Como propósito de año nuevo, algunos valores universales

Jacobo David Cheja Alfaro

Jacobo David Cheja Alfaro

Por lo general, el inicio de un nuevo año es el pretexto perfecto para propósitos individuales que intentamos llevar a cabo para lograr una vida mejor, alcanzar la felicidad, el éxito, el reconocimiento, etc. Estos propósitos comúnmente tienen que ver con la salud, con nuestro cuerpo, con la imagen que damos; entonces, el ejercicio, bajar de peso, cambiar de imagen, etcétera, son las acciones a seguir. Sin embargo, es muy importante preocuparnos por alimentar también nuestro cerebro y nuestra alma para llevar a cabo buenas tareas y ser mejores seres humanos.

Una forma de lograr un avance importante en ese propósito es poner en práctica, si bien no todos, una gran parte de los valores universales que conocemos, en el entendido de que un valor es una cualidad que confiere a las personas, cosas o hechos, una estimación. Se trata de una idea de difícil definición, ya que un valor está asociado a la moral y la ética, lo que resulta complicado trasladar a un plano grupal. En otras palabras: todas las personas tienen ciertos valores que surgen de su interior y que guían su accionar.

Como no todos los seres humanos piensan de la misma forma, los valores de un individuo pueden diferir de los valores de otro. Los valores universales, en cambio, tienen la particularidad de ser compartidos a nivel social, son aquello que es común a todos en su especie. Los valores universales están formados por las normas de comportamiento implícitas que resultan necesarias para vivir en una sociedad armónica y pacífica.

Diferencias culturales al margen, se puede afirmar que la bondad, la solidaridad y la honradez son virtudes deseadas en cualquier país o región. Se trata, por lo tanto, de valores universales. Los valores universales se adquieren, en principio, con la educación familiar y en la escuela, ya que el proceso de socialización implica que las nuevas generaciones internalicen conceptos atemporales. Así que siempre estamos adquiriéndolos y adoptándolos. Algunos autores definen a los valores como los principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento en función de realizarnos como personas.

Son creencias fundamentales que nos ayudan a preferir, apreciar y elegir unas cosas en lugar de otras, o un comportamiento en lugar de otro. También son fuente de satisfacción y plenitud. Nos proporcionan una pauta para formular metas y propósitos, personales o colectivos. Reflejan nuestros intereses, sentimientos y convicciones más importantes. Los valores se refieren a necesidades humanas y representan ideales, sueños y aspiraciones, con una importancia independiente de las circunstancias.

Por ejemplo, aunque seamos injustos, la justicia sigue teniendo valor. Lo mismo ocurre con el bienestar o la felicidad. Los valores valen por sí mismos. Son importantes por lo que son, lo que significan, lo que representan, y no por lo que se opine de ellos. Valores, actitudes y conductas están estrechamente relacionados. Cuando hablamos de actitud, nos referimos a la disposición de actuar en cualquier momento, de acuerdo con nuestras creencias, sentimientos y valores.

Estos últimos se traducen en pensamientos, conceptos o ideas, pero lo que más apreciamos es el comportamiento, lo que hacen las personas. Partiendo de esta lógica, una persona valiosa es alguien que vive de acuerdo con los valores en los que cree. Ella vale lo que valen sus valores y la manera cómo los vive. Los valores dignifican y acompañan la existencia de cualquier ser humano.

Los valores tienen características básicas, tales como: son inagotables, no hay ni ha habido persona alguna que agote la nobleza, la sinceridad, la bondad, el amor; son objetivos y verdaderos, los valores se dan en las personas o en las cosas, independientemente que se les conozca o no. Un valor objetivo siempre será obligatorio por ser universal (para todo ser humano) y necesario para todo hombre, por ejemplo, la sobrevivencia. Los valores tienen que ser descubiertos por el hombre y sólo así es como puede hacerlos parte de su personalidad.

Los valores también son subjetivos: tienen importancia al ser apreciados por la persona, su importancia es sólo para ella, no para los demás. Cada cual los busca de acuerdo con sus intereses. Aunque, como se dijo antes, los valores son objetivos porque se dan independientemente del conocimiento que se tenga de ellos, su valoración es subjetiva, es decir, depende de las personas que los juzgan. Por esta razón, muchas veces creemos que los valores cambian, cuando en realidad lo que sucede es que las personas somos quienes damos mayor o menor importancia a un determinado valor.

