La Revolución derrotada

Elías Cárdenas Márquez

Elías Cárdenas Márquez

Al cumplirse en 1960 cincuenta años de la Revolución Mexicana, un periodista le preguntó al Doctor Atl (18751964), cómo debía celebrarse el cincuentenario de la Revolución. El gran paisajista, cuyo verdadero nombre era Gerardo Murillo, había formado parte del gobierno de Venustiano Carranza y organizado con los trabajadores los llamados Batallones Rojos, contestó: “Haciendo otra, porque a ésta ya se la llevó la chingada”.   Hoy, rebasado ya el centenario de la gesta de 1910, no podemos menos de estar de acuerdo con el gran pintor y vulcanólogo mexicano: la Revolución ya no existe sino como hecho histórico neutro. Los gobiernos priístas y panistas lograron borrar todas las conquistas sociales, económicas y jurídicas de aquel movimiento armado que costó la vida de más de un millón de mexicanos.

La Constitución de 1917 fue el más alto consenso de las facciones revolucionarias. En ella se plasmaron en buena medida los ideales de la querella civil que condujo a la renovación de sus instituciones bajo nuevos principios de humanismo y justicia social. Estas grandes transformaciones se reflejaron en acciones, como la aportación de México al mundo en materia de derechos sociales, que dieron voz y presencia a las clases medias, obreras y campesinas.

Su base constitucional fueron fundamentalmente los artículos 3, 27 y 123, que llevaron a un cambio en el modelo educativo, en la reforma agraria y los derechos de los trabajadores. En los gobiernos derivados de la Revolución, encontraron cauce muchas alternativas que crearon las condiciones para un largo período de paz y tranquilidad social, así como un crecimiento económico sostenido. Pero como afirmó don Enrique Tierno Galván, ilustre político socialista español, todos los sistemas cargan en sí mismos el germen de su propia destrucción. Fue a partir del gobierno de Miguel Alemán Valdés (l9461952) cuando apareció el virus de la contrarrevolución, y progresivamente se produjeron los retrocesos, las concesiones a los capitales nativos y extranjeros, así como las primeras reformas constitucionales que revocaron los derechos sociales.

El desmantelamiento de las conquistas logradas por la Revolución, empezó por el escamoteo de facultades a los estados, lo que impidió la creación de una auténtica república federalista. Prosiguió con las alianzas entre los grupos políticos y la oligarquía nacional y extranjera; y finalmente, en los gobiernos de Miguel de la Madrid Hurtado y Carlos Salinas de Gortari, se consumaron contrarreformas que dieron paso a la debilidad de las instituciones, dejándolas a merced de la voracidad y la rapiña de los grupos predominantes de poder económico y financiero. El Estado dejó de ser el rector de nuestros recursos estratégicos mediante la venta del sector estatal, al tiempo que el sector social de la economía fue destruido. El régimen de economía mixta desapareció para dar paso al de la privatización.

Detentado por Enrique Peña Nieto, el actual gobierno ha sido la culminación de este proceso demoledor. Cayeron los últimos alientos revolucionarios al ser modificada la Constitución para semejarla a la que sirvió a la dictadura porfirista. Nuestra Carta Magna ha sufrido más de 500 enmiendas para acomodarla a los intereses del capitalismo financiero y económico, acorde a la globalización imperante, que se propone llegar a una sociedad anónima mundial donde las decisiones pasen de la soberanía de los pueblos a los grupos que, desde la oscuridad perversa, dominan el destino de las naciones. En México asistimos a un gobierno de cúpulas oligárquicas confabuladas. Ya no existe una línea divisoria entre los negocios y la política. El capitalismo bárbaro y la maléfica inserción en la globalización financiera, ya recoge sus frutos podridos en la mayoría de los pueblos del mundo, sumidos en crisis de desconfianza, ahondamiento de la desigualdad social y exigencias secesionistas.

Las contrarreformas peñistas han dado al traste con el legado histórico de la Revolución Mexicana; transitan ahora a un periodo convulso, sacudido por las constantes y legítimas demandas de una sociedad ofendida y humillada, violentada desde las propias instituciones que, más temprano que tarde, cobrará los errores de este desvío de nuestro proceso histórico.