EL MANEJO POLÍTICO DE LOS ELECTORES

El retorno de la ola nacionalista a nivel mundial a partir de la segunda década de este nuevo siglo ha propiciado el arribo de candidatos al poder cuyo triunfo se ha basado en pura retórica rencorosa

 
 
Eduardo Mendoza Ayala
 
 
 

Los tiempos de elecciones en México y en los Estados Unidos de América han coincidido parcialmente durante este siglo veintiuno, tanto en el ámbito presidencial como legislativo, lo que ha permitido a algunos analistas, revisar el comportamiento de los votantes en ambas naciones, encontrando características comunes, muy interesantes para comentar.

Independientemente del contraste socioeconómico que priva entre ambas sociedades, se puede deducir que la actitud de los potenciales electores es básicamente la misma, ante un proceso de renovación presidencial o legislativo; la actitud superficial de análisis es la constante, lo que ha facilitado que lleguen al poder mandatarios “peligrosos”.

En el año 2012, coincidieron las elecciones presidenciales tanto en el país vecino del norte como en el nuestro, alineando a Barack Obama y a Enrique Peña Nieto en el inicio de sus respectivas administraciones. En el 2024 volverá a ocurrir lo mismo, en donde quién sabe qué condiciones sociales, políticas y económicas priven entonces entre ambas naciones.

Por lo pronto habrá que señalar que el retorno de la ola nacionalista a nivel mundial a partir de la segunda década de este nuevo siglo ha propiciado el arribo de candidatos al poder cuyo triunfo se ha basado en pura retórica rencorosa, aprovechando que la globalización no pudo mejorar las indignantes condiciones de miseria en que se encuentran millones de seres en el mundo.

Tenemos a la mano el caso de Donald F. Trump, quien en 2016, sin conocimiento u oficio alguno en materia política o de administración pública, logró convencer internamente a una mayoría de dirigentes y militantes del Partido Republicano (sin ser militante del mismo) para ser postulado. El no ser un político “tradicional” le sirvió a este peculiar hombre para hacerse del poder presidencial en uno de los países más fuertes del mundo.

En México, también por hartazgo con el statu quo del sistema político partidocrático selectivo, una gran parte del electorado (poco más de treinta millones de votantes) decidió elegir, en junio del 2018, como presidente de la República Mexicana a Andrés Manuel López Obrador, bajo la esperanza de que existiera un cambio de fondo en la práctica política y en los usos y costumbres dentro de la administración pública. Hoy, apenas transcurridos dos años de aquellos comicios, una buena parte de los mexicanos empieza a preocuparse por las disparatadas tomas de decisiones, así como por la falta de resultados tangibles de las políticas públicas de gobierno.

Durante la campaña proselitista, toda la serie de epítetos y agresiones verbales proferidas por los opositores a su postulación –en el caso de Trump- no fueron factores que realmente influyeran en el electorado. Incluso mucho se recuerda el testimonio de las edecanes de alguna de sus empresas, quienes relataron con pruebas testimoniales juradas el acoso sexual al que se vieron sometidas por el magnate empresarial.

Hoy (2020), estando ya en el poder, el presidente estadounidense se encamina aparentemente tranquilo hacia la reelección en noviembre venidero, ante el intento fracasado por parte del partido Demócrata de los EE. UU., de llevarlo a juicio político por una supuesta intervención rusa y ucraniana durante su campaña que perjudicó directamente a su rival, Hillary Clinton.

Uno se pregunta constantemente, ¿cómo es posible que muchos electores en las dos naciones no se percaten de algunas evidencias muy claras en el comportamiento de los aspirantes a cargos de elección popular, las desdeñen y prefieran “no moverse” de su decisión inicial? ¿Qué sucede en muchos casos en los que la gente prefiere ignorar algunos argumentos de descalificación de una candidatura?

Yo creo que mucho es el tipo de campaña que se lleva a cabo, en donde el público está harto de sólo escuchar descalificaciones a diestra y siniestra, por lo que pone “oídos sordos” a tanta cantaleta negativa. Otro punto es quizá la propia limitación cívica en que vive el elector estándar, que suele no abundar o profundizar sobre el antecedente o pasado de los candidatos al puesto que sea.

Sólo así se entiende –por ejemplo- cómo en el caso de México, entre un candidato fresco que presentó ideas de renovación, modernas y progresistas, como era Ricardo Anaya, candidato presidencial de la Alianza por México, y López Obrador, candidato de la alianza “Juntos haremos historia”, pesó finalmente más la idea de quitar del poder al PRI, aunque se hiciera a un lado la posibilidad de modernizar estructuralmente al país.

Es innegable que en las campañas tanto de Trump como de López Obrador, el concepto de castigar al esquema globalizador y retornar a la vigencia del nacionalismo (“vamos a hacer nuevamente grande a América”, era el lema de campaña de Trump) prevaleció. En cuanto al proselitismo del político tabasqueño, los ejes de su discurso fueron los pobres, “víctimas de una globalización depredadora”. Y cuando tú tienes poco más de setenta millones de gente miserable, es muy fácil llenarles los oídos de mensajes que quieren escuchar, aunque luego no pueda cumplírseles un mínimo porcentaje de estas promesas.

Hacia finales de febrero del año en curso, el promedio de aceptación del presidente López Obrador rondaba un 55 por ciento, asombrando tal porcentaje tanto a propios como a extraños frente a toda una serie de desatinos en las tomas de decisión que han surgido por parte del mandatario. Con menos temas polémicos, el anterior presidente Enrique Peña Nieto llegó a tener una caída de aceptación hasta niveles dramáticos de nueve por ciento, siendo la corrupción el tema que gravitó constantemente durante todo su sexenio.

En el caso del actual presidente, existe todo un catálogo de claras inconformidades por parte de diversos grupos de la sociedad, como los padres de familia con hijos enfermos ante el desabasto de medicamentos, madres de familia indignadas por el cierre de guarderías, las mujeres ante la violencia inclemente que han estado viviendo, un gran grupo de estudiantes afectados por paros en sus centros de estudio y así podríamos seguir, sin saber por qué todo eso no impacta directamente en términos de la popularidad del político tabasqueño.

Mucho me temo que estemos ante un escenario en el que el público –una vez más- se comporta superficialmente, que es un escudo usual al que recurre el ciudadano en toda sociedad cuando es tal la cantidad y calidad de temas que le abruman y prefiere “huir” de ese ambiente. Eso lo debe saber seguramente el mandatario Andrés Manuel porque, a decir de algunos analistas, en cuanto percibe que su popularidad se ve reducida, de inmediato ocurre algún evento inusual que distrae a la opinión pública, como podría ser tal vez una expresión oral metacoloquial (“abrazos, no balazos”; “los voy a acusar con su mamá”; “aunque me cusquen, no me voy a enganchar”, etc.), logrando que la gente polemice acerca de sus “desvaríos” verbales y no profundice en lo sustancial para la buena marcha del país. Ha hecho uso de lo que se conoce en comunicación como las “cortinas de humo”, con tal de desviar la atención.

Los pueblos ya debíamos haber aprendido que un manido recurso manipulador para nuestros gobernantes son las discusiones estériles y huecas, que justamente nos alejan de lo fundamental. A ver hasta dónde llegamos ahora –a nivel local- con el folclorismo presidencial de López Obrador, y en el ámbito internacional con las excentricidades del señor Trump. Si no es una cosa es otra, pero es un hecho que la capacidad de inteligencia de los ciudadanos se pone a prueba una vez más. Ojalá muchos estemos a la altura de lo que se requiere para que recuperemos un rumbo estable para nuestros países.