Los valores se clasifican en muchos tipos: biológicos, estéticos, religiosos, éticos, morales, inframorales, socioculturales, etc. De los anteriores, en mi particular punto de vista, los más importantes son los valores morales, los espirituales y los socioculturales, ya que son los que le dan sentido y mérito a los demás. Con respecto a los valores morales, de poco sirve tener una buena salud, ser muy creyente o muy inteligente, vivir rodeado de comodidades y objetos bellos, si no se es justo, bueno, tolerante u honesto, si se es una mala persona, un elemento dañino para la sociedad, con quien la convivencia es muy difícil. La falta de valores morales en los seres humanos es un asunto lamentable y triste precisamente por eso, porque los hace menos humanos.

En cuanto a los valores socioculturales, son los que imperan en la sociedad en la que vivimos. Han cambiado a lo largo de la historia y pueden coincidir o no con los valores familiares o los personales. Se trata de una mezcla compleja de distintos tipos de valoraciones, que en muchos casos parecen contrapuestos o plantean dilemas. Por ejemplo, si socialmente no se fomenta el valor del trabajo como medio de realización personal, indirectamente la sociedad termina fomentando antivalores, como la deshonestidad, la irresponsabilidad o el delito. Otro ejemplo de los dilemas que pueden plantear los valores socioculturales ocurre cuando se promueve que “el fin justifica los medios”. Con este pretexto, los terroristas y los gobernantes arbitrarios justifican la violencia, la intolerancia y la mentira, alegando que su objetivo final es la paz.

No menos importantes son los valores espirituales, que se refieren a la importancia que le damos a los aspectos no materiales de la vida. Son parte de nuestras necesidades humanas y nos permiten sentirnos realizados. Le agregan sentido y fundamento a nuestras vidas, como ocurre con las creencias religiosas, pero lo más importante es alimentar el espíritu, el bien común y no hacer daño a los demás.

¿Para qué sirven los valores?    

Los valores morales son los que orientan nuestras conductas, con base en ellos decidimos cómo actuar ante las diferentes situaciones que nos plantea la vida. Tienen que ver principalmente con los efectos que tiene lo que hacemos en las otras personas, en la sociedad o en nuestro medio ambiente en general. De manera que si deseamos vivir en paz y ser felices, debemos construir entre todos una escala de valores que facilite nuestro crecimiento individual para que, a través de él, aportemos lo mejor de nosotros a una comunidad que también tendrá mucho para darnos.

Son, pues, tan humanos los valores, tan necesarios, tan deseables, que lo más natural es que queramos vivirlos, hacerlos nuestros, defenderlos en donde estén en peligro o inculcaros en donde no existan. En este punto es donde intervienen la moral y la ética. Valores, moral y ética. Los significados de la palabra moral (costumbres) y ética (morada, lugar donde se vive) son muy parecidos a la práctica. Ambas expresiones se refieren a ese tipo de actitudes y comportamientos que hacen de nosotros mejores personas, más humanas. Si bien la moral describe los comportamientos que nos conducen hacia lo bueno y deseable, la ética es la ciencia filosófica que reflexiona sobre dichos comportamientos, tanto una como otra nos impulsan a vivir de acuerdo con una elevada escala de valores morales.

Valores inmorales o antivalores. La deshonestidad, la injusticia, la intransigencia, la intolerancia, la traición, el egoísmo, la irresponsabilidad, la indiferencia, son ejemplos de estos antivalores que rigen la conducta de las personas inmorales. Una persona inmoral es aquella que se coloca frente a la tabla de valores en actitud negativa, para rechazarlos o violarlos. Es lo que llamamos una «persona sin escrúpulos», fría, calculadora, insensible al entorno social. El camino de los antivalores es a todas luces equivocado, porque no sólo nos deshumaniza y nos degrada, sino que nos hace merecedores de desprecio, desconfianza y rechazo por parte de nuestros semejantes, cuando no del castigo por parte de la sociedad. Llamamos antivalores a todo cuanto se opone al crecimiento armonioso de la personalidad.

