Retratos
Holmes, el caso que nunca resolvió Conan Doyle

“Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”.

Arthur Conan Doyle

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

Quién existió realmente, ¿el detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes, o su creador en tinta y papel, Arthur Conan Doyle? La pregunta podría parecer ociosa, pero viene al caso porque, en el imaginario colectivo de muchos lectores alrededor del mundo, Holmes y el Dr. John Watson, quienes han resuelto en novelas y cuentos los más difíciles enigmas policíacos, le han hecho sombra a su creador en el mundo de la literatura.

Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) “irlandés por ascendencia, escocés de nacimiento y británico por convicción”, como solía definirse, fue un hombre de grandes esfuerzos, versátil y dedicado. “Era una persona culta, médico por formación pero escritor vocacional. También desempeñó una labor importantísima como corresponsal y como periodista, y abanderó muchos movimientos sociales desde las páginas de los periódicos, como el cambio en la ley de divorcio, completamente injusta con las mujeres, o el movimiento sufragista”, señala Eduardo Caamaño, uno de sus biógrafos.

Sin embargo, este médico y luchador social ha permanecido casi siempre en el olvido, devorado por su propio Frankenstein y su persistente y famosa frase: “elemental, mi querido Watson”, misma que, dicho sea de paso, jamás pronunció Sherlock Holmes, o mejor dicho, nunca escribió Conan Doyle­. Esta célebre muletilla apareció por primera vez en una película titulada Las aventuras de Sherlock Holmes, en 1939.

Conan Doyle amó y odió al detective que creó y que lo llevó a la fama. Después de establecerse en Londres, Doyle abrió una clínica para ejercer como oftalmólogo, pero en su biografía relata que ningún paciente cruzó jamás las puertas de su consultorio. Durante la espera de clientela comenzó a escribir y se concentró principalmente en los textos de Sherlock Holmes, quien apareció por primera vez el 1 de diciembre de 1887, sin que su autor sospechara los alcances que tendría este personaje que en lugar del revólver usaba una lupa para resolver los crímenes más intrincados de Londres.

El doctor Joseph Bell, maestro de Arthur Conan Doyle, fue quien lo inspiró para crear a su más famoso personaje. Así lo cuenta Michael Sims en su libro Arthur y Sherlock, Conan Doyle y la creación de Holmes: “Bell no sólo era un hombre con un enorme carisma y excelentes dotes comunicativas, sino también un médico dotado de una capacidad de observación infrecuente en su época. Para diagnosticar a sus pacientes se fijaba en detalles que cualquier otro profesional habría considerado irrelevantes —su profesión, su aspecto físico, su vestimenta, la manera de hablar y de moverse, e incluso sus hábitos de alimentación— y que muchas veces arrojaban pistas valiosas para detectar cuál era el origen de una enfermedad”. Estas cualidades son algunas de las que ostentaría Sherlock Holmes en sus aventuras: un detective que además era médico, músico, químico, dotado de un sentido privilegiado para la observación y la deducción.

En su época, Holmes tuvo un éxito sin precedentes y aún lo sigue teniendo. Se han hecho series y películas con su nombre, muchos imitadores de Conan Doyle han intentado, sin éxito, recrear las aventuras del detective que aplicaba “el arte de la deducción” para resolver sus casos.

“Un editor estadounidense que había acudido a Inglaterra en busca de escritores jóvenes […] Se acabó reuniendo al mismo tiempo con Conan Doyle y con Oscar Wilde, proponiéndoles escribir una novela a cada uno: El primero parió entonces El signo de los cuatro, la obra que terminó de catapultar su carrera, y el segundo, después de estar a punto de rechazar la oferta porque ‘no existían 40 mil palabras bonitas en inglés’, escribió El retrato de Dorian Gray […] Se puede decir que el editor no pudo tener mejor ojo”, escribe Caamaño.

