Mario Benedetti: La simplicidad de lo profundo.

“No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando), ya te dije que el mundo es incontable”

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer
@meyerarturo

Si en el difícil terreno de la literatura tener éxito es algo bastante complicado, ser uno de los autores más leídos en lengua española en dos géneros distintos (poesía y narrativa) parece una tarea imposible; sin embargo, eso fue justamente lo que el escritor uruguayo Mario Benedetti (1920-2009) logró conseguir con su vasta obra y su incansable búsqueda de la estética y la justicia.

Benedetti no sólo fue un escritor comprometido con la calidad literaria, fue también un luchador social que se enfrentó a las dictaduras en su natal Uruguay. Su rebeldía lo llevó al exilio y a la persecución constante; vivió en Argentina, Cuba, México y España. Fueron años duros para el poeta, quien se vio obligado a huir constantemente de un lugar a otro.

“Estuve en uno de los movimientos que se integraron en el Frente Amplio […]Un día me vinieron a avisar unos amigos: me iban a meter preso en menos de 48 horas […] Yo no me quería ir. ‘¡Te tienes que ir!’, me decían, ‘¡te van a torturar!’. Hicimos un acto por la libertad de Daniel Viglietti, y después me marché a Buenos Aires”, recordó Benedetti en una entrevista que le concedió al diario español El Pais.

En el exilio escribió muchos de sus mejores poemas, cuentos, novelas y hasta teatro, pero antes de poder dedicarse de lleno a su pasión literaria, Benedetti fue taquígrafo, cajero, vendedor, traductor, librero y también un reconocido periodista. Publicó sus artículos en los principales diarios de Latinoamérica y España, fundó y dirigió la revista Marginalia, y durante sus años en Cuba participó activamente en la revista Casa de las Américas, junto a escritores de la talla de Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa.

El autor de Gracias por el fuego fue amigo de muchos de los escritores latinoamericanos más influyentes: “En Madrid hice buena amistad con Juan Carlos Onetti, él no salía de la cama. Para qué iba a salir de la cama, decía: en la cama uno nace, en la cama uno se enamora, se casa, escribe, para qué iba a salir […] Borges era un tipo extraño. Venía acá, a Montevideo, y no se ponía en plan de gran personaje; era sencillo, y nosotros le admirábamos mucho por lo que escribía. Luego tuvo posiciones que yo no compartí […]Con Juan Rulfo fue algo muy curioso. Íbamos Luz y yo en un ómnibus y él se acercó a mi mujer: ‘Señora, ¿me deja sentarme al lado de su marido, que creo que es Benedetti?’. Empezamos a hablar de mil cosas, y ahí empezó mi amistad con Rulfo, en un ómnibus. No se daba fácil, pero cuando se daba, se daba con todo”, recordaba el poeta uruguayo.

Mario Benedetti fue un escritor que “tocó” a mucha gente, lo sigue haciendo. Sus recitales de poesía estaban siempre abarrotados, muchos de sus lectores conocen de memoria sus poemas; artistas y cantautores como Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Tania Libertad, Nacha Guevara y Joaquín Sabina (por mencionar sólo unos cuantos), musicalizaron varios poemas del autor de Geografías.

Como ocurre con cualquier escritor que se vuelve famoso, que logra emocionar a quienes lo leen, Benedetti siempre tuvo enemigos en la academia. Estuvo constantemente enfrentado a esos intelectuales que piensan que la verdadera literatura debe ser oscura, servirle sólo a unos cuantos “entendidos”, “iluminados”, el círculo de siempre: escritores que escriben para académicos y académicos que los aceptan en su pequeño gremio y les dedican críticas en sus suplementos. Un poeta que le gusta al gran público siempre tendrá una diana en la espalda.

“Era del todo previsible que con la muerte de Mario Benedetti […] se expandiese un agudo brote epidémico de cursilería. No podía ser de otra manera pues fue Benedetti el creador, junto con los músicos que lo popularizaron, de un cancionero llamado a persistir en la memoria de sus miles y miles de lectores y oyentes, un público que asociaba su nombre a los viejos valores cristianos […] En sus poemas, cuentos y novelas […] logró Benedetti echarse a la bolsa, mediante una literatura fácil y eficaz, a una clase media letrada necesitada de renovar su convencionalismo una vez que había caducado la influencia conservadora de la Iglesia Católica y en la hora en que la secularización exigía vino viejo en odres nuevos”, opinó para la revista Letras Libres el crítico literario Christopher Domínguez Michael.

