Lo que vivimos es el fin de una etapa de la economía mundial y el inicio de un nuevo enfoque capitalista caracterizado por un conservadurismo mercantil, y reforzado por la perspectiva autoritaria que China y Rusia le imprimen a su particular forma de gobernar y comerciar en el nuevo orden mundial
Por fin puedo ver el mundo que mis ancestros vaticinaron y que me motivó a estudiar Relaciones Internacionales. Ellos tenían razón, los nacionalismos regresaron.
La disputa comercial por los aranceles entre China y Estados Unidos es solo una muestra del gran choque civilizatorio. En el pasado se creía que el conflicto bipolar se resumía a la lucha del lado capitalista contra el comunista, sin embargo, cada vez es más profundo el encuentro inevitable entre Occidente y Oriente.
Este encuentro entre ambos polos no es nuevo, viene precedido por la Segunda Guerra Mundial en la lucha de las potencias del Eje contra los países aliados, particularmente de Japón contra Estados Unidos. Este enfrentamiento siguió durante la Guerra Fría en distintas regiones, como en Corea, en Camboya, en Vietnam y las guerras del Golfo Pérsico.
En el caso de la República Popular de China el gran cambio comenzó cuando el gigante asiático dejó a un lado sus posturas socialistas dogmáticas para dar un auténtico “Salto Adelante”, pero hacia el capitalismo, para convertirse en esa nación capaz de rivalizar con Estados Unidos el lugar como la principal economía mundial y el principal acreedor de este siglo.
Por otra parte, el declive de Occidente no solo es evidente por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, sino también por el mermado europeísmo, agravado por el Brexit y la salida de Reino Unido del pacto supranacional que demuestran el debilitamiento de la tambaleante Unión Europea.
Asimismo, las victorias de candidatos pro-rrusos en los países europeos del este, así como el avance de los partidos de derecha y ultraderecha, evidencian la crisis del modelo integracionista. Durante los últimos tres siglos Europa vivió una gran etapa de abundancia y esplendor, gracias a su dominación colonialista en América, Europa y Asia, pero su declive es notorio y la oscuridad regresa al continente.
Por primera vez, en toda mi vida, el mundo es como mis ancestros me dijeron que sería, porque en lo económico estos nacionalismos se traducen en medidas proteccionistas, mientras que en lo político se transforman en ideologías intolerantes, globalifóbicas, desintegracionistas y en casos extremos, antiinmigrantes y xenófobas, como las que impulsa Donald Trump. No solo es el caso de Estados Unidos, amplias regiones del mundo avanzan a toda velocidad, pero en reversa.
Paradójicamente, en la era donde todas las personas están conectadas gracias al Internet y las nuevas tecnologías, es cuando las tendencias antiglobalizadoras son más fuertes. El fin del “neoliberalismo” es un hecho, pero no así el del capitalismo, que ha adoptado una forma más agresiva y antiderechos en más de dos terceras partes del planeta.
Podemos vaticinar que se aproxima el Estados Unidos más débil de toda la historia, porque el resultado de las medidas proteccionistas que impulsa Trump, provocarán un progresivo aislamiento de la nación promotora de la “falsa libertad” y la inevitable consolidación del nuevo orden mundial que encabezan China y Rusia, así como lo afirmamos en otros artículos en El Ciudadano siete años atrás.
Mis ancestros tampoco estaban equivocados en que Rusia regresaría con su característico espíritu militarista renovado e impulsado por su nueva faceta capitalista. Eso sí, estoy seguro de que ni siquiera ellos se hubieran imaginado que la injerencia rusa sería determinante para que un candidato republicano de Estados Unidos ganara las elecciones presidenciales, y en dos ocasiones. Ese debe ser el mejor ejemplo de que “la política no es, va siendo”, pero a nivel internacional.
Por lo tanto, no hay pacto más poderoso que supere el contubernio actual entre Trump y Vladimir Putin, por encima de la Alianza Atlántica de la también decadente OTAN que dejará a su suerte a Ucrania; así como de la ONU, organización que desde su nacimiento ha estado subordinada a los intereses estadounidenses y que ahora tiene en la Doctrina Trump a su mayor enemigo, debido al marcado desinterés del “presidente títere” por participar en los foros mundiales y regionales.
A Estados Unidos le pasa lo mismo que al Imperio Romano en su etapa final. El descontrol de las invasiones bárbaras obligó a los últimos romanos a construir muros más altos y construcciones fortificadas que garantizaran su seguridad. Este aislamiento sumergió a los últimos romanos y a sus herederos europeos en una etapa medieval oscura de enfermedades y fanatismo religioso, que incluso provocó que otras civilizaciones, como los árabes, les superaran.
Las medidas proteccionistas de Trump y su fanatismo antiinmigrante, más que proteger a la economía estadounidense la debilitarán y permitirán que otras naciones aprovechen este vacío. No solo será China y otros países asiáticos, también serán los países árabes que ya han elegido un lado del tablero mundial con los países BRICs, como es el caso de Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, antiguo aliado de Estados Unidos.
Ahora que el magnate presidente busca gobernar Estados Unidos como una empresa, a sus gerentes no les quedará más que gestionar la decadencia de una economía enferma y endeuda desde hace más de dos décadas, porque es necesario entender que el regreso de Trump no solo significa el inicio de una marcada recesión económica mundial, sino el fin del libre mercado, que décadas atrás tenía en Estados Unidos a su mejor representante.
El antiguo “policía mundial”, el “gran incendiario”, ya ni siquiera tiene control de uno de sus alumnos más avanzados como Israel, nación que no detiene su ofensiva en Gaza. Eso sí, la nación norteamericana cosecha los resultados de su intervencionismo histórico, que se traducen en el regreso del Talibán en Afganistán y el crecimiento del fundamentalismo islámico en el norte de África, Medio Oriente y Asia Central; mientras que su guerra arancelaria imprudente genera enemigos donde no los había y acerca a muchos países a los brazos de Rusia y China.
En pocas palabras, lo que vivimos es el fin de una etapa de la economía mundial y el inicio de un nuevo enfoque capitalista caracterizado por un conservadurismo mercantil, y reforzado por la perspectiva autoritaria que China y Rusia le imprimen a su particular forma de gobernar y comerciar en el nuevo orden mundial.
En el caso de México, la cercanía a Estados Unidos y su dependencia económica obligan a nuestro país a permanecer atado a los intereses norteamericanos, a pesar de las injustas medidas arancelarias que se le imponen. Sin embargo, la realidad es que continuar con esta política exterior sumisa y dependiente del decadente vecino del norte también arrastrará a nuestro país a una profunda crisis.
En este contexto internacional, aunque no lo parezca, México se encuentra en un momento coyuntural de su historia. Ante las presiones de Trump, tenemos la oportunidad histórica de diversificar nuestro mercado, así como muchas naciones ya lo han hecho, para convertirnos en ese factor determinante y decisivo de la consolidación de ese nuevo orden mundial.