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MOVIMIENTO CIUDADANO: DE PIE Y EN LUCHA

Movimiento Ciudadano sigue siendo un espacio abierto para el empoderamiento y la participación de los ciudadanos libres

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A la luz de los resultados electorales (preliminares) de los comicios efectuados el pasado domingo 1° de julio, que mantendrán a Movimiento Ciudadano con presencia activa, responsablemente crítica y propositiva en ambas cámaras del Congreso de la Unión: el Senado de la República y la Cámara de Diputados, nuestra organización política ratifica hoy los principios que desde hace 19 años alientan su lucha en favor de la sociedad: bienestar, seguridad, goce de derechos y libertades fundamentales, que son anhelos de todos los mexicanos.

Más allá de la contundente victoria de Enrique Alfaro en Jalisco, quien ganó merecidamente la gubernatura abanderado por los jaliscienses y por Movimiento Ciudadano; más allá de los triunfos de nuestros candidatos en diversos cargos de elección popular en varios estados de la República (siete senadores, 28 diputados federales, 92 alcaldías y 41 diputados estatales, a reserva de la confirmación de la autoridad electoral), es necesario puntualizar por qué Movimiento Ciudadano sigue de pie y en lucha.

Convergencia nació como partido político en agosto de 1999. La transición en el gobierno en el año 2000 hizo renacer las esperanzas de millones de mexicanos, sin embargo, pronto devino en una frustración que propició el retorno al poder, 12 años después, del partido hegemónico responsable de la degradación política, económica y social que vive nuestro país; el deterioro del tejido social, la violencia e inseguridad; la devastación del medio ambiente y el saqueo sistemático de la riqueza nacional: el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Frustración y saqueo

Peor aún, ello trajo consigo dos problemas graves adicionales: 1) El arribo de algunos gobernadores priistas (“nuevo PRI”, presumió el jefe del Poder Ejecutivo Federal hace casi seis años) quienes, cobijados desde el poder, saquearon arcas públicas; y 2) En perverso arrastre, la desconfianza de la ciudadanía en la política, en las instituciones y en los gobernantes.

Por eso campea la convicción de que la mayor parte de las boletas depositadas en las urnas el pasado domingo 1° de julio resumen el voto del rechazo, del hartazgo, de la indignación. La reacción contra el régimen fue un efecto en cascada.

Y la paradoja es que la hegemonía del partido triunfador sea más una preocupación que una certeza: la preocupación de que se mantenga intocable el autoritarismo presidencial, que ya asomó sus intenciones de pasar por encima de la necesaria autonomía de los poderes Judicial y Legislativo.

Poco o nada cambió la situación en las elecciones del año 2000, ni desde 2012 (cuando Convergencia cambió su nombre a Movimiento Ciudadano) a la fecha. Quedó más que probado en estos tres sexenios que la democracia no se reduce al juego electoral. Al contrario, la democracia significa empoderar a la ciudadanía y promover una agenda social guiada por los principios de reconocimiento y redistribución. La democracia ciudadana que postulamos debe verse reflejada en el mejoramiento de las condiciones de vida de todos los mexicanos, sin distinciones sociales, ideológicas, políticas o de cualquier otra índole.

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Movimiento Ciudadano sigue siendo un espacio abierto para el empoderamiento y la participación de los ciudadanos libres. Trabajamos en aras de la transformación del Estado mexicano, en uno que sea socialmente responsable, que garantice los derechos fundamentales, la seguridad, la igualdad, la justicia y el bienestar de todos los ciudadanos.

La trapacería desplegada por el poder público para evitar el triunfo del candidato presidencial de la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya Cortés, mostró en el uso de la Procuraduría General de la República (PGR) apenas un asomo de su poder para inducir suspicacias y fomentar culpabilidades insostenibles. Se trató de una persecución perversa coreada por una pandilla de subordinados y aplaudidores; entre ellos, lamentablemente, algunos representantes de medios de comunicación que deshonraron el noble oficio del periodismo.

Más allá  de los partidos

Hoy, México está ante la imperiosa necesidad de reconstruirse para modificar el rumbo injusto y amenazador para las actuales y futuras generaciones de compatriotas. Lo reiteramos cuantas veces sea necesario: alcanzar este objetivo solamente será posible mediante una participación ciudadana que vaya más allá de los partidos políticos.

