Incursión Teatral en la cárcel

incursion teatral en la carcel

“Tengo la oportunidad de observar detenidamente a los internos. Una mirada más de cerca y con atención revela que esos cuerpos  jóvenes y fuertes están golpeados, cicatrizados, maltratados: las marcas de una vida indudablemente dura, en estado continuo de lucha por la supervivencia”

(Última Entrega)
Guillermo Revilla

Guillermo Revilla

Los Conjurados teatro

En el año 2009, el Centro Universitario de Teatro (CUT) de la Universidad Nacional Autónoma de México admitió una generación excepcionalmente grande. Debido a su perfil de escuela de alto rendimiento para el entrenamiento de actores, cada generación se conforma, regularmente, de un máximo de 16 alumnos. Ese año, 26 aspirantes logramos pasar el duro proceso de selección y fuimos admitidos para formarnos como actores. Cuatro años después, 18 de nosotros llegamos al final de la carrera, diplomándonos como actores con la puesta en escena Los Conjurados. La obra, escrita y dirigida por la mano del maestro David Olguín, habla con humor, nostalgia y algo de amargura sobre las rebeliones juveniles: corrían los tiempos de #YoSoy132 y parecía que la juventud mexicana volvía a recobrar la voz que había sido acallada por las balas en Tlatelolco décadas atrás, para reclamar un cambio en nuestro país (parecía, desgraciadamente, sólo parecía).

Además de esa obra, la generación se dividió en dos para llevar a cabo otros espectáculos que sirvieron, también, como puestas en escena de titulación. Una parte del grupo se embarcó, literalmente, en la creación de Verdades como puños, obra con formato de calle que, más allá de los muros del CUT, los llevó a emprender un periplo de más de 100 representaciones por España, Colombia, las plazas públicas de la Ciudad de México y muchas escuelas primarias y secundarias de la Ciudad de México. Este trabajo dio origen a la formación de un grupo estable que retomó el nombre de su primera aventura teatral profesional: Los Conjurados Teatro.

Ya constituidos como grupo, Los Conjurados emprendieron la tarea de crear un nuevo espectáculo. Para ello, retomaron un ejercicio que hicimos durante el segundo año de la carrera de actuación, Ficticia. En conjunto con la actriz y directora Haydée Boetto, a quien invitaron a colaborar en el proyecto, crearon la historia postapocalíptica de un país fundado sobre basura, Ficticia, que se ha quedado sin agua. Los habitantes moribundos del lugar deben superar una serie de pruebas, incluyendo magos, esfinges, contrabandistas y gobiernos autoritarios y corruptos, para lograr que vuelva a llover.
Fieles a la esencia que encontraron al rolar con Verdades como puños, Los Conjurados han presentado Ficticia en diversos escenarios, desde el teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque, en la Ciudad de México, hasta las Caravanas por la Paz, en el estado de Guerrero. El andar de la compañía los llevó en 2015 a cinco correccionales para menores y a siete sedes del Sistema Penitenciario del Distrito Federal, en una aventura que terminará en 2016, cuando visiten tres sedes más.

“De entrada, necesitábamos funciones porque nos ganamos una beca y necesitábamos cumplir con cierto número de ellas –comenta Sol Sánchez, conjurada. Nos faltaban diez que teníamos que dar gratuitamente y pensamos que lo mejor era dar esas funciones en el Sistema Penitenciario. Primero, porque se nos abrieron las puertas por una casualidad, y segundo, porque creemos que es una forma de hacer servicio social”.

Las internas e internos del Reclusorio Preventivo Varonil Sur, el Reclusorio Preventivo Varonil Norte, el Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla, la Penitenciaría del DF, el Centro de Ejecución de Sanciones Penales Varonil Oriente, el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (CEVAREPSI) y el Centro Varonil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla (CERESOVA), han recibido, favorablemente en su mayoría, Ficticia. Dice Elena Gore, conjurada: “Yo tenía muchísimo miedo. Decía: ‘¡qué onda, vamos a ir con los delincuentes, la gente mala!’, y me imaginaba, de entrada, un ambiente muy tenso por parte de los custodios y los reos. En algunos lugares sí se siente así, pero lo que me sorprendió es que lo que vi terminó siendo agradecimiento: ellos son muy agradecidos y uno se relaja”.

