Internacional
La doble desigualdad

Poco se ha hablado de que aquellos países que no sean competitivos en la era de la “sociedad de la información” tendrán que superar una doble brecha: la económica y la tecnológica

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira
@MemoRochaL

La prospectiva de la aldea global para este siglo se asoma por demás compleja. Existen tendencias sociodemográficas que, combinadas con el agotamiento gradual de los recursos naturales y el avance tecnológico, provocarán que aumente la desigualdad en el mediano y largo plazo.

En 1950 Naciones Unidas estimó que en el mundo existían 2,600 millones de personas, para 2015 se calculó que la población mundial fue de 7,300 millones, lo que significa que en poco más de seis décadas la población aumentó 5,300 millones. En menos de un siglo la población mundial creció más de lo que se reprodujo en los dos milenios anteriores. ¿Cómo pasó esto en tan poco tiempo?

Son varios factores los que explican el crecimiento tan acelerado de la población mundial, como el aumento del número de personas que sobreviven hasta llegar a la edad reproductiva, los cambios en las tasas de fecundidad, la disminución de la mortandad y el aumento de la esperanza de vida.

Sin embargo, hay otro factor que muy pocos han considerado: la población que existe está mal distribuida en relación al espacio físico. Esto provoca que las políticas públicas de urbanismo y desarrollo de oportunidades sean menos eficientes porque tienen que aplicarse en poblaciones grandes concentradas en un espacio físico reducido. Esto sin duda será un factor determinante para las siguientes décadas porque los gobiernos se encuentran en una carrera contra el tiempo, con un margen de error reducido. Por una parte tienen que garantizar el “mayor bienestar posible” de su población, pero existen dos variables que limitan su margen de acción: el crecimiento de la población (en algunos casos de forma exponencial) y el agotamiento de los recursos no renovables para satisfacer sus necesidades.

Esta situación provoca distorsiones nacionales y graves problemas globales, como migraciones, refugiados, desertificación, reducción de las reservas y áreas naturales, provocados por el desmedido crecimiento urbano de “todos los países”. Todos estos factores agravan la desigualdad.

Los gobiernos cada día están más limitados para ofrecer soluciones reales que mejoren a sus naciones. Si los recursos se agotan y la población aumenta será difícil revertir este proceso. Para aquellos países que no tienen políticas demográficas adecuadas y no prevén una correcta racionalización y aprovechamiento de los recursos, la situación será insostenible en menos de tres décadas. A estas naciones, que son la mayoría del mundo, se les acaba el tiempo…

Datos de la población de otros países en comparación con su espacio físico demuestran las graves distorsiones que existen actualmente. Por ejemplo Bangladés, una nación del sudeste asiático, tiene más habitantes (165 millones) que Rusia (con 145 millones), el país más extenso del mundo. Actualmente la distribución de la población mundial es la siguiente: 60% en Asia (4,400 millones), 16% en África (1,200 millones), 10% en Europa (738 millones), 9% en Latinoamérica y el Caribe (634 millones), 5% en América del Norte (358 millones) y sólo 39 millones de personas corresponden a Oceanía. China e India mantienen la mayor cantidad de población, ya que ambos representan el 37% de la población total.

El crecimiento de la población no necesariamente debe interpretarse como una variable negativa. El caso de China demuestra lo anterior, ya que el gigante asiático continúa en constante expansión, no sólo demográfica sino económica, financiera, comercial e incluso militar. Si el bono demográfico es bien aprovechado, puede resultar en una fortaleza. Sin lugar a dudas, desde ahora las políticas públicas urbanas tienen un papel fundamental para el “ordenamiento” de las sociedades a mediano y largo plazo.

Los países no sólo tienen que luchar por la racionalización y aprovechamiento de los recursos, también tienen que hacer, desde ahora, intervenciones que permitan una profunda reestructuración que haga frente al hacinamiento, la pobreza y la falta de oportunidades. El problema es que desde hace varias décadas esto representa una carrera contra el tiempo, y retrasar las profundas reformas estructurales que la mayoría de los países requieren podría derivar en un escenario irreversible.

Naciones Unidas ha realizado estudios de prospectiva con base en las tendencias actuales. Se espera que las políticas demográficas planteadas desaceleren el crecimiento exponencial en zonas clave como África y el sudeste asiático. Aun así se espera que la población crezca y que en 2030 existan 8,500 millones de personas; en 2050 habrá 9,500 millones, y para finales de siglo, en 2100, serán 11,200 millones de personas.

Debido a la pobre racionalización de los recursos y a la limitada reorientación de las políticas demográficas y urbanas, parece inevitable el agotamiento o desgaste de los recursos y las reservas no renovables mundiales. Esto conlleva a un escenario muy peligroso en el que la desigualdad se mantenga o incluso aumente en las próximas décadas.

