La marihuana

Elías Cárdenas Márquez

Elías Cárdenas Márquez

El debate sobre la penalización o legalización de la marihuana es una de las más álgidas controversias en la mayoría de los países del planeta, que concita posiciones radicalizadas e irreductibles sobre su uso y consumo. Existen grupos y organizaciones  sociales que abogan por su legalización, condicionada a las peculiaridades de su desarrollo histórico, económico, político, cultural y social. En esta última década, algunas reconocidas personalidades en el ámbito internacional se han pronunciado por esta opción, como una solución al fenómeno que representa el tráfico de estupefacientes en el mundo, fundamentalmente, en aquellas naciones que se inscriben como productoras, de tránsito, distribuidoras y consumidoras.

A esto debe agregarse la legalización de la marihuana con modalidades propias, en algunas entidades de los Estados Unidos de América, que es el principal destino y mayor consumidor en el mundo de esta legendaria planta. Esta es la situación actual, pero vayamos un poco al pasado.

Todo problema tiene su historia. En el caso de la marihuana la tradición es comúnmente desconocida por la mayoría de sus detractores y defensores.

Sus opiniones generalmente están permeadas por el llamado “espíritu de época” y los intereses predominantes del momento.   La existencia de la marihuana data desde antes de la aparición del ser humano sobre la Tierra y su uso se remonta a las más antiguas civilizaciones.

En China, por ejemplo, durante la excavación de una tumba, se encontró una pequeña taza de diez mil años de antigüedad, decorada con cáñamo, producto directo del cannabis. Posteriormente, en la civilización egipcia, en las tumbas de los faraones Ramsés II y Amenofis IV, fue hallado cannabis tanto en forma de polen, como en cuerdas de cáñamo.

Hay también antecedentes documentados de que fue usado para fines médicos y religiosos en los albores de la humanidad. Papeles muy ancianos de nuestra historia están elaborados con cáñamo, y contienen recetarios para diversas clases de enfermedades. El Pén Ching, antiguo libro de la cultura china, determina: “Si se toma durante un buen periodo de tiempo, la comunicación con los espíritus será posible y el cuerpo se volverá ligero”.

El cannabis –cuyas variedades principales son la índica, la sativa y la ruderalis- es originario del norte de China, Siberia y Afganistán, así como de la cordillera del Himalaya. De allí se dispersó a la mayor parte de Asia y al actual continente europeo. Prueba de lo anterior son los numerosos textos griegos y jeroglíficos egipcios en los que se alude a él.

Durante siglos, fue aprovechado en la fabricación de ropa, cordeles, velas para embarcaciones, lonas, productos de cáñamo, pinturas y barnices, además de usos medicinales, industriales, cosméticos y religiosos.

Existe una larga y pormenorizada historia del cannabis, imposible de narrar por cuestiones de espacio, pero baste saber que en Inglaterra y Estados Unidos, su siembra en algunos periodos fue obligatoria para los propietarios y poseedores de tierras de cultivo (el último fue durante la II Guerra Mundial, para “animar a los soldados a alcanzar la victoria”).

Se cuenta, también, que Henry Ford lo usó como combustible para no depender de las voraces empresas petroleras, y llegó a fabricar un auto de cáñamo que resistía rudos estacazos.   Su satanización se inició en el Siglo XX, cuando fue denunciada como psicotrópico nocivo y un mal que debía erradicarse de la sociedad.

Muchas naciones occidentales iniciaron, a principios del pasado siglo, modificaciones legislativas que prohibían, restringían o controlaban el uso y consumo de los productos de esta planta. Pero tal vez el golpe más certero que recibió el cannabis fue en 1925, cuando el delegado egipcio lo denunció ante la Sociedad de las Naciones como sustancia nociva y pidió se inscribiera como una droga perjudicial.

A partir de 1961, la Organización de las Naciones Unidas ha sostenido criterios que determinan en forma contundente su prohibición, no obstante las voces defensoras de su despenalización, control, uso y aprovechamiento.

México se encuentra en la fase prohibicionista en estos momentos en que, contradictoriamente, conforme a su legislación, se permite el consumo personal en cantidades de cinco gramos. Por otra parte, se ha desatado una guerra sorda y sangrienta contra las drogas, que incluye la marihuana.

No se trata de hacer, desde luego, una apología del cannabis, sino de aportar y buscar información que pueda despertar un mejor análisis del problema; un conocimiento más amplio y objetivo, que sustente la toma de decisiones sobre uno de los temas que causan mayor estrago social, máxime que miles de vidas se han perdido en enfrentamientos entre las autoridades de todos los niveles del poder constituido en México y los grupos dedicados al cultivo, posesión, venta y consumo.

La búsqueda de soluciones efectivas y eficaces, inherentes a un proceso que quebranta la vida, la libertad, el principio de legalidad y los derecho humanos, es de la mayor trascendencia para la existencia social y política de una nación como la nuestra, que sueña con la esperanza de un México donde imperen la justicia, la seguridad y el respeto irrestricto a los derechos humanos, así como los valores morales y culturales que permitan desterrar la corrupción, la impunidad y el autoritarismo que ensombrecen la vida nacional.

Todo esfuerzo, individual o colectivo, estatal, privado o social, institucional o ciudadano, que permita una solución a nivel nacional e internacional, se levanta como un deber ineludible en los tiempos azarosos, inciertos, y en muchos casos, pervertidos, que se viven en este hogar común n de todos los mexicanos.