Retrato
Papa Hemingway: El alma marinera de las costas cubanas

“Bajo la noche guajira, Hemingway delira…”

V

iajar a Cuba, incluso después de la era de Fidel Castro, es toparse de frente con la Revolución, con el bloqueo, con cañones acordonados y trincheras abandonadas. Para viajar a Cuba no sólo se necesita cruzar el océano sino también el umbral del tiempo, uno sabe, se da cuenta de que es posible pararse en medio del lobby del Meliá y quedarse en el 2017, pero a la vuelta de la esquina, en alguna calle de La Habana vieja, se vuelve de golpe a 1960. Entonces el turista entiende que además de los mojitos, la ropa vieja y el son cubano, en la isla también se puede ir y venir en el tiempo, quizá los muertos también lo sepan y sea por eso que sus historias y sus voces siguen mezclándose entre el bullicio de la multitud. Entre esas voces es imposible no distinguir la de Ernest Hemingway, aunque sea disfrazada en un chocar de copas o un encallar botes en la arena.

Fue en las costas cubanas donde el autor norteamericano pudo escribir El viejo y el mar, la novela que lo hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura, y fue su historia en la isla la que justamente hace dos años (en diciembre de 2015) logró que una producción estadounidense pudiera esquivar el embargo para rodar en Cuba al ser considerada un documental que relata eventos reales ocurridos en la isla. Papa: Hemingway en Cuba, retrata fragmentos de la vida del escritor en el lugar donde vivió más de 30 años y que consideró, según afirma su nieta, Mariel Hemingway, “su verdadero hogar”. Pero el cariño del autor por el pueblo cubano fue recíproco, habla de ello la estatua de bronce que se yergue en la esquina de la barra del Floridita, el famoso bar en donde reinventó el daiquirí, sellándolo con su apellido al reducirle el azúcar y aumentarle el ron; hablan de ello las paredes de “Ambos Mundos”, el hotel al que llegó por primera vez; La Bodeguita del Medio, que se enorgullece de ser el lugar favorito de Hemingway para tomar mojitos, y por supuesto su casa en Finca Vigía, convertida en museo desde 1962.

Un año después de abandonar su casa en Cuba y establecerse en Ketchum, Idaho, Ernest Hemingway, de 62 años, se disparó en la cabeza con su escopeta favorita. Tras su muerte, y a poco tiempo del triunfo de la Revolución Cubana, comenzaron los rumores acerca de la rivalidad entre el escritor y Fidel Castro, a quien se acusó de expropiar los bienes de los extranjeros y provocar la huida del Premio Nobel. Sin embargo, miembros de su familia y escritores como Gabriel García Márquez reafirmaron siempre el amor de Hemingway por el pueblo cubano e incluso la buena relación que llevó con Fidel Castro y con el movimiento revolucionario. En un artículo publicado en el diario El Comercio, en junio de 2011, las declaraciones de la directora del museo Finca Vigía, Ada Rosa Alfonso, son contundentes: “Hemingway vivió, amo y escribió en Cuba… Amó a Cuba y era un norteamericano cabal, un hombre universal, un escritor para la presente y futuras generaciones, un mito, una leyenda”. Incluso añadió que el escritor fue “conminado” por Washington a abandonar la isla y llamado a cambiar sus declaraciones públicas a favor de Castro.

En la trama de Papa: Hemingway en Cuba se relata que el autor sufría un complejo de persecución incurable, asegurando que el FBI o la CIA lo espiaban constantemente, y también se deja entrever que no era producto de su imaginación. Pero al margen de conflictos políticos, las historias que se pueden escuchar en todos los rincones de la isla permiten comprobar que aunque Hemingway era estadounidense y ciudadano del mundo después de haber pasado largas temporadas en Francia, España y Austria, su vínculo especial con Cuba es innegable. “Los estadounidenses lo conocemos en los libros, bibliotecas o museos, pero en Cuba hay una tradición oral sobre su vida. Está vivo en el paisaje cubano”, afirmó la nieta del editor de Hemingway, Jenny Phillips.

 

El pueblo pesquero, un segundo hogar

Quizá el lugar en donde queda el recuerdo más nítido del escritor y su alma marinera es en Cojímar, a siete kilómetros de La Habana. A orillas de la bahía, “La Terraza de Cojímar” se ha convertido en el lugar obligado al que devotos y curiosos llegan a retratarse en la mesa acordonada que lleva su nombre, situada estratégicamente entre los dos enormes ventanales que enmarcan el muelle. Desde ahí podía hacer lo que más le gustaba: contemplar su yate, “Pilar”; encontrarse con Gregorio, su oficial; compartir su trago con los pescadores y escribir durante horas, tal vez alguna historia sobre el mar…

“Él era una persona muy humana, a la gente pobre le regalaba muchas cosas, a los niños sobre todo. Ahora, cuando tomaba, en el bar, le gustaba hacer apuestas… y no le gustaba perder. Eso era lo que me contaban los muchachos de aquí que lo conocieron”, asegura Iván, jefe de barra de La Terraza de Cojímar. “El que te diga que Hemingway visitaba el lugar te está mintiendo, ir de visita es ir un día, Hemingway estaba aquí siempre. Él tenía el yate ‘Pilar’ ahí –asegura señalando un punto en el muelle– y llegaba todos los días a esperar a que Gregorio viniera de su casa para salir a pescar, estaba diario aquí. En este lugar fue donde se inspiró en un pescador para escribir El viejo y el mar”.