El Ciudadano ha tenido la oportunidad de acompañar a Los Conjurados en dos de sus incursiones en el Sistema Penitenciario. Primero, mi compañera Patricia Zavala asistió a la función de Ficticia en el psiquiátrico (ver su reportaje en la edición de diciembre de 2015); a mí me tocó ir con mis ex compañeros de escuela al CERESOVA.

Jornada laboral

Para Los Conjurados, el día arranca a las 9 de la mañana, cuando empiezan a llegar los actores a su cuartel general: un edificio ubicado en la unidad habitacional Panamericana, en Copilco, barrio tradicionalmente estudiantil debido a su cercanía con Ciudad Universitaria, donde los miembros de la compañía y el que escribe estudiamos juntos. Desde aquí estamos a una hora de viaje a Santa Martha Acatitla,  pueblo de la delegación Iztapalapa tradicionalmente asociado al sistema carcelario, pues es asiento de un enorme complejo penitenciario que incluye, entre otras instalaciones, la cárcel femenil de Santa Martha y el CERESOVA, sede de la función de hoy, donde Alex Lora y el TRI grabaron el mítico disco El TRI en vivo en la cárcel de Santa Martha, en 1989:

El otro día hubo un concierto,
hubo un concierto en la prisión.
En la cárcel de Santa Martha
se presentó a tocar El TRI.
Todos los reos se conectaron,
y aquello fue un reventón.
[…]
Rock and roll tras las rejas,
Rock and roll en prisión,
Santha Martha, Santa Martha.
En la cárcel de Santa Martha,
¡nadie se olvida de El TRI!
(Alex Lora, “Rock tras las rejas”)

Los Conjurados empiezan a sacar del departamento botes de basura, llantas, desechos plásticos, costales, papeles: a primera vista, basura. Todo esto se transformará más tarde en escenografía, utilería y vestuario de Ficticia: los plásticos negros harán las veces de telón de fondo, las hojas de papel serán el vestuario del Juez, los costales se transformarán en la temible Esfinge. Hasta aquí llegan por nosotros dos camionetas enviadas por la Subsecretaría del Sistema Penitenciario: una transporta a los actores, la otra lleva Ficticia empacada en tres grandes botes de plástico.

Después de que Francisco, el chofer que ha llevado y traído a Los Conjurados a lo largo de su gira, nos conduce por Insurgentes Sur, Periférico, Canal de Garay y Calzada Ermita Iztapalapa, llegamos alrededor del mediodía al complejo penitenciario de Santa Martha Acatitla. Adentro, diversas señalizaciones marcan que a la derecha está el Centro Femenil de Reinserción Social, y a la izquierda el CERESOVA, nuestro destino. La camioneta en la que viajamos se queda en el estacionamiento exterior, mientras el camión con la escenografía atraviesa un portón más, que nosotros franqueamos a pie; detrás de éste, se encuentra el control de acceso. Uno por uno, vamos mostrando identificaciones, registrándonos y recibiendo un gafete de visitante. Francisco me advierte sobre la importancia de cuidar el gafete: perderlo significaría quedarse en las instalaciones del penal hasta las 10 de la noche, hora en que pasan lista a los reos, para comprobar que no se es uno de ellos y poder salir.

El camión con la escenografía es estacionado sobre un foso con unas escaleras desde donde se puede observar la parte de abajo de los vehículos que ingresan. Dos custodios suben a la caja del camión y empiezan a revisar los plásticos, los botes de basura, los vestuarios hechos de desechos: alzan un plástico, no encuentran nada que ver en él, lo avientan; una de las actrices le pide a un custodio que tenga más cuidado. Ningún elemento de seguridad utiliza el foso.

