Entrevista con Sara Salomón
Vistiendo el arte

Ópera Madama Butterfly, de Giacomo Puccini. Teatro Pablo Villavicencio, Culiacán, Sinaloa.
Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer Twitter @meyerarturo

“Ver mi ropa puesta moviéndose en el cuerpo de un bailarín e iluminada en un teatro realmente me causa furor, me fascina, me apasiona poder vestir bailarines”

La reconocida diseñadora de vestuario y diseñadora gráfica Sara Salomón llega de prisa al café “Joselo”. Debajo del tapanco donde se encuentra nuestra mesa, la calle de Julio Verne, en pleno Polanco, hierve de gente y de calor con ese sol que, a la una de la tarde, cae como plomo sobre la Ciudad de México.

Sara pide un expreso cortado que acompaña con un pequeño vaso de leche. Yo, grabadora en mano, comienzo la entrevista antes de ir por el segundo americano del día.

 

Del diseño gráfico al diseño de vestuario

Estudié diseño gráfico porque siempre me gustó dibujar y diseñar cosas. Además pensé que era una carrera que te dejaba un buen sustento para vivir.

En mi vida profesional empecé diseñando logotipos, páginas de revistas y ese tipo de cosas. Después tuve un taller de estampado en tela, entonces imprimía ropa, era como una maquiladora de estampado en los ochenta, y ahí me especialicé en prendas de gran formato; eso hizo que tuviera un mercado especial. En esos años había unas playeras que eran enormes e imprimíamos todas a seis tintas; casi nadie quería hacer eso porque “cazar” los colores en los “pulpos” era muy complicado.

Después de un tiempo cerré el taller y pasaron muchas cosas… Yo era bailarina de una compañía de danza judía que se llama Anajnu Veatem, que tiene más de cuarenta y cinco años de existencia. Quien era nuestro director en ese tiempo murió muy joven de un infarto, tenía apenas treinta y nueve años. No había entonces quien diseñara el vestuario y yo era la que estaba más relacionada con el tema.

Empecé a diseñar vestuario para esta compañía y resultó que era bueno, muy bueno, así que comencé a irme por ese camino. Me enteraba de quién se ganaba las becas del Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes (FONCA), les hablaba por teléfono y les ofrecía mi trabajo, de esta manera entré al teatro.

Hay un festival de danza judía muy grande que también tiene ya muchos años y los jurados son gente reconocida en el medio del teatro, la danza y la música en México. Ahí me conoció Nellie Happee (quien en dos ocasiones fue directora de la Compañía Nacional de Danza) y en 1994 me invitó a vestir la obra Esquina bajan. Así empezó mi trabajo con la Compañía Nacional de Danza, a partir de ahí diseñé diez producciones para ellos.

 

Esquina bajan es una producción muy grande; son setenta y dos vestuarios, es una mezcla entre danza contemporánea, jazz y comedia musical. Está ambientada en los años treinta en la Ciudad de México, toda la ropa que yo diseñé pertenece a esa época y es una producción muy bonita; se volvió un clásico, era la tarjeta de presentación de la Compañía con una obra muy mexicana, porque la música son danzones y pasos dobles.

En los noventa empecé a vestir mucho teatro, trabajé para Rosenda Monteros, Enrique Singer, el maestro Héctor Mendoza, Iona Weissberg, José Caballero y muchos otros. Trabajaba al mismo tiempo en danza y teatro, pero llegó un momento en el que decidí dejar el teatro por un tiempo porque ya cuando tuve a mi tercer hijo era demasiado trabajo.

Vestí danza profesional y semiprofesional durante trece años, más o menos, y luego empecé a hacer ópera.

 

Danza, teatro y ópera

En la danza el vestuario debe de funcionar a fin de que el bailarín se mueva cómodamente, para no estorbarle, porque en la danza el cuerpo se mueve en todas direcciones y para todos lados. El vestuario tiene que permitirles, por ejemplo, subir la pierna hacia atrás o que suban la mano y la ropa no se vaya hacia arriba junto con ellos. Lo que a mí me fascina de la danza es que la ropa, al moverse, adquiere un carácter independiente.

Cuando voy a subir un vestuario a un ensayo general, es para mí como cuando metes en un laboratorio de fotografía la hoja expuesta en el líquido revelador y vas viendo cómo aparece la imagen. Lo mismo me ocurre en el ensayo general, porque mi ropa se sube al escenario y en el momento en que la iluminan empiezan a aparecer cosas, y cuando entra en movimiento habla por sí misma.

En teatro la ropa también tiene movimiento (aunque menos que en la danza), pero más que nada tiene que ver con la trama, con el guión, con qué estás vistiendo. En cuanto se ilumina un escenario, el vestuario ya te cuenta una historia, te dice qué tipo de personaje estás viendo, si es hombre o mujer, define un género, una posición social, una época.

Para el caso de la ópera es distinto porque los cantantes se mueven poco, entonces se trata más bien de que luzca el vestuario.

Finalmente, mi quehacer es un diseño que tiene que ser funcional; yo no diseño nada más por diseñar, como una obra pictórica, yo tengo que hacer cosas que funcionen para que se vea lo que el director, el coreógrafo o el director de escena en una ópera quieren que se vea y, desde luego, tiene que ser un vestuario resistente, de batalla. A veces la tela que se necesita es una seda, por ejemplo, y tienes que lograr que te responda, no puedes usar telas que se deshagan con el tiempo, con las lavadas o con el sudor. Hay vestuarios míos que llevan usándose veinticinco años.

 

La danza como forma de vida

Para mí la danza es una manera de vivir, es una forma de expresar mi vida. Siento que empezar el día bailando es maravilloso, muchas veces logro comenzar mi jornada de esta manera y siento que es un privilegio, que somos muy afortunados los que podemos usar nuestro cuerpo para bailar, eso me llena de alegría.

Creo que por ese motivo es tanta mi pasión al ver mi ropa moviéndose dentro del cuerpo de un bailarín e iluminada en un teatro; realmente me causa furor, me fascina, me apasiona poder vestir bailarines. Con el vestuario puedes sintetizar cosas que quieres que se vean poco o hacer más evidente algún tipo de movimiento, de sentimiento o de estado de ánimo que quieras resaltar.