INICIA LA CAÍDA DE LA INTERNACIONAL POPULISTA

El caldo de cultivo del populismo es una crisis sistémica o estructural, de carácter político y social, y también puede ser económica

Dr. Enrique Villarreal Ramos
Profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM

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n fantasma que recurre en el mundo se ha hecho realidad nuevamente en el siglo XXI: el fantasma del populismo. En los países de casi todos los continentes han llegado al poder políticos de muy diversas ideologías, planes, etc., pero con un rasgo en común de gran trascendencia: son populistas. Hasta el 2020 los populistas gobernaban a unos dos mil millones de personas. Sin embargo, con la derrota electoral de Donald Trump cae uno de los líderes de la “internacional populista”, y esto pudiera ser el principio del fin del tsunami político que amenaza al planeta.

El término de “internacional populista” se refiere al conjunto de populistas que están en el poder o de políticos y movimientos de dicho carácter con fuerte presencia en distintas naciones. No es una organización ni un proyecto, aunque sí tienen foros u organismos (por ejemplo, en América Latina, el Foro de Sao Paulo y el ALBA) a través de los cuales se aglutinan, se organizan y actúan nacional e internacionalmente.

Los populistas tienen en común rasgos de personalidad, modos de ver y hacer política, estilos de comunicación, entre otros. Así, un líder populista:

  1. No se reconoce como tal.
  2. Es carismático, mesiánico y promueve el culto a la personalidad; aprovecha esta cualidad para ganar elecciones (o desconocerlas si pierde), aunque luego busque escamotearlas para perpetuarse directa o indirectamente en la presidencia, dado que la implantación de su régimen implica un periodo prolongado de tiempo.
  3. Es antisistémico: aprovecha el descrédito de los políticos, las instituciones y la crisis para triunfar por la vía electoral. Posteriormente erige un régimen unipersonal que supedita, debilita o desmantela a las instancias del Estado que le estorban, particularmente los órganos de carácter autónomo (electorales, económicos, de transparencia, entre otros) que fungían de contrapeso o de límite al poder ejecutivo.
  4. Es autoritario y con fuerte perfil dictatorial: el régimen unipersonal somete a los otros poderes, viola el Estado de Derecho y restringe las libertades públicas al perseguir, encarcelar y hasta deshacerse físicamente de sus enemigos políticos o de todos aquellos que le molestan u obstaculizan. Se posesiona del Estado y tiende a liquidar a la sociedad civil.
  5. Es intransigente e infalible: no se sale de su script ni cambia la estrategia (aunque sea fallida). Nunca acepta equivocarse, culpa a otros y se victimiza. No acepta los cuestionamientos (para él no existe la autocrítica) y exige lealtad ciega a sus colaboradores y seguidores.
  6. Es intolerante, dueño de la verdad absoluta o posverdad mediática: estigmatiza, ejerce la censura y castiga a periodistas, intelectuales y a todos aquellos que lo cuestionan.
  7. Es mitómano y genio de la propagandista: desinforma, oculta y engaña para construir una narrativa demagógica y triunfalista; experto en fakes, distractores y cortinas de humo.
  8. Es maniqueo, divisor y polarizador: el pueblo bueno frente a la élite malvada, pobres contra ricos, liberales contra conservadores, progresistas contra de reaccionarios, etc.
  9. Es antiintelectualista, enemigo de los científicos y expertos, moralista y suele oscilar entre la ideologización y el pragmatismo, el dogma y el electorerismo. Es nacionalista defensivo (y puede ser proteccionista, con tendencias autárquicas) o agresivo (políticas imperialistas y xenófobas), y suele ser contrario a la gobernanza mundial y hasta globalifóbico. Es extractivista y opuesto al ecologismo.
  10. Es narcisista: todo lo anterior refleja un político con trastorno de personalidad narcisista, que puede derivar en sociopatía y, en casos extremos, psicopatía.

El caldo de cultivo del populismo es una crisis sistémica o estructural, de carácter político y social, y también puede ser económica. Una situación de este tipo se caracteriza por la bancarrota de un régimen político (corrupción, ineficacia, etc.), el agudizamiento de los problemas sociales (pobreza, desigualdad, conflictos, inseguridad, etc.) y el agotamiento del modelo económico (estancamiento, recesión, depresión). Fue el caso de Brasil y Argentina con Getulio Vargas y Juan Domingo Perón, quienes implantaron el régimen populista en sus naciones (populismo clásico). El ciclo actual comenzó con Hugo Chávez en Venezuela, un país donde se conjugó una crisis política, económica y social durante los noventa.

Pero no siempre es así. Por ejemplo, en Estados Unidos Barack Obama dejó un país en crecimiento, pero con fuertes antagonismos sociales (y raciales) y rencores con el establishment, lo que aprovechó Trump para ganar los comicios. En Europa la ola populista tomó fuerza con la crisis financiera internacional de 2008 y la migratoria derivada de la guerra en Siria, que incluyó el rechazo al europeísmo.

En la actualidad, la internacional populista está integrada por una amplia gama de líderes populistas. Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, de izquierda; y Vladimir Putin, Recep Erdogan, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, entre otros, de derecha. La derrota electoral de Trump dejó a la internacional populista sin uno de sus líderes importantes, pero de profundizarse la crisis global o en cada país, la marea populista puede continuar un largo periodo.