Fundación Cultura en Movimiento
Lizzi Ceniceros

Lizzi Ceniceros, la batuta en la mano y la música en el corazón.

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

En un café cerca del parque de La Bola, en la Ciudad de México, entrevisto a la directora de orquesta Lizzi Ceniceros. La sigo un poco hipnotizado porque además de dirigir orquestas también dirige esta entrevista.
Lizzi es carismática y desinhibida, sus brazos (musculosos de tanto llevar la batuta en alto) terminan de contar las frases y las historias que ella va desgranando con paciencia; me da ejemplos, canta, explica… dirige, insisto, en el sentido más amplio de la palabra.
A pesar de su impresionante trayectoria, Lizzi Ceniceros es humilde, ríe y sin grandilocuencias logra llegar a la raíz de temas complejos. Aquí apenas un esbozo de lo que la mujer del año 2019 (premio otorgado por el Senado de la República) compartió conmigo y con los lectores de El Ciudadano.

¿Qué tan difícil puede ser?

Mi camino por la música ha sido muy divertido, yo dirigía coros y grupos musicales y la verdad no tenía muchas tablas formales en la música, estudié turismo, también comunicación, o sea nada que ver con la música, pero siempre me gustó. En una ocasión llegué a una noche colonial y yo tocaba la trompeta, el bajo, el piano y dirigía al grupo, además me habían faltado músicos, por lo que hubo que improvisar algunas cosas. Cuando me bajé del escenario, un sacerdote salesiano se me acercó y me dijo: “quiero que sea la directora de nuestra orquesta” y yo le dije que sí, que lo platicábamos; en ese momento no me pareció difícil, pero estaba muy equivocada, fue una de las mejores y más ingenuas cosas que me han pasado en la vida.

Los Salesianos hicieron una orquesta para mí y cuando empecé a dirigir dije “¡ah, caray! Creo que esto está más difícil de lo que había imaginado”. Lo que pasó fue maravilloso para mí, pero malísimo al mismo tiempo porque uno no debe dirigir sin saber, así que agarré un libro, empecé a aprender lo básico y me lancé a dirigir así con los chavitos, algunos de los cuales tocaban muy bien y sí estudiaban música. Esta manera, digamos “abrupta”, de comenzar mi carrera me hizo aprender mucho, me di cuenta de que tenía un largo camino por recorrer y comencé a ir a cursos, seminarios, etcétera.

La disciplina, los grandes maestros y la Orquesta de Cámara de la Ciudad de México

Alguien me recomendó ir con Jorge Córdoba, quien es una eminencia como compositor, y yo me enteré de que daba clases particulares. Cuando llegué con él y le pedí que me diera clases me dijo que no recibía principiantes, pero yo insistí, le prometí que no se iba a arrepentir, finalmente me recibió y duré doce años trabajando a solas con él. Poder aprender de un compositor de ese tamaño es formidable, pero lo que ocurrió es que lo que yo aprendía lo utilizaba ayer, no tenía tiempo, usaba los conocimientos casi al mismo tiempo que los aprendía.

Tengo ya casi veinte años dirigiendo la orquesta juvenil infantil, comencé aproximadamente en el año 2000 y fui aprendiendo mucho sobre la marcha, cometiendo muchos errores también. La ventaja es que era una orquesta escolar, entonces todos estábamos aprendiendo juntos. Lo que sí te puedo decir es que desde ese momento hasta hoy no he parado de estudiar.

Comencé a trabajar mucho, puse mi academia de música en Santa Mónica y di clases particulares, seguí aprendiendo y dirigiendo siempre con la consciencia de tratar bien a la gente, de lograr emocionarlos y enamorarlos con la música. Cada vez que alguien que se formó en la academia me decía “tienes mucho talento”, a mí me parecía que lo que en realidad me estaban diciendo era: “te falta estudiar más”, y eso me hacía esforzarme el doble.

Un día, Gustavo Bernal, que ahora es uno de mis chelistas, fue a tocar conmigo un par de veces a la orquesta juvenil, me dijo que tenía mucho talento, pero remató diciéndome: “Ve a dar un concierto con la Orquesta de Cámara de la Ciudad de México”. Dije que sí, pero esta vez estaba nerviosa, ¿qué les iba yo a dirigir a los profesionales? Me dolía la panza, pero tomé fuerza y después de los primeros cinco minutos me di cuenta de que eran como los niños a los que yo dirigía, igualito, es decir, una orquesta a la que había que meterle la mano como a cualquier otra.

¿Qué hace un director de orquesta?

Me parece que es mucho más fácil comprender cuál es la función de los directores de orquesta usando algunos ejemplos: supongamos que todos tenemos un mismo poema en las manos, a ti te toca decir las tres primeras líneas y al que está hasta allá le toca decir las cinco segundas, pero él no sabe cuándo terminaste porque no te puede escuchar. Como directora de orquesta, yo soy la única que tengo el plano general, el poema completo y, debo hacer que se entienda y que cada quien diga su parte de una manera ordenada.

