De cárteles y Óscares

Guillermo Revilla

Guillermo Revilla

Como ya se viene haciendo costumbre, el próximo 28 de febrero la entrega de los premios Oscar contará con una importante participación mexicana. El director Alejandro González Iñárritu competirá por su segundo premio consecutivo como mejor director, mientras que Emmanuel Lubezki buscará alzarse como mejor fotógrafo por tercera ocasión consecutiva. Por su parte, Martín Hernández competirá por segundo año al hilo en la categoría de mejor edición de sonido, esperando revancha por no haber ganado la estatuilla el año pasado cuando, al igual que Iñárritu y Lubezki, fue nominado por su trabajo en Birdman. Este año, los tres connacionales compiten en sus respectivas categorías otra vez por la misma película: The Revenant.

Pero la presencia mexicana en la entrega de premios no para ahí: además de los tres nombres antes mencionados, en la categoría de mejor documental se encuentra nominada la cinta Cartel Land del director norteamericano Matthew Heineman, que se centra en la figura del doctor Juan Manuel Mireles y el movimiento de las autodefensas en el estado de Michoacán.

La película, estrenada en el verano del 2015, presenta dos historias paralelas: por un lado, hace un seguimiento de la Arizona Border Recon (ABR), un grupo de ex militares, oficiales y agentes de seguridad privada estadounidenses que, según se definen en su sitio de Internet, se encargan de hacer labores de reconocimiento para recabar inteligencia que permita combatir las actividades de los cárteles mexicanos en la zona fronteriza de Altar Valley, Arizona. Por otro lado, presenta al personaje del doctor Mireles y las vicisitudes del movimiento de autodefensas en Michoacán.

En un principio, se puede pensar que la intención de la película, más que hacer una comparación, es mostrar dos caras de la misma moneda: civiles que a ambos lados de la frontera deciden tomar la justicia en sus manos ante la incapacidad de sus gobiernos para proporcionales una de las garantías básicas que todo Estado debe a sus ciudadanos: seguridad.

Sin embargo, a lo largo de la película van apareciendo las diferencias: la parte del documental filmada en Michoacán es intensa, muestra enfrentamientos, balaceras, testimonios desgarradores, preparación de metanfetaminas, en fin, como han dicho varios críticos, constituye un valioso documento de periodismo, prácticamente hecho por Heineman y su camarógrafo en las condiciones del reporteo de guerra.

Ante esta intensidad y peligro, la parte filmada del otro lado de la frontera se diluye entre testimonios que denotan una ideología radical y largas caminatas por el desierto. La historia no termina por ser interesante y la trascendencia de la ABR no queda clara.

Sin embargo, esta diferencia habla de lo que la famosa “guerra” contra las drogas ha dejado en cada uno de los países: aunque es innegable que ambos lados de la frontera experimentan violencia creciente por la actividad de la delincuencia organizada, es igualmente innegable el hecho de que, como mucho se ha dicho, los muertos en esta “guerra” los está poniendo México: en Estados Unidos pagan por el producto, en México se matan por las ganancias.

Por otro lado, los alcances de ambos movimientos también son incomparables: mientras la ABR no ha pasado de ser un movimiento local en el que participan una decena de personas, el movimiento de autodefensas alcanzó proporciones tales que requirió la intervención del gobierno federal mexicano para detenerlo al intentar “institucionalizarlo”.
Uno de los aciertos de la película está en mostrar la evolución del movimiento de autodefensas sin tomar partido, con los claroscuros del caso y del personaje de Mireles y de los otros que aparecen a su alrededor como protagonistas del movimiento.

En este sentido, cabe destacar una fuertísima escena en la que se muestra el interior del cuartel de las autodefensas (durante la ausencia de Mireles tras el sospechoso “accidente” aéreo que sufrió). Mientras vemos tomas de los integrantes del grupo platicando, así como planos de los detenidos (supuestos integrantes del cártel de los Caballeros Templarios), escuchamos, aquí lo fuerte, los gritos de estos mientras los torturan. La película empieza a arrojar su desesperanzadora conclusión: pareciera que una vez que el doctor Mireles quedó fuera del panorama, una parte del movimiento que nació de manera legítima como una salida para la desesperación y la indefensión de muchos ante los abusos de los criminales (extorsiones, levantones, violaciones, decapitaciones…), terminó pervirtiéndose y confundiéndose con lo mismo que combatía: probablemente el resultado fatal de intentar combatir la violencia con más violencia, como lo intentó, primero, el presidente Calderón al declarar su “guerra”. ¿Qué otro camino queda en un contexto donde la vía institucional es débil, por no decir inexistente?
Si a esto le agregamos el ingrediente de la intervención del Estado a través de Alfredo Castillo, entonces Comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán, para tratar de regularizar a las autodefensas convirtiéndolas en Fuerzas Rurales, surge la pregunta: ¿Qué pasa cuando un Estado corrupto copta un movimiento y lo hace formar parte de él? La respuesta parece obvia en un país como el nuestro donde, al parecer, el poder todo lo corrompe.

El saldo: Fuerzas Rurales y autodefensas en las que ya no se sabe si sus integrantes son ciudadanos que continúan luchando por el objetivo original, o ex miembros de los cárteles, o miembros de los cárteles con uniformes de policías autorizados. En México, como bien se sabe, los límites entre lo legal y lo ilegal, las diferencias entre los criminales y los que deberían combatirlos, son difusos. Al final, lo que queda es opacidad, impunidad, ausencia total del Estado de derecho: caos.

Del otro lado de la frontera, las últimas escenas que vemos de la Arizona Border Recon son el resultado de su inteligencia: los vemos trabajando de la mano con la Patrulla Fronteriza para lograr la detención de un grupo de ilegales… ¿narcos? No queda claro, más bien pareciera que no. He ahí la cara no muy limpia de este grupo de ciudadanos norteamericanos organizados “en defensa de su territorio”: en más de un momento parecen un grupo racista de ultraderecha, de cazadores de migrantes que van a ganarse la vida honradamente a Estados Unidos, y no sólo de narcos. Así de claro es el comentario de un miembro del grupo frente a la cámara: “No hay que poner dos razas a convivir en un mismo país”.

Es así como en la próxima entrega del Oscar, una vez más, esperamos que lo mejor del talento de nuestro país sea reconocido. Si así sucede, la llamada de quien ocupa la silla presidencial a los ganadores no se hará esperar, así como los tuits oficiales enorgulleciéndose por el triunfo de estos cineastas exitosos. En cambio, si Cartel Land triunfa haciendo aún más notoria la tremenda situación que se sigue viviendo en varios estados de la República, entre ellos Michoacán, seguramente habrá silencio y omisión.