Con alma de pirata

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

“He amado y he tenido la gloriosa dicha de que me amen. Las mujeres en mi vida se cuentan por docenas. He dado miles de besos y la esencia de mis manos se ha gastado en caricias, dejándolas apergaminadas. Tres veces he tenido fortunas –fortunas, no tonterías– y tres veces las he perdido […] Soy un ingrediente nacional como el epazote o el tequila […] Soy ridículamente cursi y me encanta serlo […] Quiero morir católico pero lo más tarde posible”.

Así se definió a sí mismo Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso Rojas Canela del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, mejor conocido como Agustín Lara, en una conversación que mantuvo con el periodista José Natividad Rosales para la revista Siempre.

Muchos de sus biógrafos aseguran que “el flaco de oro” nació el 30 de octubre de 1900 en Tlacotalpan, Veracruz (que era lo que solía afirmar Agustín Lara), mientras otros dicen tener pruebas de que en realidad nació en la Ciudad de México el 30 de octubre de 1897. Y es que, tratándose de la vida de Lara, es difícil saber cuáles son los hechos verídicos y dónde comienza la leyenda que él mismo supo crearse con gran habilidad.

“Cada vez que recuerdo a Agustín Lara me pregunto si de verdad existió o si fue un maravilloso cuento inventado por todos los que tuvimos el privilegio de ser sus amigos”, declaró alguna vez el cantante Pedro Vargas. El mito de este compositor lleno de claroscuros hace que tratar de seguirle la pista resulte una tarea bastante complicada. “Yo no recuerdo que Agustín Lara haya dicho nunca una verdad. Era un mentiroso profesional” recuerda en una entrevista el escritor Paco Ignacio Taibo I.

Pero hay que entender que, en el caso de “el músico poeta”, la palabra mentira de la que habla Taibo I, no debe entenderse de manera literal. A Agustín Lara le gustaba la fantasía y con ella no solo fue labrando la historia de su vida, también compuso canciones que le han dado la vuelta al mundo y que han sido interpretadas por un sinnúmero de cantantes de gran trayectoria; desde Pedro Infante y “Toña la Negra”, hasta Plácido Domingo, José Carreras, Luciano Pavarotti, etcétera. La lista de quienes han admirado sus canciones es interminable, cruza la barrera del tiempo y hace que en la actualidad, intérpretes como Luis Miguel, Enrique Bunbury y Miguel Bosé, vuelvan a emocionar a nuevas generaciones con la música de Lara.

Esta fantasía e imaginación asombraron al torero español Luis Miguel Dominguín cuando –según cuenta el publicista quien fuera miembro de la Real Academia Española, Eulalio Ferrer– Agustín Lara hizo subir un piano a la suite del matador y estuvo toda la noche interpretando para él canciones como “Madrid”, “Granada”, “Valencia”. Dominguín se extrañó de que Lara hubiera compuesto tan bellas canciones sobre España sin conocer la península ibérica, a lo que el músico contestó de inmediato: “Tampoco Julio Verne necesitó conocer África para describirla”. Tiempo después le confesaría el torero a Eulalio Ferrer que no se atrevió a pedirle a Agustín Lara que le compusiera un “pasodoble”.

Pero la mayoría de las canciones de “el flaco”, no estaban tan lejos de su realidad inmediata. En los cabarets y burdeles que frecuentó desde muy chico se fueron creando canciones que forman parte imborrable de la música de nuestro país. Una de esas canciones, “Imposible” –la primera canción famosa que escribió inspirado en la célebre “Nunca”, de los yucatecos Ricardo “El Vate” López Méndez (letra) y Augusto Alejandro “Guty” Cárdenas (música)–, le costó cara, literalmente lo marcó.

Cómo en muchos de los episodios de la vida del compositor de “Veracruz”, la historia de su cicatriz desde la parte inferior de la mejilla izquierda hasta la comisura de los labios, tiene varias versiones; una de ellas, según cuentan Pilar Tafur y Daniel Samper en el libro María Bonita, es que, en un cabaret llamado Plenilunio, Lara había conocido a una mujer apodada “Marucha”: “Parece que se trataba de una trigueña muy hermosa pero de muy mal carácter […] su oficio la obligaba a atender a otros clientes, bailar con ellos, procurar que consumieran mucho licor en el bar y acostarse con los que pagaran su precio”.

A Agustín Lara le enojó mucho que su novia bailara y besara a otro hombre mientras él se mantenía pegado al piano, así que comenzó a cantarle los versos de “Imposible”: “Yo sé/ que es imposible/ que me quieras/ que tu amor para mí/ fue pasajero/ y que cambias tus besos/ por dinero/ envenenando así/ mi corazón/”. Cuando Lara terminó de cantar esta estrofa, “Marucha” rompió contra una mesa una botella de tequila y antes de que lograran detenerla le abrió con ella la cara al compositor dejándole una herida de por vida.

De esa charrasca nacieron varías anécdotas más, como la de que en realidad se la había hecho en la Revolución, pero Agustín Lara desmintió esa versión heroica y dijo que la herida “provenía de algo mucho más importante que la Revolución, pues había sido ‘ganada’ en una batalla de amor”.

Cómo esa historia existen miles acerca de “el flaco de oro”. Algunas coinciden y otras no, pero en lo que todos sus biógrafos están de acuerdo es que no se puede hablar de la música popular mexicana y latinoamericana sin remitirse a este bohemio de manos largas y pluma de poeta que enamoró a la diva María Félix, su “María Bonita”, quien, aseguran, fue el verdadero amor de su vida.

Envuelto en un fondo rojo, sentado al piano y con su eterno cigarro en la boca, fue como dibujó a Agustín Lara el pasado 30 de octubre el buscador de Internet Google en su famoso doodle, ícono en donde este navegador rinde tributo a los personajes más destacados de todos los tiempos. Solo tres mexicanos han compartido con Lara este “homenaje cibernético”: Rufino Tamayo, Diego Rivera y, recientemente, Carlos Fuentes.

A una edad ya avanzada, y después de haber compuesto más de 700 canciones, Lara sufrió un accidente en el que se fracturó la cadera; esto mermó su estado de salud y entró en coma el 3 de noviembre de 1970 por un derrame cerebral. Finalmente murió el 6 de noviembre de ese año, un poco después de su cumpleaños número 70. “La vida es un suspiro, un suspiro, y ya se lo llevó el carajo”, le dijo Agustín Lara a Ricardo Garibay, quien preparaba un guión de cine con las confesiones del músico que nunca pudo completar.

Ilustración: Valentín Pérez