Betsabeé Romero: Arte local, discurso global

Betsabeé Romero- Arte local, discurso global
Andrés Treviño

Andrés Treviño

Háblanos de la importancia del espacio urbano en tu obra
Creo que de lo que más profundamente puede uno hablar es de lo que más ha vivido como persona. Yo nací en la Ciudad de México y la mayor parte de mi vida la he pasado aquí. He tenido estancias en otras ciudades, como París, donde estudié; pero la experiencia de ser urbana en esta ciudad, tan complicada, es la que ha generado mis principales preocupaciones y, de alguna manera, se ha vuelto el laboratorio fundamental para todas mis reflexiones.
¿Eres de aquí, de la Colonia Álamos?

Sí, aquí crecí, aquí estaba mi primaria a tres cuadras. Esta es la casa de mis papás y yo aquí crecí.

Lo más vistoso de tu trabajo son las llantas y las carrocerías, pero incorporas muchos otros elementos que dotan de sentido a tus obras, por ejemplo el arte popular, los juegos de luces y sombras, las flores, los códices prehispánicos.

De alguna manera, el auto es, en forma real y simbólica, un vehículo para volver pasajeros a una serie de mensajes y reflexiones sobre temas que van más allá del objeto mismo. Yo hago una resemantización de un objeto que concentra muchas contradicciones de la modernidad.

El primer carro que hice fue en Tijuana, en la frontera, lo que después me llevó, como una roadmovie, a otros puntos de reflexión acerca de la migración como un fenómeno que muestra las contradicciones modernas, de la gran separación de clases sociales, de cuestiones religiosas, raciales, de género, cosas tremendas, la movilidad como un síntoma del ser humano actual, que se define más por sus trayectos que por ser sedentario.

Ya que entramos en este tema, algo que llama mucho la atención en tu obra son las inquietudes sociales. Está la migración y el rescate de las tradiciones y del arte popular. ¿Qué otras inquietudes tienes?

Es un momento, y estamos en un país, donde andaría uno muy mal como artista si no siguiera todo lo que pasa. Yo estoy realmente consternada. Este año hice dos ofrendas de muertos, una dedicada a los periodistas asesinados en su labor, que está expuesta en el Museo de San Carlos, porque me parece vergonzoso ser uno de los países donde el ejercicio del periodismo es de los más peligrosos en el mundo. La segunda ofrenda, en el Museo de Arte Carrillo Gil, está dedicada a los migrantes muertos en nuestras fronteras. En el momento en que lo estaba armando, sucedió lo de Ayotzinapa y yo no quise asumir la muerte de los estudiantes, ni quiero. Aún tengo la esperanza de que los encuentren vivos.

Estoy investigando y estudiando toda la historia de las escuelas normales rurales, porque hay mucha información que no se dice en los medios y que, a veces, uno no tiene el tiempo de investigar. Hay que recabar muchos hilos para ir tejiendo una razón diferente, darle sentido. Lo ideal sería estar siempre en el lugar del crimen, pero con una postura poética que cuestione, que pregunte y que llegue al fondo para dar luz a algo que no se ha hecho visible. Es una tarea muy complicada.

El auto es considerado un terreno típicamente masculino y al igual que los materiales “industriales” que usas. ¿Cómo lo resuelves?

Dentro de la historia del diseño industrial, me parece que la de los autos es las más democrática, por razones posiblemente del estatus y del valor que tiene en la sociedad occidental. En la arquitectura no pasa lo mismo, la gente puede convivir con edificios todo el día y no saber ni de qué década son, mucho menos de qué arquitecto. En cambio, uno le puede preguntar a cualquier niño en la calle sobre autos y va a saber decir qué marca y color le gustan más.

Ese gusto alrededor de la forma del automóvil, se ha desarrollado en barrios como en el que yo vivo, barrios de mecánicos, llenos de autos oldies que son proyectos a veces frustrados, a veces realizados, que están en la calle. En cada cuadra hay un taller mecánico de aquí a la (Colonia) Buenos Aires, que es muy cerca de aquí. Yo he convivido con ellos desde siempre, esos carros que no caminan, pero que no están abandonados, están ahí porque son proyectos latentes, porque tienen funciones diferentes, que a mí siempre me llamaron la atención.

