Aprendiendo a escuchar el espacio público

Jimena de Gortari Ludlow

Jimena de Gortari Ludlow

En días pasados, en el marco de la Expoacústica 2014, tuve la oportunidad de presentar los resultados preliminares de una investigación que emprendí hace tiempo: la escucha de los nuevos espacios públicos de la Ciudad de México. En esta ocasión, quisiera exponer mis primeras indagaciones sobre los llamados “bajopuentes”, que son espacios recuperados por el Gobierno del Distrito Federal con el objetivo de ofrecer a los ciudadanos alternativas de movilidad y opciones de esparcimiento sano y convivencia social y familiar; sin duda, una forma interesante de articular de mejor manera la ciudad e impulsar su transformación.

La idea emprendida por el gobierno consiste en dotar a los ciudadanos de espacios nuevos que posean las dimensiones básicas que debe tene un espacio público: la dimensión funcional, que permite los encuentros; la social, por ser el espacio que admite la cohesión comunitaria; la cultural, por sus connotaciones simbólicas, lúdicas y de convivencia; y la política, por ser el espacio de expresión, de reunión, de asociación y de manifestación.

Al hablar de reapropiación de los espacios nos referimos a hacer nuestro algo que fue abandonado para devolverle una connotación de encuentro, reunión y participación, pero, ¿cómo concebir la apropiación de un espacio que ha sido invadido por el ruido de fondo? En ello radica mi crítica —que es más bien una preocupación— a la falta de criterios acústicos en la creación y adaptación de estos espacios, lo cual, cabe decirlo, ocurre prácticamente en cualquier proyecto.

La Organización Mundial de la Salud recomienda unos niveles sonoros para este tipo de lugares, que pueden oscilar entre los 50 decibeles (dB) —molestia moderada— y los 55 dB —molestia grave—. Lo encontrado en las mediciones realizadas indica unos valores muy superiores, que en algunos puntos excede los 100 dB.

El tiempo que las personas pasan en esos espacios es otro punto que llama mi atención. Se recomienda no estar mucho tiempo en espacios donde el nivel sonoro supera lo recomendado de manera constante. ¿Qué sucede cuando estos espacios tienen usos como cafés, restaurantes, zonas deportivas, o juegos para niños?

Llama aún más mi atención que se hayan permitido instalar fuentes sonoras con emisión constante, como una panificadora, por ejemplo, y que al lado se instalen unas mesas para el disfrute del pan. Considero que en la actualidad se ha privilegiado la dimensión visual en la apreciación del espacio urbano. Se nos olvida que la arquitectura también se escucha, los materiales y la configuración espacial reflejan y estructuran los sonidos.

Para diseñar un sonido debemos contemplar que en el espacio sonará de cierta manera, que el sonido rebota, resuena, se absorbe en los diversos planos y materiales, y que en el momento en que exista actividad este espacio cambiará completamente.

A manera de conclusión, quisiera añadir que se debe sobrepasar el análisis que trata exclusivamente sobre cuestiones de aislamiento y eliminación de ruidos molestos y nocivos, dirigiendo la estrategia hacia una política activa que vaya tanto sobre la diversidad de las fuentes y sus equilibrios necesarios, como sobre sus condiciones de propagación (gradación, filtrado, reverberación, enmascaramiento, por mencionar sólo algunas). La acústica urbana debe tratar de explicar los fenómenos sonoros en los espacios y su interacción con el medio construido.

Sin duda, queda mucho por hacer en materia de control de ruido, pero el primer asunto a considerar debería ser el que los criterios acústicos estén incluidos en cualquier diseño.