Opinión
Los saldos de la devastación

Armando Lopéz Campa

Armando Lopéz Campa

Diputado Coordinador del Grupo Parlamentario de Movimiento Ciudadano en la Asamblea Legislativa

Nos encontramos a cuarenta y nueve años de ocurrida la matanza del 2 de octubre del 68 y la Ciudad de México nuevamente es desbordada por el ímpetu de los jóvenes.

Todo indica que estamos ante un nuevo parteaguas social, los sismos ocurridos en días pasados no sólo sacudieron los edificios de la metrópoli, también hicieron estremecer la estructura social capitalina. Ante la violenta embestida y en una reedición de septiembre de 1985, la ciudadanía, en particular los jóvenes, se volcaron a las zonas dañadas en auxilio de quienes fueron vulnerados por el terremoto.

Esto no nos es ajeno ni novedoso, hemos de recordar que precisamente la noche de Tlatelolco del 2 de octubre marca un hito en nuestro país a partir del movimiento estudiantil, en demanda de cambios sociales hacia una mayor apertura democrática. La respuesta gubernamental en aquel entonces, al utilizar a las fuerzas armadas para reprimir el movimiento, es parangón de los sismos acaecidos en 1985 y en 2017.

Ya desde 1968 la ciudadanía mostró empatía con los jóvenes y en particular con las víctimas de la represión; de tal suerte que, junto con los movimientos telúricos de septiembre de 1985 y nuevamente con los acaecidos en días pasados, se marca el alba del despertar ciudadano capitalino. Más allá de abanderamientos partidistas o de protestas sociales de grupos organizados, han sido estos acontecimientos los que han sacudido la conciencia de sus habitantes.

Ante la incapacidad de las autoridades por entender lo sucedido y la ausencia de respuesta oportuna, nuevamente surgió la organización espontánea de la población en auxilio de quien lo necesite, y con ella el clamor social que demanda soluciones y respuestas rápidas. Ese clamor se ha convertido en un reclamo de profunda inconformidad sobre temas más amplios que trascienden hacia los desequilibrios y asignaturas pendientes que más lastiman a la sociedad, y que se extiende y retroalimenta hacia el resto del país. Por ello no podemos ser testigos pusilánimes ante la exigencia y la protesta, debemos estar a la altura para dar la respuesta esperada a las demandas de la ciudadanía, en especial de las de aquellos que resultaron damnificados y exigen apoyo irrestricto en la reconstrucción.

Es necesario que los partidos políticos sean catalizadores para hacer permear esa actitud solidaria hacia los ámbitos de decisión, para que se traduzca en mayor participación ciudadana, que se nutra de la lucha de sus mujeres, de sus movimientos de jóvenes, de organizaciones civiles, de propuestas ciudadanas; en suma, de las voces de una ciudad en la que, al final del día, todos sabemos que quedarse callado significa dejar las decisiones en manos de otros.

Bajo ese espíritu, es momento de replantearnos el país que queremos, de sumar voces que reclaman un alto a la impunidad, a la corrupción, a la desigualdad y a la violencia.

México se ha sumergido bajo un régimen autoritario de privilegios para unos cuantos, que deja fuera a la ciudadanía en la toma de decisiones y es cada día más ajeno al bienestar de las mayorías.

Edifiquemos un sistema político distinto, que no orbite alrededor de los partidos políticos ni de candidaturas, sino un nuevo proyecto de nación que empodere al ciudadano a partir de una real y verdadera participación en un marco pleno de libertades, con un sistema eficaz de pesos y contrapesos, que garantice la gobernabilidad democrática.

Es fundamental combatir la desigualdad y para ello, nuestro país debe generar más y mejores oportunidades para todos, con una distribución equitativa de los beneficios.

¡Ese será tan sólo el inicio de la reivindicación ciudadana que México merece!