La historia contemporánea ha demostrado que cuando una generación no encuentra su lugar dentro del sistema, termina gestando uno propio

Hoy en día, en casi todo el planeta, los jóvenes nacidos entre mediados de los años noventa y principios de los años 2010, la llamada Generación Z (Gen Z), están usando las redes sociales y ocupando las calles con exigencias como mejoras en los servicios básicos, más empleos, menos corrupción y efectivas oportunidades para la juventud ante sus gobiernos. No lo hacen al estilo de las marchas sindicales del siglo XX ni principios del siglo XXI, ni bajo siglas partidistas, sino desde las plataformas digitales, hashtags virales y símbolos de la cultura pop, como el anime One Piece.
A su manera, están transformando la idea misma de protesta: ya no solo se trata de salir a las calles a exigir atención a sus demandas, sino de hacerlo también en un espacio híbrido (digital y físico), donde la indignación se organiza en línea y se materializa en plazas, avenidas y zócalos. Su característica principal es la inmediatez, aunque, lamentablemente, no en todos los casos han logrado materializar sus causas.
Desde septiembre de 2025, esta ola de movilización juvenil ha tenido eco en distintos países del mundo, que van desde Indonesia y Nepal, en Asia; Marruecos y Kenia, en África; hasta pasar por Perú, Paraguay y Bolivia, en América del Sur, llegando incluso a México. Aunque los contextos son distintos, las causas comparten un hilo común: la frustración ante gobiernos percibidos como corruptos, ineficaces o ajenos a las preocupaciones reales de la juventud. En cada uno de estos países, los jóvenes de la Gen Z han salido a reclamar lo mismo: empleo, servicios públicos, igualdad y un futuro posible.
La Gen Z ha crecido en un entorno saturado de tecnología, así como de incertidumbre social. Su mundo ya no corresponde al de las promesas de estabilidad económica y social de los años noventa, sino a las consecuencias de su incumplimiento, ahora marcadas por la crisis climática, la precariedad laboral, la desigualdad económica, las brechas de género y una profunda desconfianza en las instituciones del Estado. Su forma de actuar refleja esa insatisfacción: son jóvenes hiperconectados, críticos, conscientes de la injusticia y, sobre todo, cansados de esperar a que otros hablen y resuelvan por ellos.
En agosto de 2025, en Yakarta, Indonesia, miles de jóvenes se congregaron frente al Parlamento para manifestarse ante el aumento en las ayudas a la vivienda de los diputados, casi diez veces superiores al salario mínimo, convirtiéndose en un “incendio” político. Las manifestaciones se extendieron a ciudades como Surabaya y Bandung, y, tras la muerte de un estudiante de 21 años, lucharon por la disolución de la Cámara de Representantes y exigieron la renuncia del jefe de la Policía Nacional.
Por su parte, desde septiembre de 2025, en Katmandú, Nepal, un grupo amplio de jóvenes tomó las calles de la ciudad luego de que el gobierno bloqueara 26 plataformas digitales, entre ellas Facebook, Instagram y TikTok, bajo el argumento de combatir la desinformación. La medida fue interpretada por los jóvenes como un intento de censura. Ante las restricciones impuestas por el gobierno, comenzaron a usar redes privadas virtuales (VPN), plataformas que permiten conectarse a internet como si estuvieran en otros países, para evitar la censura y seguir comunicándose entre sí. A través de estos canales lograron exigir, en principio, la dimisión del primer ministro Sharma Oli, quien, ante la magnitud de las protestas, tuvo que renunciar el pasado mes de octubre.
De igual forma, en octubre de 2025, en Casablanca y Rabat, en Marruecos, jóvenes denominados “Gen Z 212” denunciaron en redes sociales el gasto excesivo del gobierno en eventos deportivos, mientras las comunidades rurales seguían careciendo de servicios básicos. Por su parte y de forma paralela, en Nairobi, Kenia, las manifestaciones contra nuevos impuestos decretados por su presidente William Ruto derivaron en un movimiento de la Gen Z que exigió mediante las diferentes redes sociales la utilización de recursos públicos de manera más justa y transparente.
Mientras tanto, también en septiembre pasado, en Asunción, Paraguay, la denominada “Generación Z Paraguay” convocó protestas frente al Congreso contra la corrupción, la precarización laboral y los abusos policiales contra la ciudadanía. Aunque los jóvenes lograron viralizar la agenda anticorrupción y visibilizar sus demandas sociales (con detenciones y heridos en las primeras jornadas), dichas demandas siguen pendientes de resolución.
En octubre de este año, en La Paz, Bolivia, jóvenes de la Gen Z se movilizaron en marchas y redes sociales bajo el lema “Nuestro futuro no se negocia”, expresando su hartazgo frente a la crisis económica y el desgaste del Movimiento Al Socialismo (MAS). Estas manifestaciones reflejaron el creciente distanciamiento de la juventud respecto al oficialismo y su impulso por renovar a la clase política. Su participación, tanto en las calles como en el espacio digital, marcó una nueva etapa de activismo juvenil en Bolivia que acompañó el cambio de rumbo político del país, culminando con la victoria del hoy presidente Rodrigo Paz, de tendencia centroderecha.