Mientras hace tintinear las monedas de la vieja caja registradora, Iván retrocede en el tiempo: “Este lugar abrió el 20 de mayo de 1925, hace casi un siglo. Hemingway escogió Cojímar porque es el sitio que encontró fuera de La Habana que reunía todas las condiciones para poder tener su yate. En ese tiempo había muy poca población aquí, era muy tranquilo, un lugar que lo relajaba para poder escribir; él se sentaba en esa mesita y escribía, desde ahí miraba su yate y a los pescadores. Ya después de que se estableció en Cuba tenía muchos amigos, pero aunque era una persona a la que le gustaban las fiestas, también necesitaba la tranquilidad; en el centro de La Habana hay mucho bullicio, él se pasaba semanas en Cayo de la Vista o Cayo Paraíso, en una zona que se llama Cayo Mégano, que en voz aborigen quiere decir ‘arena fuera del agua’. Se pasaba un tiempo fuera en esos cayos en el yate, se alejaba del mundo, se llevaba alguna novia…”, comenta reprimiendo una sonrisa.

 

Un encuentro fortuito: de México a Cuba

Gregorio, oficial del “Pilar”, fue una figura central para Hemingway mientras estuvo en Cuba, pero lejos de lo que muchos podrían pensar, su encuentro inicial se dio en otras costas, las de México. “Su primer viaje a Cuba creo que fue en el 28 o en el 30, en un crucero con su primera mujer, ahí es cuando se hospeda en ‘Ambos Mundos’. Después conoce a Gregorio en Isla Mujeres: había una tormenta y Gregorio estaba ya adentro en una bahía de la Isla, y le hace señales con las luces al barco que veía que estaba en apuros, donde iba Hemingway; ahí se conocen ellos. Después viene a La Habana y busca a Gregorio en el puerto, es cuando se hacen amigos. Años más tarde es cuando Hemingway se instala aquí en Cuba”, asegura Iván mientras prepara las bebidas de los turistas que llegan a conocer “La Terraza”.

“Gregorio no era cubano, sino canario. Él viene de Isla de Lanzarote, de España, a los 7 años con su padre en un barco mercante de aquella época. El padre muere en la travesía y el capitán del yate se lo deja a una amiga suya aquí en la bahía de La Habana. Gregorio crece en la bahía con los pescadores, él mismo se hace pescador, compra su yate y se muda para Cojímar, también buscando la tranquilidad. Murió en el 2002, de 104 años, vivió en tres siglos; nació en 1898, así que vivió dos años del siglo XIX, el siglo XX completo y dos años del siglo XXI”.

Testigo del paso de tres siglos, Gregorio fue famoso por las historias que relataba como si acabara de vivirlas y que quedaron grabadas en la memoria de Iván, y de muchos habitantes de Cojímar.

 

El “Ranchito Marinero”

Al año siguiente de que “Papa”, como le apodaba la gente en la isla, publicara El viejo y el mar, se rodó en Cuba la película homónima protagonizada por Anthony Queen y ganadora del Premio Óscar a la mejor banda sonora. Como todo lo que tuvo con ver con la vida del escritor en Cuba, el filme también dejó huella en Cojímar. “El niño en la película era el hijo de Felipe Pazos, un personaje muy importante que fue presidente del Banco Nacional de Cuba, pero no podía caminar entre las piedras, porque era un niño de ciudad, no estaba acostumbrado a caminar. Entonces había un chico al que le decían ‘Coqui’, que sí era un mataperros de la calle y entonces él era quien hacía el doble del niño en la película. Pasaron los años, ese niño creció y fue chef de cocina aquí por mucho tiempo”, relata Iván antes de darse cuenta de que le deben dos cocteles.

Todavía sentado frente a la caja registradora, continúa: “Cuando terminó el rodaje de la película invitaron a ‘Coqui’ a comer aquí, entonces Hemingway decía: ‘ponle al niño el plato de langosta, pescado y camarón todo ligado, un rancho’. Rancho es como se le dice aquí en Cuba a lo que sobra de todas las cosas y se lo echas a los puercos, entonces él decía ‘un rancho para el niño’, y cuando ese niño creció y se hizo chef de cocina oficializó el plato del ‘Ranchito Marinero’ en el menú”, concluye con orgullo.

Para los cubanos que siguen contando sus historias, Papa Hemingway, más que escritor, fue siempre una alma marinera, y si hubiera algún paraíso donde se nos permitiera habitar después de la muerte, el suyo estaría, sin lugar a dudas, en las costas cubanas.