La última fase de la revisión es pararse sobre un punto en el piso mirando hacia una de las torres de vigilancia que dominan el perímetro del CERESOVA para que nos tomen una fotografía del rostro. Cuando todos hemos cumplido con el protocolo, se abre una puerta más que conduce a un largo sendero de asfalto. Del lado derecho, el sendero es franqueado por una reja coronada de alambre puntiagudo; detrás de la reja, esparcidos en un terreno abierto, se ven unos techos de lámina en forma de palapa sobre unas estructuras de cemento pintadas de amarillo; entre las estructuras, pasto grueso, ralo, bien recortado; un camino de asfalto bordea el espacio; desde el otro lado de la reja, varios hombres vestidos de color beige y blanco nos miran con curiosidad.

Lo primero que destaca al entrar al CERESOVA es la testosterona que irradian los internos: el Centro está destinado a la reclusión de varones de entre 18 y 30 años que delinquen por primera vez (como es de esperarse, no todos los reos están en ese rango de edad, y mucho menos son todos primodelincuentes). Resultado evidente de horas y horas de reclusión sin mucho qué hacer,  los reclusos exhiben cuerpos intensamente trabajados, musculosos y energéticos. Y ante la presencia extraordinaria de un grupo de personas conformado en su mayoría por mujeres igualmente jóvenes, no dudan en hacer alarde de su físico.

Tras complicadas maniobras para pasar ajustadamente por la puerta de la reja, incluido un golpe al techo de una de las estructuras amarillas para recibir visitas, el camión con la escenografía logra entrar al CERESOVA y sigue unos metros más por el camino de asfalto hasta detenerse a la derecha de unos internos que juegan frontón con la mano sobre la pared trasera de una gradería de cemento que mira a una cancha de basquetbol cubierta por un techo curvo de lámina, estructura toda que sirve de escenario para los eventos que se llevan a cabo aquí, desde revistas musicales con tema de pachucos organizadas por los mismos reos, hasta los conciertos del TRI y, este mediodía, la presentación de Ficticia por parte de Los Conjurados.

La caja del camión se abre y los actores empiezan a bajar sus cosas. De inmediato, los reos se acercan diligentemente a ayudar. Dos voces dirigen la actividad de los internos: por un lado, un empleado del Sistema Penitenciario, vestido de jeans, tenis y sudadera con gorrito, encargado de las actividades deportivas y culturales del CERESOVA; por el otro, un interno al que llamaremos El Cantante, de estatura media, menos fortachón que muchos otros, todo vestido de beige.

Después de seis visitas a los reclusorios, los integrantes de la compañía teatral lucen relajados, como quien conoce perfectamente la rutina que debe cumplir y las condiciones en las que deben hacerlo. Con eficiencia y organización, empiezan a montar su espacio ayudados por los internos, a quienes dan indicaciones precisas de dónde y cómo poner las cosas. A mí me correspondió la tarea honorífica de resguardar las cintas que el grupo utiliza para pegar partes de la escenografía y marcar su espacio.

Mientras cumplo con mi encargo, tengo la oportunidad de observar detenidamente a los internos. Una mirada más de cerca y con atención revela que esos cuerpos  jóvenes y fuertes están golpeados, cicatrizados, maltratados: las marcas de una vida indudablemente dura, en estado continuo de lucha por la supervivencia. Los ojos de muchos de ellos, que ahora miran regocijados a las actrices, están rojos, vidriosos, un tanto ausentes, sin duda por los efectos de las drogas que cotidianamente consumen.

