BUKOWSKI, EL ETERNO VIEJO INDECENTE

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

«NO VAYAS A CREER QUE SOY UN POETA; ME PUEDES VER CUALQUIER DÍA MEDIO BORRACHO APOSTÁNDOLE A UNA CARRETA Y A UN PURA SANGRE»

El alcohol es probablemente de las mejores cosas que han llegado al planeta, además de mí. Sí, somos dos de las mejores cosas en la superficie de la Tierra. Así que nos llevamos bien”. Le dijo el poeta Charles Bukowski (1920-1994), al actor Sean Penn en una entrevista titulada: “Tough guys write poetry” (“Los hombres duros escriben poesía”) en 1987, cuando la estrella de Hollywood se interesaba más en entrevistar poetas “malditos” que en tener encuentros clandestinos con los capos de la mafia.

Cuando la entrevista entre el protagonista de Dead man walking y el autor de Escritos de un viejo indecente se llevó a cabo, Bukoswki era una leyenda viviente y el escritor estadounidense (en realidad nació en Alemania pero vivió en Los Ángeles prácticamente toda su vida), más leído en traducción en el mundo; sin embargo, la carrera de Bukowski y su posterior ascenso a la fama (fama que él despreciaba porque “odiaba a la gente”) fueron tortuosos y lentos.

El padre de Bukowski era autoritario y brutal: “le pegaba violentamente cuando el chico desobedecía: sumiéndole en un estado de infelicidad del que ni el éxito económico ni el aplauso de estos últimos años le han sacado nunca”. Escribe Fernando Pivano en el libro: Lo que más me gusta es rascarme los sobacos, una larga entrevista entre Pivano y Bukowski publicada por la editorial Anagrama en 1983.

Entre el maltrato al que era sometido y el alma rebelde de Bukowski (también conocido como “Hank” o “Chinaski”, debido a un personaje de ficción creado por el escritor), los problemas en su casa iban de mal en peor. El poeta comenzó a beber a los trece años y nunca paró de hacerlo. Su padre lo obligaba a dormir en el garaje cuando Bukowski llegaba borracho, hasta que una noche “Chinaski” no pudo más, derribó la puerta de su casa y golpeó a su padre. Esto es, por lo menos, lo que cuenta la historia, pero como en todos los relatos que tienen que ver con el autor de La senda del perdedor, es difícil saber dónde termina la verdad y dónde comienza la leyenda de este poeta que, a causa de un acné imparable en su adolescencia, tuvo que ser intervenido con un bisturí electrónico para abrir los forúnculos enormes que tenía en el rostro, un tratamiento que lo dejó marcado de por vida.

“Luego comenzó la vida de los viajes y de los trabajos manuales a la americana”, escribe Pivano. “De empleado de un matadero a guardián de un burdel. Siempre borracho, dormía en las bancas de los parques y en los asilos, una vez en la cárcel por rechazo del servicio militar, hasta que a los treinta y cuatro años se encontró moribundo en una sala de hospital de Los Ángeles por una hemorragia provocada por el alcoholismo. Salió adelante pero no comenzó una <<nueva vida>>, siguió bebiendo y escribiendo poemas”.

Al salir del hospital, “Hank” adoptó el oficio de cartero en el servicio postal de Estados Unidos, donde trabajó once años; la novela “El Cartero”, da cuenta de algunas de esas experiencias, fueron años muy duros para el poeta. Sobre ello escribe Pivano:

“Cuando por primera vez ingresó en la oficina de correos de Los Ángeles, a los treinta y nueve años, había tocado varias veces el fondo de las experiencias más duras, dramáticas y negativas que puedan corresponderle a un hombre. Vivía en unas habitaciones realmente inhabitables y experimentando hasta el fondo la existencia romántica de poeta maldito que luego reflejaba en los poemas, rápidamente conocidos en los ambientes underground, con una fama tanto mayor porque estaba alimentada por el misterio que rodeaba su vida”.

Mientras se hundía en los barrios bajos y en el alcohol, Bukowski conoció al editor John Martin de Black Sparrow Press, quien le prometió al escritor pagarle 100 dólares de por vida si publicaba con él. “Chinaski” dejó entonces la o cina de correos para dedicarse a ser escritor de tiempo completo. “Tengo dos opciones”, escribió Bukowski en una carta, “permanecer en la oficina de correos y volverme loco, o quedarme fuera, jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decido morir de hambre”.