Si en una pieza que interpreta la orquesta todos tenemos que entrar juntos, entones yo doy ese aviso o digo a quién le toca entrar, porque si no cómo te pones de acuerdo entre tantas personas, sería así como: “¡Hey! ¡Tú! (imita un silbido) ¡Voltea pa’ acá!”. Entonces, de manera visual y sin sonido, yo voy poniéndole orden al asunto.

La hormiga y la cigarra

Pensemos, en términos generales, que la mano derecha es la hormiga y la mano izquierda es la cigarra: la hormiga es la que trabaja “1,2,3,4… 1,2,3,4”, aquí estoy imponiendo un “tempo” para los músicos. Lo que hago entonces, en palabras sencillas, es que unifico voluntades, neutralizo las voluntades personales del músico para ir a las de la partitura. No es el director el que manda, es la obra, y lo digo porque mucha gente cree que los directores hacemos lo que se nos da la gana y esto no es así, ¡yo soy la peor esclava de toda la orquesta!
No puedo hacer solamente mi voluntad, me meto a la obra hasta que la devoro y ya sé qué hay en sus entrañas, si debe hacer llorar, si debe provocar miedo o alegría y aunque todo esto es subjetivo, por lo menos hay que saber hacia dónde llevarla, todas las composiciones son planos del tesoro en una partitura.

Así que la mano derecha, la hormiga, lleva el tempo, eso no quiere decir que tenga gracia, ni fortaleza, ni ternura, de eso se encarga la mano izquierda, la cigarra, que lo que hace es cantar, decide qué tipo de interpretación se le debe dar a cada frase.

Mi responsabilidad como directora es estudiar a fondo la obra, jamás perder de vista la partitura y también darle la espalda al público en favor de los músicos, a mí el espectador no me debe importar, no me debe interesar el aplauso, si yo estoy pensando en el público estoy perdida.

Se trata de tocar almas

Yo pienso que los músicos deberíamos tener dos currículos, el primero que diga qué has dirigido, qué obras, qué sinfonías, qué orquestas, etcétera; en el segundo currículo yo pensaría en una fotografía que vi por ahí el otro día y que decía: “Soy músico. ¿Y qué tocas? Almas”. Yo iría por ahí, preguntaría cuántas almas has podido tocar, has podido acariciar, has podido hacer que se les erice la piel del susto porque la pieza eso pedía. Todos tendríamos que tener estos dos currículos, uno histórico y profesional y otro de a cuántos hemos logrado emocionar, si logramos que una persona que nunca había ido a un concierto ahora vaya al siguiente, entonces vamos bien.

El verdadero censor de los artistas debería de ser ese, preguntarse si lograron o no mover al de enfrente, si no lo consiguieron entonces no tuvo sentido, si dieron un concierto y no hubo nada nuevo más que su ego, ese concierto no valió nada.

La música para quien más la necesita.

Hay que ir a buscar a la gente en lugar de quejarse sobre si hay público o no, es nuestra responsabilidad como artistas. Nosotros tenemos un programa en la Fundación Manos a la Obra que se llama “Uno por uno” y consiste en ir a donde nunca han oído un concierto y darlo gratis, en el lugar donde la gente tiene que estar sentada obligatoriamente: una sala de hospital, afuera de una iglesia, en el patio de una escuela, donde sea y vas enamorándola, diciéndole: “el camino es para acá”.

Este programa “Uno por uno”, es uno de los muchos que tenemos en la Fundación Manos a la Obra, por cada concierto de temporada hacemos otro en un lugar donde seguramente no se enteraron por las redes (porque seguramente ni siquiera tienen Internet), pero nosotros vamos y tocamos. Por ejemplo, fuimos a una sala de hospital donde estaban los familiares de las personas con enfermedades terminales. Están ahí literalmente esperando los últimos momentos de sus seres queridos, tú llegas, les das un concierto ahí y te aseguro que de alguna manera les alivias un poco el alma.

Somos música

La música es lo primero que le llega al ser humano, lo primero que tiene un embrión es el oído y lo que escucha antes que cualquier otra cosa son los latidos del corazón de la mamá. Antes que el tacto, la vista o cualquier otro sentido, existe el oído, así que resulta evidente que lleva ventaja. Estamos hechos de vibraciones, lo que significa que realmente somos música, solo que no lo sabemos.

El universo, y por lo tanto la tierra, en su movimiento, tiene un sonido personal, nosotros, como individuos, también tenemos nuestro propio sonido, vibramos con unas frecuencias más que con otras. No estoy diciendo con esto que la música es superior al resto de las artes, pero el arte ya es la expresión de algo y la música existe en sí, antes incluso de ser hecha.

La naturalidad de la música en los seres humanos es un regalo con el que nacimos. Cuando tú te dejas llevar un poco, la música te envuelve, te convierte en ella. Yo no me imagino mi vida sin música, es todo, es la posibilidad de llegar al corazón del otro.