LOS RIESGOS DEL RETORNO DE LA OLA NACIONALISTA MUNDIAL

La desesperación en la población es mala consejera, ya que, con tal de buscar un cambio, la gente evita razonar su decisión y se olvida de construir sanos equilibrios en el instante de votar en las urnas

Eduardo Mendoza Ayala

Eduardo Mendoza Ayala

La mayoría de los movimientos sociales y políticos en las diversas naciones del mundo surgen en función de una serie de acontecimientos relacionados con la economía, y también ante fenómenos sociales y políticos en donde basta un liderazgo, ya sea perseverante o coyuntural, para que encabece el cambio en un país.

La historia de sucesos al respecto se halla pletórica de personajes y narrativas que relatan cómo fue que tal o cual nación optó, en su momento, por determinada orientación política durante una elección, o bien, rechazó asombrosamente –durante alguna consulta popular- algo que muchos suponían que iba a ser positivo para sus habitantes.

Decía Winston Churchill que, si bien la democracia no es el sistema perfecto, resulta ser el más perfectible. Así las cosas, entre “ensayo y error” y un poco de “horror y dolor”, millones de personas en el planeta están aprendiendo a entender el valor de participar y comprometerse, haciéndolo un poco “a su modo”, aunque ello provoque preocupación y una que otra angustia social, entre los supuestos expertos y analistas.

Sólo de esa forma podríamos definir lo que está ocurriendo en este mundo nuestro, en donde tras la vigencia, durante casi medio siglo, de un sistema económico de corte liberal, estamos siendo partícipes y testigos actualmente de la sustitución del mismo por un esquema que –bajo la sombrilla del nacionalismo- ofrece tirar a la basura todo lo anterior, con el riesgo de caer en un populismo gubernamental cuya afectación económica resultaría cuando menos “de pronóstico reservado” para el bolsillo de todos los ciudadanos.

Numerosos sociólogos y psicólogos sociales se devanan los sesos diariamente para tratar de comprender por qué las personas repentinamente se deciden a cambiar su inclinación política o económica y eligen candidatos “sui géneris”, que se salen totalmente del típico patrón o perfil político tradicional que la mayoría conoce (y que, desde luego, aborrece y en ocasiones llega a odiar).

Así, a lo largo del siglo veintiuno han aparecido en la escena política mundial diversos candidatos que sin preparación política formal alguna -pero eso sí, con mucho carisma y dotados de una buena capacidad de oratoria- se han involucrado en procesos políticos, logrando encumbrarse hasta lograr la responsabilidad de encabezar a toda una nación.

El hartazgo causado por un sistema económico de libre mercado que, por décadas, sólo ahondó los severos contrastes socioeconómicos existentes, ha ido llevando a millones de individuos a optar por figuras que, sin importar si saben o no gobernar, han sido electas con tal de ver si ocurre “algún milagro” para poder estar mejor.

Es un hecho que la gran cauda de pobres es el alimento ideal del proyecto de muchos partidos políticos que buscan con afán perfiles de ciudadanos “sin partido”, dispuestos a prestarse como vehículos de la fe y la esperanza para salir adelante; y ahí caben lo mismo artistas que comediantes, predicadores religiosos, deportistas de cualquier rama y un largo etcétera.

Y bajo ese “ensayo y error” político-electoral han podido desfilar desde Hugo Chávez, en Venezuela, hasta Jair Bolsonaro, en Brasil, pasando por una gran gama de personalidades peculiares que representan lo mismo nacionalismos de izquierda que de derecha, como han sido los liderazgos de Donald Trump, en Estados Unidos; López Obrador, en México; Evo Morales, en Perú; Lula Da Silva, en Brasil; Recep Tayyip Erdogan, en Turquía, y Vladimir Putin, en Rusia.

En el continente americano, y específicamente en México, la reaparición de la corriente nacionalista se finca básicamente en una lucha ideológica antiglobalista a la que se responsabiliza de la marginación social, la falta de oportunidades de trabajo, los malos salarios, el sufrimiento ante la delincuencia, la carencia de educación, la falta de programas de salud y de vivienda.

Sin embargo, la desesperación entre la población es mala consejera, ya que, con tal de buscar un cambio, la gente evita razonar su decisión y se olvida de construir sanos equilibrios en el instante de votar en las urnas. Las redes sociales –quizá un poco anárquicamente– han contribuido de manera poderosa a “abrir los ojos a muchos” y animarlos a ser factor de influencia para gestar cambios sociales y políticos.