El ambiente previo a la función es muy animado. Es palpable la emoción de los reos por esta incursión que rompe su rutina. Mientras actores y reos acomodan el espacio, otro grupo de internos, liderados por El Cantante, instala el equipo de sonido. Con ellos está Inés Peláez, conjurada, quien no actúa en Ficticia y se encarga de la parte técnica de la obra. En todo este movimiento, donde  entre ayudantes y mirones hay unos 50 reos, llama la atención la poca presencia de custodios. Dice Inés:

“Chuck (otro conjurado que no vino esta vez) y yo, que siempre estamos abajo, hacemos mucho énfasis en la seguridad. Como nos ha pasado que no hay nadie más, tenemos mucho cuidado de nuestros cables, porque estando ahí los reos te ayudan y son súper buena onda, te ganan el corazón en cierta medida, te piden cosas y se las quieres dar, pero siempre hay que fijarse dónde están las cosas, dónde están los demás, que nadie vaya solo al baño, cosas así. Me acuerdo de una función en la que tenía 200 internos alrededor y yo solita.     Un interno le dijo a otro (con tono irónico): “Ah, no somos asesinos… ¿verdad?”, y los dos muertos de la risa, y yo toda nerviosa. Esto fue en la peni, donde no había ni un custodio”.

El escenario está listo. Detrás del telón de fondo hecho de plásticos negros, Los Conjurados se preparan para entrar a escena. Vocalizan, pues durante la obra cantan varias veces. Desde las gradas, donde ahora hay unos 200 reos que esperan la tercera llamada, se escuchan voces que piden a los actores que hagan su preparación a vistas; se escuchan, también, silbidos y piropos para las actrices.

Al escuchar las vocalizaciones, El Cantante le comenta a un compañero sobre los timbres de voz  de Los Conjurados: que si aquel es tenor, que si aquella es soprano y es la de voz más potente. Él, con 32 años, es de los internos de edad más avanzada en el CERESOVA. Lleva aquí diez años, pertenecía al Ejército y fue sentenciado a 15 años por haber participado en una balacera con unos federales. Es famoso en todo el Sistema Penitenciario porque es, efectivamente, cantante, oficio que aprendió en reclusión y que practica en cuanta celebración y evento se lleva a cabo en este y otros reclusorios; quien lo ha escuchado, dice que lo hace realmente bien. En unas semanas, apenas inicie 2016, tendrá una audiencia para que un juez dictamine si es merecedor de la reducción de su condena y quede en libertad este mismo año. Según me comenta el encargado de las actividades culturales y deportivas del CERESOVA, los internos pueden disminuir su condena hasta en un 50 por ciento si participan de las actividades deportivas y talleres que se ofrecen dentro del Centro. Sin embargo, me dice, cada año, cuando pone las mesas de inscripción en el patio del reclusorio, son pocos los que se acercan: “más aún, a los de nuevo ingreso se les obliga a inscribirse a acondicionamiento físico. Por decirte algo, de 100 que se inscriben, a la mitad del año te quedan 20. Es algo que no entiendo, saben que con eso se reduce su condena y ni así”. El Cantante, de trato agradable y respetuoso, y que ha participado en todos estos programas, me dice con cierta resignación: “ya pronto tengo mi audiencia. Si el juez quiere, pues ya salgo y si no, pues ya me quedaré aquí otros seis años”.

Después de una prolongada espera, por fin se escucha el sonido de la campana de basurero acompañada de gritos de “¡la basura!” que marcan el inicio de Ficticia. En una fila de sillas delante de las gradas, el director del CERESOVA se sienta a observar el espectáculo. Durante la obra, los reos que están en las primeras filas o de pie delante de ellas están muy atentos, participativos y divertidos; carcajadas al por mayor se escuchan en las partes más graciosas de la obra.  Por su parte, los internos que se sentaron en la última fila están distraídos, platican, rolan un churro de mariguana. El olor llega hasta la consola de sonido, desde donde yo veo la obra. El custodio que está al pie de la grada, a unos metros de nosotros, ni siquiera se inmuta: observa la función desganadamente, esbozando apenas algunas sonrisas. El Cantante me explica: “hay que concederles a los chavos ciertas libertades, mantenerlos tranquilos. Algunos son muy bravos: apenas el custodio les dice algo, se le avientan a los putazos”.
Además del tema ambiental de la falta de agua y la contaminación, la obra habla sobre la corrupción, sobre los malos gobiernos, pero más profundamente plantea un conflicto ético sobre el comportamiento del ser humano, sobre la responsabilidad que todos tenemos como sociedad de las cosas que nos pasan. Los Conjurados han ido descubriendo los alcances de Ficticia al ponerla en contacto con la población penitenciaria:

