PASAJEROS DE CAMIONES, COMBIS Y MICROBUSES ACOSTUMBRADOS A ASALTOS

Patricia Zavala Jiménez

Patricia Zavala Jiménez
@patrix89_64

El pasado 3 de enero se registró el primer asalto a mano armada del 2018 , fue a bordo de una unidad de transporte público que circulaba de Tlalnepantla a El Rosario, donde tres jóvenes con pistola despojaron de sus pertenencias a los pasajeros, hirieron a dos personas y asesinaron a una mujer.

Según la Procuraduría General de Justicia capitalina, cada día se registran mínimo dos reportes de asaltos en transporte público; sin embargo, como ya es sabido, la mayoría de la gente no denuncia porque hacerlo conlleva “perder todo el día” o que, con frecuencia,“dejen en libertad a los rateros ante la falta de evidencias”, hechos que incluso algunos policías objetan.

No obstante, día a día los ciudadanos son víctimas de atracos en diversas rutas de transporte colectivo de la Ciudad de México y el Estado de México. En alguna ocasión, una compañera de trabajo me comentó que todos los días a las 8 de la noche pasaba su esposo por ella al Metro Zapata para ir a su casa adelante del Metro Cuatro Caminos, pues la delincuencia era tal, que en un día la habían asaltado tres o cuatro veces, al grado que los asaltantes se molestaban porque ya no poseía objetos de valor.

A continuación presento algunos testimonios de personas que fueron asaltadas en el transporte público del área metropolitana, cabe señalar que ante la ola de testimonios tuve que omitir algunos; además, ningún caso fue denunciado, sobre lo cual es importante reflexionar, debido a que el problema real es la falta de credibilidad y acciones por parte de las autoridades.

Brenda Rojas (24 años)

Para ir a la escuela tomo una combi que va hasta Indios Verdes; cuando cruza Coacalco y entra a Ecatepec se congestiona la avenida, lo que aprovecharon dos asaltantes para subirse a la combi: uno en la parte delantera con el chofer y el otro atrás.

Con pistola en mano nos dijeron que ya sabíamos cómo proceder porque era un asalto, en efecto, la mayoría de la gente entregaba sus pertenencias, en mi caso di un Iphone 6s. Sin embargo, un muchacho de alrededor de 20 años se negó a dar su mochila y un Iphone 7, inmediatamente recibió un cachazo, aun así siguió resistiéndose y como respuesta recibió un balazo en la ingle; ya no le quitaron nada pero empezó a sangrar. Los rateros, de unos treinta años, se bajaron, pero ni siquiera corrieron, se quedaron en la acera como si nada porque no había ninguna patrulla.

Al ver cómo se desangraba, los pasajeros le dijimos al chofer que por la cercanía nos llevara al DIF; por fortuna iba una enfermera que empezó a revisar al chavo, mientras los demás impedíamos que se desmayara. En el DIF argumentaron que no tenían equipo médico para atender al herido. Nos fuimos directamente a la Cruz Roja y ahí nos dijeron que lo trasladarían al hospital más cercano, que está en Las Américas, en Ecatepec.

Cuando llegó la policía aseguraron que mandarían una unidad a la zona donde ocurrió el robo y que podíamos denunciar, no sin antes advertirnos: “les va llevar todo el día; ya saben cómo es esto…”. Por el susto decidí regresar a mi casa, tenía que tomar la misma ruta, aunque en sentido contrario, cuando pasé por la zona donde nos asaltaron me percaté de que no había ninguna patrulla.

Jessica Higareda (26 años)

Entre las 7:30 y las 8 de la noche me subí a una combi del Estado de México porque estudiaba en el Unitec de Ecatepec, aunque vivía en la Ciudad de México. Fue en Río de los Remedios cuando se subieron dos tipos con pistola, uno amagaba al chofer y el otro, en la parte trasera, empezó a gritarnos: “a ver hijos de su chingada madre, ya se los cargó la chingada, bajen la vista y si se mueven van a valer madres porque no me voy a tentar el corazón para dispararles”.