El año pasado, por ejemplo, la vorágine del cambio en nuestro país hizo que no sólo la presidencia de la República recayera en manos de López Obrador, sino que además su partido político obtuviera la mayoría en el poder legislativo (diputados y senadores), lo cual le está permitiendo operar con relativa comodidad y así concretar “sus cambios”, siguiendo –por cierto- una pauta de compromisos de carácter partidista internacional, pactados desde hace varios meses en la ciudad de Sao Paulo, Brasil.

A guisa de ejemplo, nombramos algunas de las “gemas” que han caracterizado el ejercicio de poder de varios de estos personajes. En Turquía, la visión nacionalista de Erdogan lo ha llevado a aliarse con una organización regional árabe, de corte radical, llamada “Los hermanos musulmanes”, que le sirve como armadura política ante las presiones de la Unión Europea, que miran a Turquía con cierto recelo ante su desafiante crecimiento económico.

Del presidente Bolsonaro, en Brasil, lo que se puede destacar es su extremismo contra los grupos homosexuales, a los que ha amenazado públicamente con aniquilarlos. Indudablemente, este tipo de expresiones hoy en día encienden luces preventivas entre humanistas, defensores de derechos humanos, pluralistas y aperturistas sociales.

Acerca de Trump, baste señalar simplemente la manipulación ideológico-política que ha efectuado de los temas comercial y migratorio, mismos que han afectado sensiblemente a nuestro país y a otras naciones.

Mientras tanto, el nacionalismo interpretado por el actual mandatario mexicano busca culpar –como hemos dicho- a los regímenes antecesores de la crítica situación socioeconómica que se vive, que es a la vez un magnífico escudo que le permite tomar decisiones que, aún cuando sabe que afectan financieramente al país, asombrosamente no han mermado su todavía amplia popularidad.

Recuérdese a ese respecto que si la sociedad mexicana le permitió casi por setenta años al Partido Revolucionario Institucional (PRI) mantenerse en el poder, a pesar de tanta transa económica y triquiñuela política perpetrada, no sería raro que ahora una gran mayoría de mexicanos piense que hay que darle más tiempo al presidente López Obrador para que logre realizar su cometido, a pesar de que esté fallando en los temas principales de corrupción e inseguridad, que siguen siendo los grandes pendientes de su administración.

A fin de cuentas, los nacionalismos radicales, ya sean de izquierda o derecha, son igual de dañinos que una dictadura; el que nos hablen bonito y escuchemos “el bello canto de las sirenas” no nos garantiza tener en el poder a un presidente honorable, sensato, objetivo y mesurado, consciente de que está gobernando para todos y no sólo para sus “cuates”.

Emanuel Macron, presidente francés expresó recientemente en un foro europeo que el nacionalismo representa la traición del patriotismo, al percatarse de que muchos grupos sociales y partidos políticos radicales (sobre todo de ultraderecha) buscan culpar a los inmigrantes de los males sociales y económicos existentes en sus países, entre otros argumentos falaces, intentando justificarse.

La gran preocupación con la oleada nacionalista existente hoy en día es que los ciudadanos pasemos de la sorpresa inicial a normalizar los desplantes y desfiguros en el ejercicio del poder, porque después de eso, el líder nacionalista puede pasar fácilmente a la etapa de profundización hasta caer en el autoritarismo, si no es que en el absolutismo, al sentirse rey o emperador, sobre todo si busca debilitar o eliminar a instituciones que le “estorban” para sus fines.
Estamos a tiempo de reaccionar como sociedad y hacer que en el año 2021 la Cámara de Diputados tenga una conformación más plural y de firme contrapeso al Poder Ejecutivo Federal. De los partidos políticos depende –en ese sentido- promover gente digna a los puestos de elección popular; a los ciudadanos, por su parte, corresponde elegir razonadamente los perfiles que consideren de alta calidad.

La mejor forma de neutralizar la corriente nacional-populista es trabajar con los liderazgos de la sociedad, ampliándoles el conocimiento de conceptos básicos sobre economía y política para que actúen como agentes promotores y difusores dentro de las comunidades. De esa cabal comprensión surgirán, en su momento, votos basados más en el análisis y la razón que fundados en una mera pasión o arrebato emocional. Busquemos sembrar desde ahora el voto de calidad, ahí está el reto.