Elena, conjurada, comenta: “En un momento de la obra se dice ‘en este pueblo no somos asesinos’, volteas a ver al público y… ¿Cómo decirle a ellos ‘hemos matado’? Yo digo esa frase, y cuando veo a los reos a los ojos me da mucho miedo, porque no sé qué estoy moviendo ahí. Creo que no imaginábamos las repercusiones que la obra tenía. Esta obra se ha hecho grande porque ha llegado a las entrañas de nuestra sociedad, que son nuestros propios basureros de personas:  los reclusorios y las cárceles”.

Tania, conjurada, complementa: “De los diez reos con los que he entablado conversación, siete están ahí porque mataron a una o a más personas. Justo cuando se dice ‘en este pueblo no somos asesinos’, yo volteo al público y en mi cabeza es inevitable pensar que sí somos asesinos, que sí somos ladrones, que sí somos tratantes de blancas, que sí somos todo lo que se menciona en algún momento de la obra”.

Remata Héctor Iván González, conjurado: “Ese es nuestro pueblo… la basura, el reciclaje, y el planeta, es sólo la superficie de lo que estamos hablando: es una metáfora de lo que somos como sociedad”.
Durante la obra, algunos reos bajan de las gradas y se van, otros se incorporan a la mitad del espectáculo, otros más se mantienen atentos durante toda la función. Al final, el aplauso es entregado y entusiasta por parte de la  mayoría. El director del Centro toma la palabra al concluir la presentación. Tras ensalzar  y agradecer el trabajo de Los Conjurados, cuenta una anécdota a propósito del “valioso mensaje ecologista” de la obra: esa mañana, en un recorrido por los dormitorios, se sintió muy feliz al encontrar los primeros brotes de un par de plantitas sembradas en latas. “Estos muchachos están haciendo conciencia”, pensó. Cuál va siendo su sorpresa cuando al acercarse a mirar los brotes, se encontró con que estos eran de “yerba verde” (en este punto del discurso, la carcajada de los internos es generalizada y atronadora). “¿Pues qué pasó muchachos?”, pregunta paternal. “Mejor tomen las buenas enseñanzas, como esta que nos trajeron hoy con la obra de teatro”.

Finalizado el discurso, Los Conjurados y los mismos reos que ayudaron al montaje, se dan a la tarea de volver a empacar Ficticia para el viaje de regreso. La mayoría de los internos abandonan la zona de la cancha techada y se pierden hacia el interior del penal. Los que quedan, ayuden o no, se acercan a entablar conversación con los actores.

Cuando estoy a punto de despedirme de El Cantante, se me acerca otro reo. Al pasar, me da una palmada en la espalda y me ofrece chocar las manos como despedida, le correspondo, y él se dispone a seguir su camino; al instante, El Cantante lo detiene: “oye, oye, otra vez, por favor, con respeto, que viene de afuera”. El interno se para frente a mí, y me ofrece ceremoniosamente la mano; respondo su saludo. “Hay que enseñarles modales, deben aprender a respetar”, remata orgulloso El Cantante, a quien agradezco mucho sus atenciones y doy un fuerte apretón de manos y una palmada en el hombro a manera de despedida antes de dirigirme junto con Los Conjurados a una oficina que se encuentra debajo de la gradería, donde nos regalan una torta, unas galletas y un refresco.
Mientras comemos llega hasta la oficina René Martínez, encargado de cultura dentro del Sistema Penitenciario, y responsable en parte de que Los Conjurados estén llevando a cabo la gira. “La gente que nos trae pasa por trabajos de burocracia y burocracia y burocracia, porque las cosas no están hechas para que la cultura llegue a este tipo de lugares”, comenta Tania María, conjurada.