Nos pidió que aventáramos nuestras pertenencias a su mochila, pero antes de bajarse le llamó la atención la chamarra de un chavo y gritó: “olvidaba que vienen épocas navideñas, van a tener para comprar ropa, perros, ¡empiecen a quitársela y dénmela!”; entonces nos empezó a quitar las prendas.

Fue un acoso sexual cañoncísimo porque a la primera chava a la que le hizo quitarse la blusa le dijo: “estás bien buena, mamacita”. Fueron palabras tan dañinas que un hombre trató de intervenir, sin embargo, sólo escuchamos que le dio un golpazo y mejor nos quedamos callados. Como nos prohibió voltear a verlo, al quitarnos las prendas sólo le estirábamos la mano para entregárselas y él iba formando una enorme fila de ropa; era increíble.

A todos nos dejaron en ropa interior, con zapatos y calcetines; de pronto, a la altura del Metro Plaza Aragón nos bajaron y se llevaron al chofer; como había gente llorando y estábamos semidesnudos, algunas personas que pasaban nos empezaron a dar su ropa para taparnos, un señor me dio su chamarra, también nos prestaron sus celulares para pedir que un familiar nos recogiera y trajera ropa.

Incluso pasó un chofer de la misma ruta y preguntó qué nos había pasado, entonces un chavo le gritó que unos asaltantes se habían llevado a su amigo, el conductor, a quien también amenazaban y le quitaron su dinero, pero ya nunca supimos qué pasó con él. La gente decía que iba a llamar a una patrulla, aunque durante el tiempo que permanecí ahí nunca llegó. No levanté una denuncia porque tenía miedo y no sabía qué hacer.

Vivir esa experiencia es un horror porque en cuestión de minutos te atemorizan, sientes miedo e impotencia, te preguntas por qué no haces nada, pero tu cerebro en automático se bloquea.

Lluvia Márquez (33 años)

En Semana Santa abordé un camión del GDF que sale del Aeropuerto hacia Avisadero Palmas, eran alrededor de las 7:30 u 8 de la noche. A la altura de Tepalcates, tres tipos actuaban como pasajeros, pero antes de llegar a una desviación para entrar a Cabeza de Juárez se pararon y a punta de pistola hicieron que el chofer se desviara a esa zona.

Los tres se distribuyeron a lo largo del camión, de pronto se escucharon las amenazas: “hijos de su pinche madre, saquen los celulares y el dinero”. Nos gritaban bien feo, incluso a una chica le manotearon en la cara y le gritaron: “no te hagas pendeja, por qué escondes el celular”. En la parte trasera iba un chavo a quien le dieron un cachazo y después a otro que se desmayó.

De pronto, el tipo más violento soltó balazos dentro del camión, ese fue el peor momento, aunque creo que no eran armas de fuego porque no traspasaron el metal, pero entre que sí y que no, nos asustó muchísimo. Antes de llegar al deportivo de Cabeza de Juárez le dijeron al chofer que se regresara a Zaragoza. El más agresivo se iba a bajar, pero volteó, vio a alguien y le gritó: “¿qué?, ¿no te pareció?”, entonces se regresó para darle un cachazo. Iban muy mal, estaban drogados y éste era sumamente violento.

Los pasajeros le pedimos al conductor que llevara a los heridos al ISSSTE; ahí los atendieron, mientras unos policías hablaban con el chofer, quien nos dijo que levantaría una denuncia. Ningún pasajero quiso acompañarlo porque estábamos encabronados, asustados, cansados y ya era noche; en cambio, le pedimos una unidad que nos llevara hasta San Miguel Teotongo. Esta ruta es muy conflictiva, es común que asalten a la altura de Tepalcates y San Juan.