Vale la pena retomar parte fundamental de la tesis de Thomas Piketty en su libro El capital del Siglo XXI, en el que refiere que si los gobiernos no realizan un ajuste tributario significativo, este siglo se caracterizará por un bajo crecimiento económico y una extrema desigualdad. Es importante recordar que para el autor el sistema mundial está regresando al “capitalismo patrimonial”, en el que la riqueza heredada juega un papel determinante. Este escenario ya existía antes de la Primera Guerra Mundial y se vio interrumpido por los conflictos mundiales.

Un impuesto global progresivo a la riqueza y a la renta, como propone el autor, es un escenario difícil de llevar a cabo, por lo que hay una alta probabilidad de que la desigualdad no se reduzca sino que inclusive aumente en este siglo. Ese mal estructural que señala Piketty, sumado al desgaste progresivo de los recursos naturales, son dos variables que ahorcan a las economías del mundo y que tienen como consecuencia el aumento de la desigualdad.

Pero existe un segundo factor a considerar que provocaría una doble brecha a superar por todas las sociedades: el acceso a la tecnología. Este factor marcará en gran medida la composición de los Estados nación, ya que el bienestar general y la riqueza, así como el acceso a mejores oportunidades educativas, laborales y profesionales estarán determinados, como nunca antes, por el acceso a la tecnología.

Desde luego que la variable tecnológica depende en gran medida de las situaciones económicas de cada país, que permiten condiciones de infraestructura, desarrollo de patentes, penetración de la población al Internet, digitalización y automatización de los procesos, etc. Es evidente que los países ricos tienen una ventaja en el desarrollo tecnológico en comparación con los países pobres o “dependientes”; sin embargo, poco se ha hablado de que aquellos países que no sean competitivos en la era de la “sociedad de la información” tendrán que superar una doble brecha: la económica y la tecnológica. En otras palabras, la prospectiva mundial es que los países sean “doblemente marginados”.

Los economistas convencionales y los sociólogos pueden argumentar que el factor tecnológico es sólo otra consecuencia derivada de la desigualdad económica o la “dependencia económica”; sin embargo, desde nuestro punto de vista la variable tecnológica comienza a tener una relevancia especial y un papel preponderante que determina, aún más, las condiciones de riqueza y pobreza de las naciones.

Los países marginados ya eran dependientes de los recursos, pero cada vez están más subordinados a la tecnología e innovación. Por eso resulta fundamental el desarrollo de patentes y proyectos novedosos que permitan revertir esta doble brecha. El factor tecnológico también representa una carrera contra el tiempo, porque los gobiernos y sus ciudadanos tienen un margen de acción reducido para ser competitivos en un mundo con pocos recursos, pero tecnologizado, digitalizado y automatizado.

El proceso tecnológico avanza tan rápido que la brecha generada podría ser abismal, incluso más profunda que la que prevaleció entre las potencias colonizadoras británicas y los países africanos en el siglo XVIII.

Definitivamente, si los países no invierten en desarrollo educativo e innovación están destinados al fracaso, a sufrir más las consecuencias de la desigualdad. La tecnología y la innovación pueden ser la respuesta a muchos problemas; por ejemplo, podrían coadyuvar a la implementación de programas de energías renovables que reviertan gradualmente la sobreexplotación de los recursos actuales, cuya desaparición está desde ahora garantizada.

Sin embargo, la tecnología y sus avances tampoco son la única respuesta para garantizar la reducción gradual de la desigualdad; como lo dice Piketty, no es posible esperar un incremento de la productividad resultante de los avances tecnológicos que contribuya a un crecimiento económico sostenido, ni tampoco la existencia de un “orden más justo e igualitario” basado únicamente en “los caprichos de la tecnología”. Los gobiernos necesariamente tienen que hacer adecuaciones fiscales y financieras, así como impulsar políticas públicas que permitan revertir la doble brecha en la medida de sus posibilidades y condiciones actuales.
Desde las relaciones internacionales el escenario es complejo porque en la gran mayoría de los Estados nación, las políticas correctivas han fracasado o, peor aún, han aumentado la desigualdad. Este contexto provoca el incremento de las migraciones, el crimen organizado y, en casos extremos, el terrorismo internacional.

El aumento de esta desigualdad puede derivar peligrosamente en una ingobernabilidad mundial que genere un nuevo ordenamiento global y ponga en jaque a organismos internacionales y supranacionales, como ya sucede con la Unión Europea, lo que reafirmaría un sistema de alianzas y contra alianzas con múltiples actores gubernamentales y no gubernamentales, que tengan como finalidad principal la apropiación/explotación de los últimos recursos existentes y/o la concentración de la riqueza.