En el Llano
ENTENDER LA POLÍTICA

Es propio de mentes estrechas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza

Antonio Machado (1875-1939)

 
 
 
Luis Gutiérrez Rodríguez

 

 

C

omo todas las áreas del conocimiento, las entrañas del poder público y sus lecciones no se aprenden, mucho menos se dominan, de la noche a la mañana. Conllevan de la mano, a mi modesto entender, talento, conocimiento y experiencia, en este orden.

Esta materia es de obligado aprendizaje, sobre todo para quienes están entregados al estudio y la práctica de la ciencia política, pero particularmente para aquellos que tienen o han tenido la noble oportunidad de ejercer el servicio público.

El proceso suele tardar años, tantos como sean necesarios para ver madurar sus frutos. De ahí que, entre “los no iniciados”, o entre quienes desdeñan la experiencia y se asumen “expertos” cuando apenas se inician en el servicio-oficio, afloren desastrosos fiascos, amargos fracasos y frustraciones con dolorosos desengaños colectivos.

No hay tarea más penosa y difícil que decirle, explicarle a un poderoso (y convencerlo de ello) que lleve “picando piedra” por muchos años, que las principales causas del fracaso en el ejercicio del poder público suelen ser la sobrevaloración, la falta de experiencia, el nulo oficio político y la escasez de talento: “Quod natura non dat, Salmantica non prestat”, resume la frase que atribuyen al sabio bilbaíno, Miguel de Unamuno (1864-1936). En otras palabras: lo que no se trae por naturaleza, no se obtiene ni en la mejor universidad.

La suma de estos factores conduce con frecuencia a un error de quien ostenta el poder público: arrogarse el conocimiento pleno, absoluto (y la solución total) de los problemas sociales, políticos y económicos que se le presenten durante el ejercicio de su mandato. Los que sean: no necesita consejo de nadie, él lo resuelve todo.

Esta ignorancia, esta testarudez por el yo y el desprecio a la opinión ajena, este terco empecinamiento en asumir que en el poder público, sobre todo en el omnímodo poder el presidencial, “nadie sabe más que el jefe”, es con lo que se estrellan todas las mañanas (sin darse cuenta, o sin tratar de entenderlo) muchos gobernantes.

Hay quienes se esconden en el disparate. Dicen lo que se les ocurre, hurgan en sus maltrechos bolsillos neuronales en busca de “otros datos” (los suyos) para salir de un atolladero. Lo que son política y sabiduría infalibles dentro de los muros del poder se vuelven politiquería y provocación de élites conspiradoras.

Aflora entonces la falta de talento y oficio político, el desconocimiento, la ignorancia de lo que en política significa (e implica) gobernar. Lo peor: el déficit se acumula, crece durante todo el tiempo que dure el equívoco. Pueden pasar décadas. El poder se funde y confunde con el acto mecánico de mandar u ordenar. Y entonces, al paso del tiempo, las consecuencias son funestas para la sociedad. Y es difícil, cuando no imposible, reparar o controlar los daños causados.

Esa ignorancia supina expulsa verborrea incendiaria en el atril del mitin o en la retórica de salón, pero naufraga y toca fondo cuando llega la hora de ejercer con eficacia y sensibilidad el poder público, de emplear con talento la nobilísima herramienta de la política. Cuando llega la prueba de gobernar y servir, de pensar y resolver.

Indefenso y extraviado, el poder se empequeñece más. El incómodo vocerío se convierte en griterío discordante que reclama, exige y mienta madres. Algunas ocurrencias asisten a la retórica oficial. Salen a relucir las pesadillas del pasado conservador, neoliberal, saqueador.

El poder así desperdiciado empieza a convertirse en claustro sombrío, en celda solitaria acosada por ecos maliciosos, suspicacias. La perversión del “conmigo o contra mí” pretende salvar al náufrago, lanzarle un salvavidas en la mar tormentosa que él mismo creó. Será imposible.

México es uno en los jacales miserables de su accidentada geografía; en los edificios de sus colosales centros urbanos; en sus escuelas rurales y en sus magníficos y voluntariosos planteles de enseñanza superior. Es uno en sus expresiones multiculturales; en sus errores y en sus aciertos. Es uno a pesar de la mezquindad y la ambición de poder y de riqueza. Es uno en sus lacerantes desigualdades, a pesar de décadas de oportunistas y falsos redentores. Es uno a pesar de la semilla vengadora de la frustración y la destrucción. Pero sigue y seguirá siendo uno.