La gente que vive en barrios como este, ha sido un gran patrocinador y un gran apoyo para mi trabajo, a veces mucho más que las instituciones. Todo mundo piensa: “Has hecho un montón de bochos. ¿Nunca te patrocinó Volkswagen?” Para nada, todo lo contrario, como en mis carros no saco ese lado brillante y maravilloso, sino que agarro los más usados, los más viejitos y los reciclo, tomo las llantas y las reutilizo para otro tipo de discurso, ni Goodyear ni las otras marcas están interesadas, al contrario.

Pero estos talleres viejitos, sí. En estos barrios, que hay en todas las ciudades, con gente que le gusta la forma, que entiende la estética, cuando les propongo algo son siempre muy abiertos a apoyarme. El auto es un objeto que tiene mucho valor económico cuando es nuevo y que lo pierde inmediatamente, y más cuando ya no sirve. Y como los que uso ya no sirven, pues ha sido un material muy dúctil maleable.

Los autos son, efectivamente, más un mundo masculino; pero cuando se vuelven algo doméstico, que tiene más que ver con lo inmueble que con lo mueble, entran en otro terreno donde yo los intervengo y transformo en eso que en realidad son, un inmobiliario de las calles, referencia para mucha gente, una extensión del hogar y del cuerpo, que también es frágil; el auto es el espacio del robo, del secuestro. Esa parte frágil no es precisamente la que anuncia la publicidad y tampoco es lo más masculino. Rescato ese otro lado.

Está la otra vertiente de tu obra, cosas casi efímeras, como las anémonas de luz.

Sí, son frágiles desde la manera de instalarse. Son un tipo de cuestionamiento que estoy haciendo a la cultura popular mezclada con lo culto, porque el mestizaje también es un tema para mí muy importante. En estos papeles combino geometrías musulmanas con figuraciones del arte popular mexicano, imágenes prehispánicas, cuestiones góticas europeas, y todo dialoga.

Hago un homenaje a la estética prehispánica, que puede dialogar en un alto nivel estético con cualquier manifestación de otro lugar. En México ha sucedido, involuntaria o voluntariamente, que se han mezclado muchos periodos estéticos de la historia del arte y la arquitectura. Es una mezcla de culturas desde la conquista, la globalización se vivió en Mesoamérica antes que en ningún otro lugar. Si hay un país que ha tendido experiencias acerca de la globalidad es México, desde mucho antes de que se hablara de ese concepto. Pienso que uno de los pilares de nuestra cultura está en los grandes maestros del arte popular, que ha resistido muchísimos mestizajes, se ha reinterpretado, se ha recreado, pero básicamente ha resistido de una manera impresionante.

Por ejemplo, el día de muertos es una de las tradiciones más fuertes e imponentes que tenemos. Aunque parta de principios que nadie entiende, cuando yo hago un altar de muertos en otro país, la gente se maravilla, se acerca, participa. Son tradiciones que tienen muchísima fuerza cromática, de temperatura, de afecto, hasta de planteamientos existenciales muy particulares.

Yo admiro y homenajeo la gran maestría de artesanos con los cuales a veces colaboro y siempre trato de darles sus créditos. Chucho Reyes, por ejemplo, me parece uno de los grandes maestros del arte moderno, uno de los promotores del color en la arquitectura, muy amigo de Barragán. Creo que fue muy importante como artista, y en la historia del arte actual no se le da el valor que debería. Ese tipo de reflexiones acerca de artistas que no son reconocidos como se debería, es algo que me gusta hacer, no sólo con los artistas populares, sino con cualquier tipo de artista.

¿Crees que hay un nacionalismo en tu obra?

No. El arte local y el arte global son una discusión diferente del arte nacionalista. El nacionalismo, como concepto siempre te lleva a un chauvinismo que no me queda. Yo soy de la colonia Álamos; cuando hablo de arte local, no hablo de la nación, de México, sino de cosas muy puntuales que pasan en ciertos lugares, donde uno se puede ir hasta la raíz de la situación. Como Estadonación, México ha tenido muchos problemas históricos para lograr una identidad; hasta la fecha, México es muchos Méxicos; la Ciudad de México son muchas ciudades, como diría Fuentes, una asamblea de ciudades. Yo prefiero avocarme a cosas específicas. De lo local hacer un cuestionamiento global.

