Editorial
MANIQUEÍSMO RAMPLÓN

El gobierno de México está comprometido con los objetivos que asumió la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde su nacimiento en 1945: garantizar la paz, el orden mundial y la vigencia y el respeto a los derechos humanos. Inclusive ha firmado alrededor de 25 convenios internacionales auspiciados por ese organismo.
Uno de esos documentos relevantes fue adoptado el 28 de noviembre de 1978: la Declaración sobre los Principios Fundamentales relativos a la contribución de los medios de comunicación de masas, al fortalecimiento de la paz y la comprensión internacional, a la promoción de los derechos humanos y a la lucha contra el racismo, el Apartheid y la incitación a la guerra.

Sin duda, la presencia y participación de México en el seno de la organización internacional más importante del planeta, así como el cumplimiento cabal de los compromisos asumidos, han abonado durante décadas al prestigio diplomático de nuestro país. Abundan los ejemplos.

En este escenario, resulta más que deplorable que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya llamado “revista conservadora que administra el caos y el amarillismo” a la revista Proceso, a raíz de una entrevista a Gonzalo Hernández Licona, recién removido de su cargo como titular del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), por criticar la “austeridad republicana” del gobierno federal.

El 28 de julio último, durante un evento en Zongolica, Veracruz, AMLO afirmó en referencia a la publicación: “El que no contribuya a la transformación de México, el que está a favor del inmovilismo de mantener el status (sic) quo es conservador, se dedique a la política o se dedique al periodismo”.

Más deplorable es que, en ese mismo acto en Zongolica, a propósito de sus señalamientos a Proceso, el presidente haya rechazado las recomendaciones que le envió la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para Derechos Humanos (a cargo de la señora Michelle Bachelet desde el 1 de septiembre de 2018), en el sentido de que tuviera precaución con el uso de sus palabras, pues se pueden interpretar como una reducción del espacio democrático.

Es peligrosa la visión maniqueísta del presidente. Afirmar que quien “no contribuya a la transformación de México, el que está a favor de mantener el inmovilismo y el status (sic) quo es conservador”, agrieta la unidad nacional y agravia la libertad constitucional de expresión.