Ese cambio de rumbo implica un cambio de régimen, un modelo de desarrollo diferente que cumpla con las promesas de desarrollo y bienestar.

La vocación democrática de la sociedad mexicana es y será infinitamente superior a las circunstancias adversas que sembró, durante seis años, un régimen corrupto, ineficiente, incapaz de garantizar seguridad a los ciudadanos, obsesionado por convertirse en candil de la calle y oscuridad de su casa, encaprichado con las distorsiones de un modelo económico que nada ofrece para 53 millones de compatriotas flagelados por la pobreza.

Las cifras del desempeño macroeconómico que se exhiben ante los mexicanos desde hace tres sexenios (y mucho antes), contrastan con la creciente pobreza y la falta de oportunidades que sufren las mayorías nacionales y el enriquecimiento desmesurado de una minoría. Somos un lamentable ejemplo mundial de la desigualdad social.

Lo señalamos cuando nacimos a la vida política del país y hoy lo repetimos: el Estado continúa capturado por intereses corporativos y privados, y cercado por espejismos neoliberales.

Pobreza e inseguridad

¿Cómo cejar en el empeño? Los mexicanos pobres, que eran 52 millones 800 mil en 2010, pasaron a 53 millones 300 mil en 2012. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el diez por ciento de la población más rica de nuestro país gana 30 veces más que el 20 por ciento más pobre.

No podemos guardar silencio y cruzarnos de brazos cuando, mientras la retórica escurre en las ceremonias oficiales, los mexicanos leen, ven y escuchan noticias de ejecuciones, emboscadas, extorsiones y asesinatos a mansalva en lugares públicos.

Casos como los de Tlatlaya, Ayotzinapa y Odebrecht continúan en la memoria ofendida de los mexicanos. La debilidad del Estado de Derecho, la falta de confianza en las instituciones y la ineficiencia en la impartición de justicia abonan a la percepción de incertidumbre. La inseguridad mina las posibilidades de crecimiento económico y la creación (engañosa) de nuevos empleos que pregona el gobierno.

Las llamadas reformas estructurales parecen concebidas para proteger los intereses de la clase en el poder y no para transformar de fondo al país. Por lo menos, no se corresponden con la realidad que enfrentan cotidianamente millones de mexicanos. Lo hemos dicho y lo reiteramos: si una familia no tiene asegurado por lo menos el sustento del día, el rencor, la desconfianza y la esperanza anidan en el seno de su hogar. Sobre todo la esperanza de que un día se le tienda una mano salvadora y le diga que sus problemas más apremiantes han sido resueltos.

Además, enojados con sobrada razón, los ciudadanos comunes vincularon la delincuencia de cuello blanco con el ejercicio de la política. Política y políticos se devaluaron. Recibieron vituperios porque Javier Duarte defraudó Veracruz; porque César Duarte se despachó a manos llenas con los recursos del erario chihuahuense; porque Roberto Borge cometió delitos en contra del pueblo de Quintana Roo; porque Andrés Granier Melo, ex gobernador de Tabasco, fue condenado a 11 años de cárcel y al pago de 196 millones de pesos por peculado…

Ningún candidato presidencial quedó libre de las campañas de suspicacias que se dejaron correr selectivamente (si no es que se atizaron) desde oscuros círculos del poder.

Para los desposeídos, agraviados por la desigualdad, la política y los políticos fueron a dar a la escala más baja de confianza y credibilidad, sinónimos de corrupción, abusos y atropellos.

Clientelismo electoral

En las campañas electorales que culminaron con las elecciones del 1° de julio, reaparecieron las mil máscaras del clientelismo electoral. Con dinero público en las manos, brigadas corruptoras recorrieron distritos, colonias, barrios y comunidades pobres para comprar votos.

Es un vicio añejo, prohijado por los afanes hegemónicos de un partido que solamente así pudo mantenerse durante décadas en el poder… y contaminó el ejercicio de la política.

Los ciudadanos siguen exigiendo un cambio urgente. Que las promesas y las demandas al fin se encuentren, confluyan y se conviertan en la realización de sueños de bienestar para millones de compatriotas.

Los mexicanos están hartos de incumplimientos, de discursos vacíos dirigidos a una élite que no suele ver hacia abajo.