Conan Doyle no inventó el género policíaco, tampoco la figura del detective que, debido a la observación minuciosa y una lógica implacable, era capaz de ver los detalles que todos los demás pasaban por alto. Basta recordar los cuentos policíacos de Edgar Allan Poe Los crímenes de la calle Morgue, y al célebre detective que los protagoniza: Auguste Dupin, quien guarda muchas similitudes con Sherlock Holmes.

Ambos son genios en el arte de la observación minuciosa y la deducción, los dos personajes apoyan y superan siempre a la policía, son vistos por la mayoría de la gente como hombres narcisistas y solitarios, sin embargo, su ayuda es fundamental cuando se presenta un misterio que parece no tener solución.

Pero, aunque la influencia de Poe es clara dentro de la escritura de Conan Doyle, el autor inglés no se dedicó únicamente a copiar lo que ya se había escrito, lo superó e hizo de Holmes y Watson íconos entrañables. El motivo de que estos personajes sean tan populares radica, tal vez, en que el lector puede identificarse con ellos fácilmente. Si bien Sherlock Holmes es hasta cierto punto un héroe, Conan Doyle muestra también sus defectos: su arrogancia, su adicción al opio y a la cocaína y su dificultad para convivir con el resto de la sociedad, a excepción del incansable doctor John Watson, narrador y partícipe de las aventuras del detective, y el personaje en el que muchos lectores adivinan la sombra de Sir Arthur.

Sin importar lo entrañable que fuera, Conan Doyle se cansó de Sherlock Holmes y decidió matarlo. En el relato “El problema final”, escrito en 1893, Holmes se enfrenta a su acérrimo enemigo, el Dr. Moriarty, y mientras luchan en las cascadas suizas de Reinchenbach, ambos caen por un precipicio y mueren. Cuando Watson va en busca de su amigo, solamente encuentra su bastón y una carta firmada por Sherlock donde le escribe que va a entablar con Moriarty “la discusión final”.

A los admiradores de Holmes no les gustó nada que el protagonista de sus lecturas policíacas hubiera muerto, así que asediaron a Conan Doyle con súplicas, insultos y hasta amenazas de muerte, pidiéndole que resucitara al detective. Ocho años después y a regañadientes, finalmente el escritor trajo nuevamente a la vida a su personaje en el relato “La aventura de la casa deshabitada”, en el cual Holmes explica que fingió su muerte para que los seguidores de Moriarty no atentaran contra la vida del Dr. Watson.

Sir Arthur Conan Doyle, un escritor prolífico que incursionó en la ciencia ficción, la novela histórica, el teatro y la poesía, escribió obras muy famosas que no incluían a Sherlock Holmes; el ejemplo más claro de ello es su célebre novela El mundo perdido (The Lost World), llevada a la pantalla grande varias veces con el mismo nombre. Fue dirigida en cine mudo por Harry Hoyt en 1925 (y seleccionada para ser preservada en el Registro Cinematográfico Nacional de los Estados Unidos) e incluso inspiró el nombre de la primera secuela de la famosa película The Lost World: Jurassic Park, así como varias miniseries televisivas.

Sin embargo, Conan Doyle no logró nunca sacudirse de encima a su detective. Si bien en Sussex existe una estatua dedicada a este escritor escocés, en nada compite con la que está en Londres, en Baker Street, unos metros antes de llegar al número 221B, donde se encuentra el museo de Sherlock Holmes, uno de los más visitados de la ciudad.

Lo imposible entonces se descarta: sin la pluma de Conan Doyle, Holmes y todas sus aventuras no existirían. Lo improbable, pero verdadero, en esta historia (como en muchos otros casos dentro de la literatura universal) es que una vez escrito, Sherlock Holmes adquirió vida propia. Las cartas pidiendo la intervención del famoso detective para resolver misterios e incluso una misiva para que Sherlock asistiera a una cena de gala en el palacio de Buckingham, siguen llegando a Baker Street. Holmes existe sin Conan Doyle, aunque muchas veces Conan Doyle no exista sin Sherlock Holmes.