Este tipo de críticas también son del todo previsibles. Benedetti fue un autor que creó su propio público, ¿de clase media? Seguramente, pues es la que tiene mayor número de lectores, a los que el uruguayo logró conmover sin importar (porque la definición del término tampoco está incluida en la crítica) si fue de manera “cursi” o no. Tal vez el mundo de la literatura, y sobre todo de la poesía, sea uno de los pocos en los cuales tener “demasiado” éxito te convierte en un mal autor ante los ojos de algunos, en un creador cursi porque logras emocionar a muchos y no sólo a un puñado y eso, si no es malo, por lo menos les resulta sospechoso.

“Y el poeta escribe. Escribe primero para revelarse a sí mismo, saber de qué es capaz […] Y, si no equivoca el camino, pronto llegará a lo más simple. Porque si lo que importa sobre todo es lo que puede decir para expresar su personalidad más íntima, lo que importa lo mismo, al menos lo mismo, será la manera de decirlo. En efecto, por más extraño que pueda parecer, será la manera particular de decir una cosa muy sencilla y muy común, la que lo conducirá a lo más secreto, a lo más oculto, a lo más íntimo del otro, hasta producir el choque”. Escribió el poeta francés Pierre Reverdy (1889-1960) en su célebre ensayo: Esa emoción llamada poesía.

Atendiendo a la idea de Reverdy, parte del trabajo de un buen poeta es traducir sus emociones más complejas en palabras simples para lograr que los lectores se identifiquen y se emocionen con su obra. Mario Benedetti logró llevar a cabo esta difícil tarea en cada uno de sus textos: desde el viudo jubilado que, contra pronóstico, reencuentra el amor en La Tregua, hasta el torturado que consigue convertirse en la pesadilla de su verdugo en su texto dramático Pedro y el Capitán. Eso es lo que Benedetti buscaba, eso que es mucho más importante que la crítica y la fama.

“Hay que cuidarse del éxito, porque el éxito puede pervertir a un escritor. Nunca escribí en función del éxito, escribí lo que me salió de las pelotas. Si tenía éxito, bien, y si no, pues nada”. Respondió Benedetti ante la afirmación de que la poesía lo hizo exitoso. Y también dio su opinión sobre las aglomeraciones: “Eso me agobia un poco. El otro día tuve que ir a hacerme un análisis; fuera de la clínica había un gentío, y emprendieron una ovación. Ellos estaban allí, con sus problemas, y se pusieron a aplaudir. A mí me apabulla. Vivía mejor cuando me castigaban más”.

En 1983 Benedetti por fin logró volver a Uruguay, a su anhelado Montevideo, e inició entonces lo que el poeta denominó “el desexilio”. Recibió varios reconocimientos entre los que se destacan el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Permio Iberoamericano José Martí.

Sus últimos años de vida fueron difíciles, el asma y la muerte de su esposa Luz López, quien fue su compañera durante 60 años, lo sumieron en una depresión feroz, la cual combatió con sus letras. “Cuando muere mi mujer, se produce un terrible momento de soledad; frente a eso, la escritura es como una guarida. Puede ser mi guarida o puede ser mi jardín, depende del estado de ánimo que esté pasando. Para el dolor es mi guarida, sobre todo cuando me han rodeado las muertes”.

Finalmente, el 17 de mayo de 2009, Mario Benedetti Farrugia murió a los 88 años de edad en Montevideo, ciudad donde fue perseguido y donde también fue feliz, su ciudad, cuyos habitantes salieron a despedirlo a las calles dejando una prueba de la gratitud que el pueblo uruguayo le tuvo al autor de La borra del Café por su literatura y por su constante lucha contra las dictaduras en toda Latinoamérica.

Nuevas generaciones de lectores parecen continuar hechizadas con la simplicidad y la profundidad que caracterizaron la obra de Benedetti, quien sabía bien que: “Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”.