De diferente manera, pero todos sufren para pasar al otro lado

Tania Rosas

Tania Rosas

María Elena es de una pequeña comunidad serrana de Oaxaca. Hoy día trabaja como empleada doméstica en la Ciudad de México. Nos cuenta la historia del sufrimiento que vivió cuando decidió, hace años, ir en busca del «sueño americano», dolorosa travesía que le llevó veintidós días. 

Cuénteme su historia, ¿cómo le fue cuando se fue a Estados Unidos? 

No se crea, me fui y sufrí mucho; en aquel tiempo pasé con un pequeño grupo por Tijuana, de donde nos llevó el “pollero” a un sitio en el que había muchos carros viejos. Salimos de Tijuana a las 6 de la tarde y tres horas después llegamos; conmigo llevaba una hija de apenas año y medio de edad; como yo no sabía lo que nos esperaba, sólo tenía un biberón para ella; ahí nos tuvieron aproximadamente hasta las 3 de la mañana. Para pasar la línea faltaban como otras dos horas; entonces brincamos una barda muy alta, del otro lado los polleros recibían primero a los niños.

Después de pasar la línea estuvimos a la espera como cuatro horas más. El “pollero” nos advirtió: “los que traen niños que no hagan ruido, porque nos agarran a todos”, de manera que en cuanto pasamos les tapamos la boca a los niños mientras contaban: 10, 9, 8, 7… cuando llegaban a cero les quitábamos la mano de sus bocas porque podríamos matarlos asfixiados. Luego nos subieron a un carro que era nuevo, porque ésos no los revisaban, y nos acomodaron como si fuéramos cigarros.

¿Desde dónde iban ustedes?

Desde el Distrito Federal. Nos llevaron primero a un hotel, en donde había como 60 personas, todos en la misma habitación.

Fue una cosa espantosa, yo llevaba a mi niña y cualquier hombre quería abusar de una. Llegué a Los Ángeles y después nos fuimos a Nueva York. En el viaje conocí mujeres que me contaron que eran los mismos “polleros” mexicanos los que abusaban de ellas a cambio de que las pasaran; es decir, que es el mismo mexicano quien abusa de su propia gente. Es una experiencia muy difícil. Yo finalmente pasé y con mucho sufrimiento.

¿Cuántos años estuvo allá?

Estuve 12 meses. Mi esposo estaba allá y me trataba muy mal; yo tenía que pagar una niñera que me cuidara a mi hija; además mi esposo era muy celoso, me pegaba, luego iba yo a trabajar con los ojos morados; el último mes que estuve en Manhattan me enfermé, renuncié al trabajo que tenía y mejor decidí regresar, porque además yo había dejado en México a otras dos niñas chiquitas, una de 4 y otra de 6 años. Lo decidí porque yo me animé a buscar a mi esposo para hacer algo en Estados Unidos, pero me di cuenta de que no lo iba a lograr.

Regresé a México; hoy en día 3 hijas viven en Nueva York.

¿Cómo tratan a los inmigrantes allá?

No me puedo quejar. Yo trabajaba en un taller de costura y mis patrones eran coreanos. Empecé entretelando, hasta llegar a supervisora. Mi trabajo era bueno y los coreanos eran buenos conmigo, ellos me decían que si quería mandaban a traer a mis hijas. El malo era mi esposo. Un día me dijo: “si los coreanos se atreven a mandar por tus hijas yo le meto lumbre a su factoría”. Ahí decidí mejor volver.

Pero en general sí es cierto que allá nos tratan muy mal. Es como ser ciego, nadie te ayuda; si no sabes inglés no puedes pedir trabajo, no sabes pedir un café, no sabes andar en Metro. Todo es muy difícil.

¿En dónde vivió?

En el Bronx, es una zona muy fea, de rateros y malvivientes.

¿Es mentira lo del “sueño americano”?

No todos tienen la misma suerte, pero el sueño americano no existe, es como aquí: si trabajas, comes, si no, no comes. Aunque acá por lo menos puedes comer frijoles y tortillas. Se sufre mucho desde que emprendes el camino para allá.

¿Cómo viven ahora sus hijas allá?

Bien; una de ellas es alta y güera, pasó como si fuera americana. Han trabajado mucho y por muchos años; una es estilista, otra es manager en un hotel, una más se casó y dejó de trabajar. Se supieron superar, pero con mucho sacrificio y mucho coraje.

¿Usted regresó a México y mejor trabaja acá?

No tengo necesidad, mis hijas me mantienen, pero trabajo porque quiero. Me hicieron mi casa. Son muy buenas hijas. Una de ellas llegó descalza a Nueva York; aunque ya había pasado la persecución de “la migra”, hasta los tenis le quitaron al cruzar la línea, sufrió mucho para pasar “al otro lado”, todos sufren, de diferente manera, pero todos sufren.