Cae el telón

Una maestra del Centro Universitario de Teatro que compartimos Los Conjurados y yo, nos decía al explicar la cultura griega que a ella le gustaba pensar que el entorno marítimo de la Hélade había favorecido el desarrollo de la cultura madre de occidente: la vista siempre se encontraba con el horizonte lejano invitándola al viaje y el movimiento, la mente fantaseaba libre; se trataba del contexto de la posibilidad de descubrir. Al dirigirnos a la salida del  CERESOVA, un interno camina con nosotros, a cierta distancia, evidentemente desea que la visita se prolongue, como quien no quiere dejar de mirar algo que le fascina y corre detrás de ello mientras se aleja. Antes de cruzar la reja que divide el centro del camino que lleva a la calle, una actriz le advierte: “ ya pórtate bien, para que salgas”; él contesta:

“no sé vivir de otra forma, he pasado toda mi juventud aquí adentro”.

Toda su juventud. La misma juventud que Los Conjurados y yo hemos pasado estudiando y haciendo teatro. Pensé en los griegos y  su contexto abierto, marítimo, móvil… ¿A qué podrán dar a luz estos jóvenes mexicanos, rodeados de rejas y cemento, condenados a la inmovilidad, confinados a una prisión que empezó, para muchos, incluso antes de cometer su primer delito, al nacer pobres en un país de escasas oportunidades?

Para salir recorremos el mismo camino que al llegar. Una vez más, nos paramos en el mismo punto y volteamos a la torre de vigilancia para que cotejen nuestros rostros con el registro de entrada. Intercambiamos gafetes por identificaciones y salimos al estacionamiento. Ahí nos despedimos de Guiureni Fonseca, Daniela Jaimes y Daniel Lemus, conjurados, quienes se van con René Martínez a participar como jueces en un concurso de pastorelas inter reclusorios; a partir de la experiencia de la gira con Ficticia, varios miembros del grupo se han involucrado más en las actividades culturales del Sistema Penitenciario.

En el camino de regreso, Los Conjurados están evidentemente cansados: vienen mucho más silenciosos que de ida, algunos, incluso, dormitan. Es palpable que dar función en el contexto de la cárcel exige de ellos un gasto energético mayor que en otros sitios. Es entonces cuando saco la grabadora y conversamos sobre sus experiencias e impresiones a lo largo de esta gira. Les pido que me digan, desde la óptica que les ha dado esta experiencia, cuál consideran que es el principal problema del sistema penitenciario mexicano. Al unísono contestan: “la corrupción”.

Sol, conjurada: “Al parecer, en las penis todo es posible si tienes lana. Nos hablaban, por ejemplo, de un lugar donde en un cuarto para seis personas metían a 40. Dormían de pie como pingüinos, unos contra otros. Al otro día, la única manera en la que se reduzca tu pena es trabajando, pero: ¿cómo vas a trabajar si dormiste parado y tienes los pies hinchados? La única forma de salir de ahí es con lana”.
Elena, conjurada: “Yo hice una pregunta en una de las primeras penitenciarías a las que fuimos: ¿cuánta población hay aquí? 12 mil personas.  ¿Y por  qué nos vinieron a ver como 500?, ¿dónde están los demás? Es que ese lugar se divide en dos: si tienes dinero para pasar al área recreativa puedes hacer ejercicio, comer lo que quieras, tomar talleres, ver las obras de teatro o los espectáculos de danza. Y no es que la gente que vamos  estemos cobrando, es una cuestión de que a alguien le están pagando por tener los derechos que deberían tener todos”.

Tania María, conjurada: “Además de eso, creo que el segundo problema es que nadie se ocupa de ellos. Es gente, por lo menos algunos, que van a salir en cinco o diez años, y que lo único que hace es aprender más trucos, más cosas malas. Tienen un par de talleres, pero no viven como tendría que vivir gente que se está readaptando”.
Héctor, conjurado: “No hay una verdadera rehabilitación”.

