¿Qué hacemos con el modelo?

Luis Gutiérrez Rodríguez

Luis Gutiérrez Rodríguez

Vivimos en un país con más de 50 millones de seres humanos agobiados por la pobreza. Más los que se acumulen este mes, porque el drama es creciente. En brutal contraste, una élite de aproximadamente 30 familias controla a la nación y un mexicano es el hombre más rico del planeta. Claro, nadie puede regatearle su derecho a serlo… lícitamente. Lo vergonzante es el claroscuro de su fortuna, en un entorno social lleno de dolorosas necesidades.

Con avances que no pueden negarse, el rezago educativo de México es de 40 por ciento respecto de las metas óptimas. Con un esfuerzo sostenido, la debida inversión pública en el sector y la superación de males atávicos, tal vez en 15 años podríamos ver una luz al final del túnel (siempre que nosea la de una locomotora en sentido contrario)   La llamada “guerra contra el crimen organizado”ha devenido en tragicomedia.

La danza siniestra de víctimas oscila entre las 50 mil y 60 mil, con más de 20 mil desaparecidos. Poblaciones en lasque sin decoro alguno no hace mucho que se izó la bandera blanca de la seguridad pública, como Ciudad Juárez, hoy han vuelto a la zozobra. En centenares de ciudades y pueblos priva la ley de la violencia y la sociedad vive secuestrada por el miedo.   Si en la política nada es tan ofensivo como la arrogancia, desde el poder nada lastima tanto como la corrupción y la impunidad.

Son dos males que se han propagado por metástasis perversa y maligna; de hecho, constituyen hoy los principales problemas de salud pública en México. Las trapacerías están a la vista, son el trago amargo cotidiano de los mexicanos, en tanto los responsables de investigar y dar al crimenmerecido castigo, hacen justicia selectivamente, a modo. Garrotazos de escarmiento a unos, complicidad e impunidad para otros. “Delincuentes de cuello blanco”, les llama la ciudadanía.

Cierto, el problema social y sus aristas no son privativos de México. En Nueva York hay alrededor de 50 mil personas que viven en la calle. Más de 16 mil son niños, según los registros de la oficina encargada de atender el problema: Homeless Services. Son, dicen, el rostro oscuro del país más poderoso del planeta.

El Centro de Emergencia George Sand refiere que hay alrededor de 6 mil hombres y mujeres viviendo en las calles de París. Otro cálculo señala que en toda Francia hay 150 mil seres humanos sin techo y tres millones en condiciones de “vivienda precaria”. Las estadísticas en Berlín apuntan a 5 mil personas viviendo en las calles. Y así podríamos continuar en patético etcétera.

Nadie hizo caso, hace más de tres décadas,  de la señal ominosa que representó la presencia de centenares de homeless en Lafayette Park, frente a la Casa Blanca. Como tampoco nadie tomó demasiado en serio la voz del antropólogo estadounidense Oscar Lewis, vertida en dos de sus trabajos: Antropología de la pobreza y Los hijos de Sánchez.

¿Por qué? ¿Por qué tanto fracaso ante tanta miseria? Porque en México, como en Francia, Alemania, España o Italia, con los Estados Unidos a la cabeza, los gobiernos siguen aferrados a los Acuerdos de Bretton Goods, firmados en el complejo hotelero de New Hampshire, Estados Unidos, donde se realizó la conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas, en julio de 1944.

Allí se dictaron las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo; se decidió la creación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y el uso del dólar como moneda internacional.

Se creó el modelo, pues, que habría de ser camisa de fuerza para muchos países en vías de desarrollo, México entre ellos. Modelo que hoy, a punto de convertirse en septuagenario, tiene en jaque a sus progenitores y a quienes lo adoptaron.   Inoperante, empobrecedor, obsoleto, agotado… ¿Qué hacemos con el modelo? ¿Seguiremos encadenados a él? ¿No hay de otra.