Pero esto último no ocurrió, Charles Bukowski no murió de hambre y a la semana de haber colgado el traje de cartero ya había escrito una novela (Post office,1971).Comenzó rápidamente a ganar fama y a vender bien. Debido a su amistad y como acto de reciprocidad, Bukoswki publicó casi toda su obra (que fue copiosa) en la editorial de John Martin, quien describió su encuentro con el poeta diciendo: “El señor Rolls encontró al señor Royce”.

“Hank” continuó con lo suyo, escribiendo, bebiendo, peleando afuera de los bares y gastando casi todo su dinero con prostitutas o apostando en el hipódromo. Hay quienes dicen que sólo jugaba a ser poeta maldito, a seguir alimentando su leyenda; si esto es verdad ese juego es uno que muy pocos han logrado aguantar por tantos años y con una obra tan prolífica. A Bukowski se le odia o se le ama, se le rinde culto o se le acusa de ser un impostor, pero nunca pasa desapercibido.

Puede ser que lo que les genere molestia a algunos lectores y a muchos críticos sean los temas tabú que Charles deja caer en su prosa o en poesía sin ningún pudor y con cierto humor ácido y negro que no a todos les gusta: “[…] ¡Doce poemas perdidos y no tengo copias! ¡Y también te llevaste mis cuadros, los mejores! […] ¿Por qué no te llevaste mejor mi dinero? Usualmente lo sacan de los dormidos y borrachos pantalones enfermos en el rincón. La próxima vez llévate mi brazo izquierdo o un billete de cincuenta, pero mis poemas no. No soy Shakespeare pero puede ser que algún día ya no escriba más […] siempre habrá dinero y putas y borrachos hasta que caiga la última bomba, pero como dijo Dios cruzándose de piernas: ‘veo que he creado muchos poetas pero no tanta poesía’”, escribió Bukoswki en un famoso poema.

Así su escritura, así su manera cruda y coloquial de hablarle a sus lectores. En sus libros no habrá sonetos de amor ni descripciones de paisajes, tampoco odas a los héroes; “Chinaski” escribe lo que ve, lo que le interesa, da cuenta de su mundo oscuro siempre sumergido en alcohol. “Algunos todavía piensan que tus poemas son una pérdida de tiempo”, le dijo Michel Perkins en una entrevista titulada “Charles Bukowski: el poeta enojado”. “¿Qué cosa no es una perdida de tiempo?”, le respondió el escritor. “Algunos coleccionan estampillas, otros asesinan a sus abuelas. Sólo estamos esperando, haciendo cosas insignificantes esperando morir […] Si vives 45 años, y lo sabes, puedes escribir por mil años. Aquí es donde los Dylan y los Ginsberg y los Beatles fallan: pasan tanto tiempo hablando de vivir que no tienen tiempo para vivir”.

Poseedor de su propia leyenda, sabiendo que la mala publicidad vende mucho, Charles Bukowski no se tomaba muy en serio, como se lo dijo a Sean Penn al finalizar su encuentro: “ser entrevistado es casi como ser arrinconado. Es vergonzoso […] así que no siempre digo toda la verdad […] mal informo un poco sólo por el gusto del entretenimiento y la mentira. Así que si quieres saber un poco de mí, nunca leas una entrevista. Ignora ésta”. Pero lo que sí se tomaba muy en serio eran sus letras que, de una u otra forma, lo convirtieron en un escritor destacado y distinto a los de su época.

En California, en el Green Hills Memorial Park, hay una lápida gris donde se lee: “Henry Charles Bukowski Jr. ‘Hank’”, seguido de la leyenda: “Don’t try” (“No lo intentes”), sobrepuesta en la silueta de un boxeador. Tal vez fue la última broma de “Chinaski”, quien murió de leucemia a los 73 años. Broma o no, después de haber leído algunas de sus obras y de conocer su leyenda de púgil innato (se dice que podía noquear a hombres que le doblaban el tamaño con un sólo “volado” a la quijada y completamente borracho), no, yo no lo intentaría.