Elena, conjurada: “La readaptación termina siendo una autoreadaptación, no es social, es si tú quieres y puedes pagarla”.

Para cerrar la conversación, les pido que me hablen de las experiencias más significativas que les ha dejado esta gira por el Sistema Penitenciario:
Tania María, conjurada: “En una penitenciaría, una persona nos dijo: “gracias por sacarnos un rato de la cárcel”. La obra termina diciendo que hasta en los lugares más oscuros y sucios de la Tierra queda siempre un rayo de esperanza, y un hombre nos decía que qué bueno que en un lugar tan oscuro como en el que viven ellos, nosotros viéramos esperanza, que nos tomáramos el tiempo y la confianza de ir a verlos y no botarlos en un basurero”.

Elena, conjurada: “Una vez, uno de los directivos le dijo a los reos una cosa bien bonita: ‘ellos están confiando en ustedes, por eso traen esto aquí, no los decepcionen’. Pensé: ‘sí es cierto, no me doy cuenta de que idealmente, muy románticamente, yo hago esto porque creo que se puede cambiar el mundo’, y creo que hacemos esta obra porque sí creemos que alguien va a cambiar, sí creemos en ellos”.

Sol, conjurada: “Mi papá estuvo en el reclusorio sur; la primera función que dimos de toda la gira fue en el sur. Para mí fue brutal, porque finalmente estaba viendo los columpios donde jugué de niña. Estaba muy sensible. Un preso de los que nos ayudó me dijo: ‘¿estás nerviosa carnalita?’, y le dije: ‘no, es que mi papá estuvo aquí unos años’. Me dijo: ‘¿tú papá?, qué loco, yo también tengo una hija’. El saber de alguna forma que puede espejear en mí ese ser, y yo poder regresar a ese lugar después de tantos años haciendo lo que me gusta, es una de las experiencias que más me ha significado como ser humano”.

Héctor, conjurado: “Yo me llevo muchas satisfacciones. Muchas son a nivel de grupo: la gira nos ha obligado a ser congruentes con una postura que el grupo siempre ha dicho que tiene, y esta temporada a mí me ha obligado a ser congruente con lo que digo y con lo que hago. Me he dado cuenta de que de verdad decir que todos somos iguales no es tan fácil, y me estoy acercando a eso y me gusta. Me siento más humano, me siento muchísimo más consciente de muchas cosas”.

Inés, conjurada: “A mí me ha ayudado a quitarme muchos prejuicios, aunque todavía tengo un chingo. Estos miedos que me dan vienen de un prejuicio muy grande: ‘piensa mal y acertarás’. Creo que es algo que desde fuera tengo que mantener por protección, sin embargo, no todo es así, no todos están pintados con la misma brocha, no todos están ahí por la misma razón, y no todos se comportan igual. Esto me ha quitado muchos prejuicios acerca de la gente, y eso, a su vez, me ha quitado muchos miedos”.

Zabdi Blanco, conjurado: “Yo pienso que afuera hay gente mucho más peligrosa que aquí dentro y eso me relaja mucho. Me tomo el tiempo de platicar con los reos antes de la obra. Todas las funciones lo hago y lo pienso seguir haciendo para saber quiénes son estos hombres y mujeres que están ahí adentro y por qué están ahí. En realidad, cualquiera podría estar adentro, afuera hay gente mucho más peligrosa y más desgraciada, y pues… está afuera”.

Rayan las cinco de la tarde cuando volvemos al cuartel general de Los Conjurados. Después de guardar Ficticia otra vez en el departamento, uno a uno, van despidiéndose los actores que continuarán su día, algunos descansando, la mayoría, trabajando o ensayando otras obras de teatro. Una función más en una secundaria pondrá punto final a la actividad de Los Conjurados en 2015, actividad marcada por un intenso rolar que queda con puntos suspensivos, pues en 2016, y ojalá que por muchos años más, continuará…