Monsanto y Transgénicos

TERCERA Y ÚLTIMA PARTE

El uso sin restricciones de los OGM puede acabar con las semillas criollas, debido a la contaminación genética

MANUEL RAMOS HERRERA

Si bien la información respecto a posibles daños a la salud que provoca el consumo de Organismos Genéticamente Modificados (OGMs) puede ser confusa y contradictoria, en materia ambiental, económica y de soberanía alimentaria existen demasiados aspectos cuestionables que deben ser motivo de ocupación por parte de la sociedad y el gobierno.

En esta ocasión hablemos del llamado gen “Terminator”. Monsanto ha manipulado el ADN de diversas semillas de tal forma que la capacidad reproductiva de la especie modificada, tiene un tiempo de vida determinado.

Es decir, si un agricultor compra maíz transgénico, esta semilla tiene programada una caducidad que le impide, tanto reservar una porción para su uso posterior, como reusar parte de su cosecha como semilla para la resiembra. La semilla se vuelve estéril después de un tiempo predeterminado por la transnacional, y su descendencia será incapaz de reproducirse.

Sin entrar al importante tema de la falta de ética en esta práctica, la realidad es que no hay garantías de que estas características genéticas programadas no se transmitan sexualmente a las semillas de cultivos orgánicos.

Por lo tanto, las consecuencias de esta contaminación podrían alcanzar hasta la extinción de las semillas nativas de cultivos básicos.

Durante años, los genetistas han señalado el enfoque errado de la biotecnología de los OGM. Se debe considerar que la evolución no es una cuestión aislada, porque depende de diversos factores ambientales, climáticos, entre otros.

Sin embargo, la modificación genética está alterando el producto de millones de años de evolución como un mecanismo de adaptación. Hay una interacción compleja de los sistemas biológicos y ecológicos a través de los genes, proteínas y cadenas moleculares complejas.

El enfoque de la biotecnología en la agricultura niega esta complejidad, esa relación de variables que ha producido la rica variedad de vida sobre el planeta. Además niega la transferencia horizontal de genes. Tal parece que el esfuerzo es dirigido a desarrollar una explicación que sustente el modelo agroindustrial, el cual quieren imponer sobre el resto del mundo.

El uso sin restricciones de los OGM puede acabar con las semillas criollas, debido a la contaminación genética. Esto, a la vez, conduce a la dependencia ajena para poder producir alimentos. No es cualquier cosa. No es exagerado afirmar que se trata de una nueva forma de control, de colonialismo. Hasta donde puede verse, los OGM son sólo un pretexto para vender herbicidas.

Para concluir, se debe analizar que México, cuna del maíz, a pesar de contar con la más rica y pura diversidad de variedades, ya se ha detectado contaminación genética en más de 70 variedades, principalmente en comunidades de Oaxaca. Esta situación prevalece, sin importar que no esté permitida la siembra de maíz transgénico en nuestro país. (El Mundo Según Monsanto https://www.youtube.com/watch?v=B_VUfvTG-9M)

Este es un tema complejo. No existe razón para apresurar el paso, sólo por un asunto de ganancias. Vale la pena el debate profundo y sin contrapisas de tiempo, porque los únicos que tienen prisa, son los dueños de este negocio. Asimismo, está pendiente el tema de la “propiedad industrial” que se atribuye Monsanto; en este sentido, la resolución judicial en Argentina ya provocó una reacción de la transnacional. No sólo cobra por la venta de sus productos, también por las regalías sobre la producción. Ante la vertical postura de los jueces argentinos, el CEO global de la empresa, Brett Begeman, amenazó con el retiro de sus actividades comerciales en ese país. A su vez, los agricultores norteamericanos siguieron el ejemplo de los argentinos e iniciaron acciones para acabar con esta práctica abusiva.

En México hay razones de sobra para impedir el cultivo de transgénicos.