A mí y al chavo que estaba a mi lado no nos quitaron nada, pero le dije al muchacho que se calmara porque estaba muy nervioso y me respondió: “es que soy policía y si se dan cuenta me van a madrear”; entonces pensé: ¡ni siquiera él puede hacer nada, qué mal! Desde entonces tomé el Metro hasta mi casa, pero por la inseguridad de plano ya no vivo en San Miguel.

Irving Cabrera (36 años)

Dos veces me asaltaron en un camión del GDF que va del Metro Aeropuerto hasta el Metro Chapultepec. Las dos ocasiones fueron a la misma hora, en el mismo lugar y de la misma manera. La primera vez tomé el camión semi vacío como a las 8:45 de la mañana en Misterios, al bajar el desnivel de La Raza, sobre Circuito, tres tipos que venían como pasajeros se pararon con navajas en mano e iniciaron el atraco.

Como estaba leyendo, la verdad iba en otro mundo, sólo les entregué un celular porque traía el personal y el del trabajo, no les interesaron la mochila ni la cartera; robaban con tanta tranquilidad que me dio coraje. Cuando salió el camión del paso a desnivel se bajaron en el Hospital de La Raza y se echaron a correr, en ese momento volteé a ver a los pasajeros, buscando a alguno que me secundara para agarrarlos, pero como nadie hizo nada, yo solo me bajé del camión a perseguirlos.

Me quedé ciscado, ya no quise tomar camión para llegar a mi trabajo y mejor me iba en taxi. Después de seis meses, dije “ya pasó el susto” y me subí a un camión llenísimo; recuerdo que hasta pensé “no creo que lo asalten porque apenas se puede pasar por el pasillo”.

Exactamente al iniciar el paso a desnivel escuché de nuevo las amenazas, desconozco cuántos eran en esa ocasión, pero justo a mi lado había uno que apuntaba a la cabeza del chofer; como la unidad avanzaba y al asaltante le temblaba la mano, me hizo pensar que en cualquier momento se le escaparía un tiro y lo mataría.

Ese tipo me quitó mi celular, estaba tan nervioso que volvió a pasar y de nuevo me pidió el teléfono, le dije que ya no traía nada, saqué mi cartera pero no la quiso. Puse mi mochila entre las piernas de una señora mayor porque a los ancianos no les quitaron nada, ahí traía mi equipo fotográfico. Sentí un chingo de miedo, aunque en otros asaltos ya me habían encañonado, en esta ocasión creí que el tipo iba a disparar porque estaba muy nervioso, no sentí coraje, sólo pensé “que se lleven todo, pero que no me pase nada”.

Mientras esto pasaba se escuchaban otras voces en medio y atrás de la unidad, incluso también le robaron a un compañero del trabajo que iba en la parte trasera; jamás me he vuelto a subir a ese camión.

Edgar González (33 años)

Venía dormido en el micro que va de Mixcoac a Puerto Aéreo, pero a la altura de La Viga, entre las 7 y las 8 de la noche, me di cuenta que dos sujetos estaban asaltando; no sé si estaban armados porque venía lleno el transporte, pero eran altaneros y groseros. Uno amenazaba al chofer y otro recogía las cosas. A una señora mayor le quitaron una bolsa grande de mandado, llena de tópers y bolsas con comida, supongo era comerciante. Yo le di como tres pesos al ratero, me dijo que era muy poco y le entregué una cajetilla, la cual sólo traía un cigarro; no me quitaron mi mochila, donde traía libros y discos originales.

Al llegar al puente de Eje 3, le ordenaron al conductor que redujera la velocidad. Ya estaban descendiendo cuando uno de ellos se regresó y le dijo a un chavo: “están chingones tus tenis”, entonces se agachó para desamarrarlos. Cuando se fueron, el chavo de los tenis dijo: “chale, ni para ellos ni para mí, sólo me quitó uno”. Mientras tanto, la gente comentaba que ya era la quinta, séptima y hasta octava ocasión que la asaltaban en ese trayecto.

