El precio de la desigualdad

Luis Gutiérrez Rodríguez

Luis Gutiérrez Rodríguez

Joseph Stiglitz en México

Invitado por Casa de Bolsa Vector, Joseph Eugene Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 y profesor de la Universidad de Columbia, ofreció el lunes 26 de agosto, en la Ciudad de México, una conferencia magistral titulada “La crisis económica: ¿Hacia un nuevo orden mundial? ¿Hacia un crecimiento sostenible? ¿Cuál es el rol de los países emergentes en el futuro?”

Crítico inflexible de lo que llama “el fundamentalismo del libre mercado”, Stiglitz expuso con sapiencia los temas mencionados y en sesión de preguntas y respuestas incursionó en el escenario mexicano, en torno a las reformas propuestas por el gobierno de México, hoy en el centro de un debate nacional profusamente reflejado en los medios.

No era para menos. Stiglitz llegó a nuestro país precedido de la resonancia internacional alcanzada por su último libro, El precio de la desigualdad, y con la fama de ser uno de los economistas más leídos mundialmente.

En su vasta obra, que incluye artículos, investigaciones y libros, no se mueve un ápice de sus severas críticas: la desigualdad social es causa de inestabilidad económica; aplicados como remedio, los programas de austeridad de los gobiernos empeoran esa desigualdad; los índices inflacionarios y otros macroindicadores económicos obsesionan a los gobiernos y desvían su atención de problemas más graves, como bajos salarios y desigualdad, generadores de más pobreza y deterioro económico.

Las consecuencias no se hacen esperar, dice el economista estadounidense, y define el precio-costo que tienen que pagar los sectores vulnerables: déficit graves en salud, seguridad, educación, cohesión social y esperanza de vida.

En el trasiego actual de conceptos como “mayorías” y “minorías”, Stiglitz es directo en su libro: “El uno por ciento de la población disfruta de las mejores viviendas, la mejor educación, los mejores médicos y el mejor nivel de vida, pero hay una cosa que el dinero no puede comprar: la comprensión de que su destino está ligado a cómo vive el otro 99 por ciento”.

En las crisis, gobiernos e instituciones propenden a proteger con mayores beneficios a los más privilegiados frente al resto de la población, dice el Premio Nobel en El precio de la desigualdad, al tiempo que no vacila en calificar los excesos del libre mercado como “subversión a la democracia”, porque son la causa directa del deterioro económico y de sus efectos sociales.

El fundamentalismo del libre mercado adoptado por Estados Unidos y por muchos países más durante las últimas tres décadas, es “injusto e insensato”, señala el Premio Nobel de Economía, y hace propuestas concretas para combatirlo y conseguir el éxito: una economía equilibrada, un sistema económico plural, un sector privado tradicional, un sector público eficaz y un sector creciente de economía social.

Inestable, el orden económico actual

La crisis de vivienda en Estados Unidos y sus efectos nocivos en Europa y buena parte del mundo puso en evidencia, afirma Stiglitz, que los mercados no están funcionando como proclaman sus seguidores.

Y las consecuencias todavía pueden ser catastróficas para millones de seres humanos empantanados en la pobreza, sin inversiones productivas que generen empleos, pero con una minoría dominante y privilegiada, pródiga en capitales especulativos, indiferentes ante la urgencia de invertir en desarrollo.

El desempleo, es decir, la incapacidad del modelo para crear puestos de trabajo para tantos seres humanos, afirma Stiglitz, es la peor falla del mercado, la principal fuente de ineficiencia y una importante causa de la desigualdad.

Otra tesis expuesta por Joseph Stiglitz en su vasta obra, no solo en El precio de la desigualdad, es que la desigualdad social impone un alto costo a la sociedad: el sistema económico, menos estable y menos eficiente, con menor crecimiento, pone en peligro la vida democrática.

Y advierte: en la medida en que el sistema económico no funciona para la mayoría de la sociedad y el sistema político cae en manos de intereses económicos, la confianza en la democracia y en la economía de mercado se deteriora.

En cuanto a la globalización, Stiglitz sostiene que el problema no es que sea mala o injusta, sino que los gobiernos la gestionan de una manera muy deficiente, en la mayor parte de los casos, en beneficio de intereses particulares.

Dice Stiglitz: “La interconexión de los pueblos, de los países y de las economías a lo largo y ancho del mundo, es una nueva circunstancia que puede utilizarse con igual eficacia para promover la prosperidad como para difundir la codicia y la miseria”.

Y es que, con todo y su enorme poder, los mercados no poseen un carácter moral intrínseco, explica el investigador. Pueden concentrar riqueza, trasladar a la sociedad los costos medioambientales y abusar de trabajadores y consumidores. Por estas razones, es necesario domesticar y moderar los mercados para garantizar que funcionen en beneficio de la mayoría de los ciudadanos. Y hay que hacerlo reiteradamente “para asegurarnos de que lo están haciendo”.

En otro pasaje de su obra, el destacado economista asegura que la crisis financiera en Estados Unidos (y el fenómeno se replica en otras partes del planeta), “desencadenó una nueva conciencia de que nuestro sistema económico no solo era ineficiente e inestable, sino también básicamente injusto. En efecto, tras las repercusiones de la crisis (y de la respuesta de las administraciones de Bush y de Obama), eso era lo que opinaba casi la mitad de la población, según una encuesta reciente”.

Define Stiglitz: “Se percibía, con toda razón, que era escandalosamente injusto que muchos responsables del sector financiero (a los que, para abreviar, me referiré a menudo como ‘los banqueros’) se marcharan a sus casas con bonificaciones descomunales, mientras que quienes padecían la crisis provocada por esos banqueros se quedaban sin trabajo; o que el gobierno rescatara a los bancos, pero que fuera reacio siquiera a prorrogar el seguro de desempleo a aquellos que, sin tener culpa de nada, no podían encontrar trabajo después de buscarlo durante meses y meses…”.

Hace casi cinco años, en noviembre de 2008, la revista electrónica española Sin Permiso publicó un severo artículo crítico de Joseph Stiglitz contra la administración del entonces presidente de los Estados Unidos, George Bush, que tituló “Los siete déficit mortales” (del gobierno de Bush): déficit de valores, déficit climático, déficit de igualdad, déficit de responsabilidad, déficit comercial, déficit fiscal y déficit de inversión.

Sobre el déficit de responsabilidad, Stiglitz abundó: “Los reyezuelos del mundo financiero estadounidense justificaban sus astronómicas remuneraciones apelando a su pretendido ingenio para generar grandes beneficios, supuestamente derramados sobre el país entero […] No supieron gestionar el riesgo; sus acciones exacerbaron el riesgo; se malgastaron centenares de miles de millones […] Sin embargo, los reyezuelos se largaron con centenares de millones de dólares de los contribuyentes, de los trabajadores, y el conjunto de la economía tuvo que pagar la cuenta”.

Detrás de esas pérdidas aún hay que contar las oportunidades desaprovechadas, cuyo costo es todavía mayor, dice Stiglitz, para agregar unas palabras con las que concluyo este texto:

“Pero hay un haz de luz en esos negros nubarrones…”