Todos somos libres de vivir según nuestros valores o, por el contrario, de nuestros antivalores. La elección depende de nosotros. Se nos imponen como valores los antivalores de la utilidad, de la moda, del culto al cuerpo, del poder, del dinero. Llevamos una existencia derivada de vivir según el egoísmo, el individualismo, el consumismo. Muchas personas, inclusive, piensan que la felicidad se puede comprar, cuando la auténtica alegría surge del interior. Sólo las personas autónomas estiman críticamente sus propios valores y antivalores, así como los de su entorno·

Algunos valores universales importantes de poner en práctica       

La honestidad: Es una cualidad humana que consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, y de acuerdo con los valores de verdad y justicia. Cuando un ser humano es honesto, se comporta de manera trasparente con sus semejantes, es decir, no oculta nada, y esto le da tranquilidad. La honestidad u honradez es el valor de decir la verdad, ser decente, recatado, razonable, justo u honrado. Quien es honesto no toma nada ajeno, ni espiritual ni material: es una persona honrada. Cuando se está entre personas honestas, cualquier proyecto humano se puede realizar y la confianza colectiva se transforma en una fuerza de gran valor. Ser honesto exige coraje para decir siempre la verdad y obrar en forma recta y clara.

La tolerancia: Es una noción que define el grado de aceptación frente a un elemento contrario a una regla moral. Es la expresión más clara del respeto por los demás, y como tal, es un valor fundamental para la convivencia pacífica entre las personas. Tiene que ver con el reconocimiento de los otros como seres humanos, con derecho a ser aceptados en su individualidad y su diferencia. El que es tolerante sabe que si alguien es de una raza distinta a la suya, o proviene de otro país, otra cultura, otra clase social, o piensa distinto a él, no por ello es su rival o su enemigo. Cuando se presentan conflictos, las personas tolerantes no acuden a la violencia para solucionarlos, porque saben que la violencia engendra más violencia. Prefieren dialogar con sus oponentes y buscar puntos de acuerdo.

La libertad: Es la posibilidad que tenemos de decidir por nosotros mismos cómo actuar en las diferentes situaciones que se nos presentan en la vida. El que es libre elige, entre determinadas opciones, la o las que le parecen mejores o más convenientes, tanto para su propio bienestar como para el de los demás o el de la sociedad en general. Las personas libres piensan muy bien lo que van a hacer antes de decidirse a actuar de una u otra manera, pues saben que la libertad no es sinónimo de hacer «lo que se nos dé la gana», y que la mayoría de nuestros actos tienen consecuencias buenas o malas dependiendo del grado de responsabilidad con el que actuemos.

La gratitud: Surge cuando una persona se siente en deuda con otra porque le ha procurado algún bien, le ha prestado un servicio o le ha hecho algún regalo. Las personas agradecidas se alegran por los bienes recibidos, los reconocen y están dispuestos a corresponderlos. No se trata de devolver favor con favor, ni regalo con regalo, sino de sentir y expresar admiración y gratitud por las calidades humanas de quienes nos honran con sus dones.

La solidaridad: Cuando dos o más personas se unen y colaboran mutuamente para conseguir un fin común, hablamos de solidaridad. La solidaridad es un valor de gran trascendencia para el género humano, pues gracias a ella no sólo ha alcanzado los más altos grados de civilización y desarrollo tecnológico a lo largo de su historia, sino que ha logrado sobrevivir y salir adelante luego de los más terribles desastres (guerras, pestes, incendios, terremotos, inundaciones, etc.). Es tan grande el poder de la solidaridad, que cuando la ponemos en práctica nos hacemos inmensamente fuertes, podemos asumir sin temor los más grandes desafíos, al tiempo que resistimos con firmeza los embates de la adversidad.

El respeto: Es aceptar y comprender tal y como son a los demás, aceptar y comprender su forma de pensar aunque no sea igual que la nuestra. El respeto es reconocer, en sí y en los demás, sus derechos y virtudes con dignidad, dándole a cada quién su valor. Esta igualdad exige un trato atento y respetuoso hacia todos. El respeto se convierte en una condición de equidad y justicia, donde la convivencia pacífica se logra sólo si consideramos que este valor es una condición para vivir en paz con las personas que nos rodean.

El amor: La diversidad de usos y significados, y la complejidad de los sentimientos que abarca, hacen que el amor sea especialmente difícil de definir de un modo consistente, aunque, básicamente, el amor es interpretado de dos formas: bajo una concepción altruista, basada en la compasión y la colaboración, y bajo otra egoísta, basada en el interés individual y la rivalidad. Amar se ha definido como encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad. Se ha dicho que el amor es la inclinación del alma hacia un objeto o persona. No podríamos hablar del alma si no se sabe con certeza que el alma existe, así que tendremos que asemejar el alma con algo que sí sabemos con certeza. Científicamente, la mente se ubica en nuestro cerebro, así que si tenemos una afirmación exacta, sería bueno analizar la mente y cómo el amor influye en ella.