Luis Barajas (31 años)

En la ruta 27 de San Antonio a la Central de Abastos, como a las 8 de la noche, cuando estaba a punto de bajar en la calle Dibujantes se subieron tres güeyes con pistola en mano, dos por la parte trasera y uno por adelante, que con groserías empezaron a amenazar a los pasajeros. Me di cuenta que eran conocidos de la cuadra; no me sorprendió porque ya sabía que eran rateros y ya ni siquiera les hablaba.

Sentí sorpresa y nervios al ver las pistolas, pero cuando me vieron y no me pidieron nada la verdad me tranquilicé; a los demás les robaron el celular y dinero, a mí no me quitaron nada. A las dos cuadras se bajaron, obviamente no me dejaron bajar atrás de ellos, entonces la gente que estaba a mi alrededor se dio cuenta de que no me habían robado, al sentir las miradas me dio mucha vergüenza, no sé si pensaron que yo también era rata o no sé, pero en cuanto pude me bajé del transporte. Uno de ellos ya está en la cárcel y ya no creo que salga porque está por privación ilegal de la libertad, intento de homicidio y portación de arma, además de que ya era reincidente.

David Ferreira (34 años)

Alrededor de las 6 de la mañana abordé el micro que va de Canal de Chalco a la Central de Abastos para llegar a mi trabajo; dos cuadras después subió un tipo extraño, me llamó la atención porque traía un bulto en la bolsa de la sudadera, aunque no le di mucha importancia, pues pensé que era un pasajero más.

A la altura del Panteón Civil de San Lorenzo se levantaron dos tipos con pistolas, uno disparó al techo para amedrentarnos y dijo: “ya valieron madres, saquen carteras y celulares, no quiero chingaderas ni héroes”. Empezó a pasar por nuestros lugares, en algún momento me dio la espalda y pensé en abalanzarme sobre él, pero el pánico no me permitió reaccionar; después me di cuenta de que el otro asaltante no había accionado su arma, pero si nadie lo tumbaba yo hubiera quedado vulnerable ante él.

El que disparó hablaba por celular supuestamente con unos cómplices que venían en un carro atrás del micro, para abordarlo inmediatamente después del robo. En San Lorenzo le pidieron al chófer que disminuyera la velocidad porque ya iban a descender para salir a Avenida Ermita. El conductor se detuvo, revisó el techo del micro y ¡oh sorpresa!, no había ningún agujero de bala, eran de salva. La impotencia se apoderó de nosotros por no haber agarrado a los rateros, incluso un señor dijo que traía un cuchillo, pero no actuó por temor a que ningún otro pasajero lo respaldara.

Alfredo Moreno (40 años)

Como soy fotógrafo, un domingo como a las 9 de la mañana, a una reportera y a mí nos tocó realizar una cobertura en la México-Pachuca; íbamos de regreso a Indios Verdes, no sé qué ruta tomamos porque hay dos, pero ella me dijo: “no hay que irnos en ésta porque asaltan”, y nos fuimos en el otro camión que según ella era más seguro.

En el tramo de la caseta de Ecatepec a Indios Verdes, dos tipos de pronto sacaron las pistolas; uno amagó al chofer, mientras otro recorría el pasillo pidiendo dinero y celulares. De la nada soltó un plomazo hacia el suelo y empezaron a llorar unos niños que venían atrás, lo que ocasionó que el asaltante se pusiera nervioso, al grado que dejó de recoger cosas, aunque seguía recorriendo el pasillo.

Como nosotros veníamos sentados, traía mi mochila entre los pies y sólo pensaba en mi equipo fotográfico. De pronto, cuando pasó conmigo me pidió que me parara, metió la mano a mi bolsa y me quitó el celular, a la reportera le arrebató su bolso, pero no le quitó su teléfono. Más adelante, ambos se bajaron con pistola en mano, las guardaron como si nada y se quedaron en la banqueta porque obviamente no había ni una patrulla. Ningún pasajero intentó denunciar, todos lo tomaron a la ligera porque ya están acostumbrados a que los asalten por lo menos una vez al día.