Se menciona mucho lo transgresor en tu obra. ¿Tú lo piensas así?

Pues claro que me gustaría. Yo creo que el arte tiene que ser transgresor, si no se vuelve algo que se hace de memoria, que se repite, que ya no tiene espacio de curiosidad, de asombro.

Pues claro que me gustaría. Yo creo que el arte tiene que ser transgresor, si no se vuelve algo que se hace de memoria, que se repite, que ya no tiene espacio de curiosidad, de asombro.

Sin embargo, la transgresión puede ubicarse en diferentes puntos de la producción. Se puede transgredir desde el material que estás usando, puede ser una discusión de género, pero desde lo masculino, puedo hacer un cuestionamiento ecológico reciclando la llanta no solamente por ser una basura inmunda, sino porque quiero usarla para que imprima. Transgredir lo industrial hasta llevarlo a lo artesanal y lo arqueológico y convertir la llanta en un sello cilíndrico. Como sello cilíndrico la rueda sí existió en Mesoamérica, en todas las grandes civilizaciones hubo sellos cilíndricos. Mi argumento romántico es que la memoria es más importante que la velocidad. La memoria sí es universal como necesidad humana. La velocidad también, pero no de la misma manera.

¿Está sobrevalorada la velocidad?

Absolutamente, ese es uno de mis planteamientos.

¿Cómo se te ocurrió empezar a grabar en las llantas?

Muy buena pregunta. Tiene mucho que ver con la memoria, pensando que ahora la juventud siente la necesidad de tatuarse en el cuerpo su propia vida, porque todo lo demás puede desaparecer, todo lo demás es un twitter, es un face, se va yendo. Así como todo aparece, todo también desaparece. Las tecnologías no dan certeza de permanencia. El tatuaje como necesidad de implantarse en el cuerpo la memoria, de pronto se vuelve artículo de consumo y se adquieren iconografías que ni siquiera son nuestras, a causa de un consumo global.

Todos estos cuestionamientos estuvieron desde que empecé con las llantas, con la idea de tatuarle al piso mismo del neumático otro dibujo, imponerle un dibujo hecho con la mano, con la historia del dolor, con eso que no ha terminado de cicatrizar y que ha sido atropellado por la modernidad. Por eso, me importa mucho que en mi obra no sólo sea lo pintado, sino que sea grabado, que tenga una incisión en el material, y por eso, técnicamente he estado muy interesada en el grabado.

Para terminar, cuéntanos qué proyectos tienes en puerta.

Pues ahorita está como muy incierto, porque estoy entre que se hace o no se hace un proyecto de trabajo con la comunidad en Cabo San Lucas para realizar arte público con escombros del huracán. Me gustaría hacer varias piezas con la idea de la recuperación de la energía, de la luz, que es lo primero que se va cuando tiembla, cuando llega el huracán, y en ese apagón se fue la energía emocional de la comunidad. Eso es lo que creo que hay que restaurar poco a poco, hay que retejer. Realmente el arte debe, más que nunca, tratar de insertarse en fenómenos así y tratar de ayudar un poco al tejido social.

Estoy preparando también una exposición en Estados Unidos para marzo, y un proyecto para Tamaulipas, que es otra zona de muchísimo problema. Y estoy pensando en cómo me inserto en una cuestión educativa, me gustaría muchísimo aportar algo por ese lado.

Fue un apagón muy interesante el de Cabo San Lucas, había algo ahí, en una comunidad aparentemente tranquila y paradisiaca.

Pero con unas diferencias sociales terribles. Justamente en el apagón se vio eso que se oculta todo el tiempo con la luz. Se vio que hay toda una población que nadie ve y que se la pasa muy mal con ese desarrollo turístico que le niega la entrada a sus empleados, y a la gente que vive ahí, a las playas y a ese paraíso, que se lo han apropiado los consorcios turísticos globales.

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