Es importante señalar que, en los países en los que la Gen Z ha protestado contra sus gobiernos, el símbolo pirata de la serie animada japonesa One Piece se ha convertido en una bandera de inconformidad y resistencia juvenil, ya que el protagonista de la serie ha luchado e incluso derrotado gobiernos autoritarios. Pero, más allá de la unificación con un símbolo común de la Gen Z, lo que une a este movimiento es el trasfondo: el desempleo juvenil, la corrupción, la desigualdad y la falta de oportunidades. Los jóvenes no están pidiendo lujos ni privilegios, están exigiendo una vida digna y un futuro esperanzador.
El eco de las movilizaciones juveniles en Asia y África ya comenzó a sentirse en México. En octubre de 2025, colectivos autodenominados “Generación Z México” comenzaron a convocar, mediante Instagram y TikTok, movilizaciones en la Ciudad de México y Michoacán, al punto de que se les atribuyó la organización de una gran marcha en la capital del país prevista para este 15 de noviembre, marcha de la que ya han deslindado su autoría, aunque la apoyan. El símbolo de esta marcha será también la bandera de One Piece, que representa para la Gen Z la búsqueda de libertad y justicia.
El llamado a la gran marcha no provino en principio de partidos políticos ni organizaciones tradicionales, sino de usuarios en redes sociales, donde jóvenes invitaban a marchar “por la transparencia, contra la corrupción y por un México sin miedo”. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) intentó aprovecharse del movimiento, pero fue evidenciado rápidamente por la presidenta Claudia Sheinbaum durante su conferencia matutina del pasado miércoles 5 de noviembre, señalando que, incluso, el diputado que lo impulsaba no pertenecía a la generación.
A pesar de que, a pocos días del anuncio de la gran marcha, el colectivo “Generación Z México” publicó un comunicado aclarando que no eran los organizadores de dicha movilización e incluso alertó sobre el riesgo de que el movimiento fuera manipulado con fines partidistas, la marcha sigue confirmada y abierta a toda la ciudadanía que busque expresarse.
Es importante subrayar que, en México, cerca del 25 por ciento de la población pertenece a la Gen Z, el grupo más conectado digitalmente, más diverso ideológicamente y, paradójicamente, uno de los más inconformes con las diferentes administraciones que han gobernado en lo que va del siglo XXI. La mayoría de los jóvenes no confía en los partidos ni en las instituciones formales, pero sí en el poder de la voz colectiva de su generación. Ese interés de participar en la vida pública se está traduciendo en nuevas formas de activismo político y social.
La historia contemporánea ha demostrado que, cuando una generación no encuentra su lugar dentro del sistema, termina gestando uno propio. En un mundo tan interconectado como el actual, “salirse del sistema” ya no significa aislarse, sino aprovechar las redes sociales para manifestarse, viralizar causas, organizar marchas o presionar gobiernos y, si es necesario, generar caos, sobrepasando los límites constitucionales establecidos.
Sin lugar a dudas, el movimiento de la Gen Z no es una moda; es una señal de agotamiento del modelo de representación política tradicional. Además, debe reconocerse que la velocidad con que se moviliza la Gen Z puede ser su talón de Aquiles, pues muchos movimientos juveniles se han desinflado cuando concluye la viralización de sus causas, incluso sin haber logrado algún resultado.
La Gen Z ha cambiado las reglas del juego político global. Sus movilizaciones, ya sea en Yakarta, Indonesia, o en la capital de México, no son meras descargas de frustración juvenil; son llamados a reconstruir la confianza y el intercambio de ideas entre ciudadanos y tomadores de decisiones. En México, la aparición de la Gen Z ha marcado un punto de inflexión. Los jóvenes ya no esperan que alguien más los represente: han decidido hacerlo ellos mismos, con su lenguaje digital y sus nuevas formas de expresarse detrás de una pantalla. La pregunta que queda abierta ahora es si las instituciones de gobierno serán capaces de escuchar este nuevo idioma de protesta o si seguirán siendo omisas y, en su caso, responderán con acciones caducas, de miedo y amedrentamiento.
Las movilizaciones de la Gen Z no desaparecerán del mapa político. Podrán cambiar de forma, reorganizarse, reinventarse, pero su impulso llegó para quedarse. Esta Gen Z, sin duda, es la voz de una nueva época que exige coherencia, transparencia y atención a las causas genuinas de la juventud. Y, aunque sus movilizaciones a veces parezcan caóticas, la Gen Z está comenzando a escribir una de las páginas más vibrantes de la era contemporánea.