La sinceridad: Es un valor que caracteriza a las personas por la actitud congruente que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus palabras y acciones. Actuar con sinceridad es decir lo que se piensa y lo que se siente. Sinceridad es el modo de expresarse sin mentiras ni fingimientos. El término está asociado a la veracidad y la sencillez. La sinceridad implica el respeto por la verdad (aquello que se dice en conformidad con lo que se piensa o se siente). Quien es sincero, dice la verdad.

La responsabilidad: Es el asumir las consecuencias de todos aquellos actos que realizamos en forma consciente e intencionada. La responsabilidad es un valor que está en la conciencia de la persona, que le permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano de lo moral. Una vez que pasa al plano ético (puesta en práctica), se establece la magnitud de dichas acciones y de cómo afrontarlas de la manera más positiva e integral.

La humildad: Es la característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto. Desde el punto de vista virtuoso, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia, una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta, como lo es una persona soberbia, quien se siente autosuficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia. Miguel de Cervantes dice en el famoso Diálogo de los perros que «la humildad es la base y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea.»

La amistad: Es una relación afectiva entre dos o más personas. La amistad es una de las relaciones interpersonales más comunes que la mayoría de los seres humanos tiene en la vida. La amistad se da en distintas etapas de la vida y en diferentes grados de importancia y trascendencia. La amistad nace cuando las personas encuentran inquietudes comunes. Hay amistades que nacen a los pocos minutos de relacionarse, y otras que tardan años en hacerlo.

En conclusión  

La educación en valores, en el contexto laico que garantiza el artículo tercero de la Constitución Mexicana, se orienta con el referente de los derechos humanos universales. En ellos se identifica la dignidad de la persona como el bien esencial alrededor del cual se definen un conjunto de derechos válidos para todos y todas, independientemente de cualquier diferencia física, económica o cultural.

La referencia a los derechos humanos apunta a valores de una alta significación ética que se constituyen en formas de vida ideales y en comportamientos deseables. Los valores que emanan de la dignidad humana hacen referencia a la libertad, la igualdad y la fraternidad. Estos bienes comparten la premisa de que las personas son valiosas en sí mismas, que requieren trato digno y libertad para realizarse como seres humanos plenos.

A lo largo de su vida, las personas se adhieren a valores de distinto tipo, lo cual es parte de su desarrollo y libertad personales. Para alcanzar un marco ético de convivencia plural y armónica, basado en unos valores deseablemente compartidos por todos, la escuela puede y debe educar en aquellos que derivan de los derechos humanos y, por ello, considerados universales.

En ese sentido, los valores se basan en el respeto a la dignidad humana. Son incluyentes, porque en un diálogo que apele a la razón, difícilmente encontraríamos detractores a los mismos; son valores de los que todos queremos disfrutar, independientemente de nuestra cultura, religión o convicción política.

Son valores universales, también, porque son aspiraciones que no declinan, aparecen siempre como imperativos indispensables, casi esenciales de la naturaleza humana. No es concebible una época en la que la amistad, la tolerancia, la solidaridad, no sean condiciones deseables para nuestra existencia. Actitudes como el esfuerzo y la autorregulación son requisitos necesarios para realizar los valores compartidos por la humanidad.

Desafortunadamente, la pérdida de valores, en muchos de los casos, es producto de la pérdida de la fe y, en otros, de la pérdida de confianza en las ideologías. Ninguno de los regímenes políticos (socialismo, comunismo y capitalismo) ha dado respuestas a las necesidades más profundas del hombre. Esto ha abierto paso al individualismo, que se refugia en la vida privada y el consumo.  Se vive un antagonismo entre los valores heredados y los que presenta la sociedad.No es tarea fácil apegarse a los valores universales, no somos perfectos, ni totalmente virtuosos, seríamos santos; sin embargo, el esfuerzo por basar nuestra vida en los valores universales mínimos de convivencia vale bien la pena. Por lo tanto, es preciso crear un sistema de valores en el que la justicia, la solidaridad, la libertad y la gratitud, se conviertan en principios activos de relación, organización y convivencia humana, si de verdad queremos trascender como seres humanos, lograr metas por el bien común y heredar un país mejor a nuestros hijos.