un denominador siempre presente, directa o indirectamente, en este histórico sendero de sangre y muerte. Toda investigación, todo indicio, apunta a la tragicómica herencia de Plutarco Elías Calles.

(Fin de la primera parte.)