Retrato
La búsqueda incansable de Joseph Pulitzer

“Una prensa cínica, mercenaria y demagógica, producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer
@meyerarturo

Una niña sudanesa se encuentra en cuclillas, cubriéndose con ambas manos la cabeza calva. Los huesos le sobresalen por todo el cuerpo, se le ve famélica, resulta evidente que está a punto de morir de hambre. Muy cerca de ella (a unos tres metros), la observa inmóvil un buitre, esperando pacientemente el aliento final de su presa. Pero él no es el único que observa: con el ojo en la lente de la cámara, Kevin Carter esperó veinte minutos para conseguir esta imagen que se publicó en la portada del New York Times y que, en 1994, lo hizo acreedor al premio Pulitzer. Tras la discusión y la revuelta que causó la fotografía debido a los veinte largos minutos que el fotógrafo esperó para tomarla en lugar de ayudar a la niña, Carter (un año después de haber ganado el premio de periodismo más importante del mundo) se suicidó dentro de su coche inhalando monóxido de carbono por una manguera.

El debate sobre este tipo de imágenes y cómo deben actuar los fotógrafos profesionales en casos como el que se le presentó a Kevin Carter no es el tema de este texto, pero episodios como ese, donde se involucran la ética, el amor a la profesión y los valores periodísticos, sí fueron reflexiones fundamentales para Joseph Pulitzer, quien es, tal vez, el periodista más famoso que existe. Fundador de la escuela de periodismo de Columbia (para muchos la mejor del mundo) y de los premios que llevan su apellido, Pulitzer tuvo una vida tan extraordinaria que cualquiera podría pensar que se trata de una ficción.

Nació en Hungría en 1847 y a los 17 años emigró a Estados Unidos sin un peso en la bolsa y sin saber inglés. Al llegar a Norteamérica se alistó en el ejército y peleó en la Guerra de Secesión Estadounidense con el ejército nordista. Cuando finalizó el conflicto armado se fue a vivir a San Luis Missouri, en donde, para sobrevivir, “hacía dos trabajos: uno de ocho horas diurnas y otro de ocho horas nocturnas. De las restantes ocho horas, cuatro las dedicaba a estudiar inglés”. Según narra Irene Hernández en un artículo publicado en el diario La Tercera.

Joseph Pulitzer (quien este 29 de octubre cumple 106 años de muerto) comenzó su carrera periodística de una manera extraña. Tras pagar cinco dólares para trasladarse a una plantación de azúcar donde trabajaría como jornalero, fue abandonado a su suerte junto con cuarenta personas más, después de que el “agente” que los llevaba (y que se robó el dinero de todo el grupo) los dejó tirados en la madrugada. Cuando lograron volver a San Luis, luego de tres días de caminata, hambrientos y medio muertos, un periodista del diario Westiche Post, que se había entrado de lo ocurrido, le pidió a Pulitzer que escribiera, en alemán, un relato sobre el episodio. El director del periódico se impresionó con la manera de escribir de Joseph Pulitzer y lo contrató para que trabajara como reportero.

“Cuatro años después, en medio de la crisis de los periódicos, Pulitzer compró el Westiche Post por 3.000 dólares. Seis años más tarde, en 1878, se convirtió también en dueño de su competidor, el St. Louis Dispatch, un diario en ruinas que adquirió en una subasta pública. Y en 1883, con 36 años, gracias a su talento y a su desmesurada ambición, se hizo del New York World, que por entonces también se encontraba al borde de la quiebra. realizó un milagro: en pocos años consiguió que pasase de vender 12.000 ejemplares a distribuir más de 300.000”, relata Irene Hernández.

Con el New York World bajo su mando, Pulitzer se dio a la tarea de atraer al mayor número de lectores posible. Fue entonces cuando en el enfrentamiento brutal con su principal competidor, el diario The New York Morning Journal (dirigido por el magnate William Randolph, quien inspiró la célebre película El Ciudadano Kane), se creó un nuevo tipo de prensa sensacionalista que más tarde fue bautizada como “amarillista”.

Sobre lo anterior, el destacado periodista argentino Roberto Herrscher (quien dirigió durante 18 años la Maestría en Periodismo BCN NY, creada por la Universitat de Barcelona y la Universidad de Columbia), opinó en una entrevista concedida a El Ciudadano en el 2014:

“Nada es totalmente blanco y negro, y menos en las procelosas aguas del periodismo. Pulitzer fue un gran innovador, un periodista de raza y el creador de una forma práctica, de autoexamen constante y evaluación de los propios criterios y métodos para enseñar periodismo que sigue estando vigente. Pero también fue, junto con su competidor William Randolph Hearst, el gran creador del sensacionalismo en los periódicos. Hearst fue más lejos, con menos escrúpulos, pero el diario de Pulitzer caía frecuentemente en lo que hoy definiríamos como amarillismo. Con esto vendía millones de ejemplares cada día, y usaba las grandes ganancias para promover, también, un periodismo de calidad, enfrentado al poder”.

Después de esta batalla y del estigma con el que quedó marcado, Joseph Pulitzer hizo profundas reflexiones sobre el verdadero periodismo de investigación, de contraste y de libertad. “Una prensa cínica, mercenaria y demagógica, producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”, escribió en su famoso libro Sobre el periodismo. Esta es una realidad que no resulta muy diferente a la que se vive en nuestro país y en muchos otros, a la sombra de algunos periódicos vendidos al régimen gobernante en turno.

Víctima del trabajo excesivo, Pulitzer comenzó a perder poco a poco la vista hasta quedar completamente ciego y al borde de un colapso nervioso. Los médicos le ordenaron cambiar de vida y descansar, porque además de haber perdido la vista había desarrollado una extrema sensibilidad al ruido. Sobre ello escribe Irene Hernández: “El tintineo de una cucharilla de café o el simple gorgoteo del agua al ser vertida en un vaso lo sacaban de quicio, le provocaban un sufrimiento espantoso. «Le he visto empalidecer, temblar y sentir sudor frío por ruidos que la mayoría de las personas a duras penas habría notado», aseguraba su secretario Alleyne Ireland”.

Ante esas circunstancias Pulitzer compró el Liberty, un yate enorme con capacidad para 60 tripulantes. Estaba hecho a prueba de ruido y contaba con muchos secretarios que Joseph contrató para poder seguir dirigiendo el New York World desde alta mar. No le importaban sus crisis nerviosas ni su ceguera, no dejó de trabajar, no se dio tregua nunca, empeñado en luchar por un periodismo de excelencia que estuviera al servicio de la sociedad y de la libertad de expresión. “Sin unos ideales éticos, un periódico podrá ser divertido y tener éxito, pero no sólo perderá su espléndida posibilidad de ser un servicio público, sino que correrá el riesgo de convertirse en un verdadero peligro para la comunidad”, sentenció.

A los 64 años de edad, Joseph Pulitzer murió a bordo del Liberty. Dejó dos millones de dólares a la Universidad de Columbia para que abriera la Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo y creara los premios Pulitzer, dedicados a enaltecer lo mejor del periodismo en el mundo. En este 2017 el galardón que lleva el apellido del periodista húngaro cumple 100 años, cubre 21 categorías de las diversas ramas periodísticas y se entrega anualmente el 10 de abril, día del nacimiento del controvertido e incasable Joseph Pulitzer.