Sebastián, la geometría de un artista

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

andres-trevino

Andrés Treviño

El maestro Sebastián llega apurado a la calle de Patriotismo: ahí, en la fundación que lleva su nombre, le esperamos para entrevistarlo en un espacio grande y bien distribuido, decorado por sus esculturas y por obras de otros artistas a quienes Sebastián ha invitado a exponer.

“¿Por dónde comenzamos?”, nos pregunta el escultor, quien nos ha invitado a sentarnos en una pequeña mesa de metal. Lo único que no es estético en la fundación es nuestra grabadora. Enrique Carbajal (conocido en todo el mundo como Sebastián) parece haberse sacudido cualquier rescoldo de prisa para darnos todo el tiempo necesario, nos mira tranquilo mientras revisamos nuestras notas. Empezamos entonces con una pregunta obligada:

¿De dónde surgió el seudónimo de Sebastián?

Bueno, lo he platicado muchas veces, a ver si no lo platico diferente y quedo mal –dice sonriendo–. Es porque en mi época de estudiante, tres personas coincidieron por separado, sin conocerse, en mi relación de parecido con San Sebastián.

Primero, mi maestro de escultura dio una clase de anatomía sobre “San Sebastián” de Botticelli, pero la dio con mi cuerpo, porque yo me quedé dormido en la clase. De ahí mis compañeros me empezaron a decir San Sebastián.

Un año después, en una comida, se levantó una persona y me dijo: “Oiga, usted se escapó de un cuadro”, le pregunté de cuál y me dijo: “de ‘San Sebastián’ de Botticelli”… Esa persona era don Carlos Pellicer, el gran poeta mexicano.

Pasaron como ocho meses más y una crítica de arte me hizo una entrevista. Ella narró mi físico en el texto y al final decía que me asemejaba a un “San Sebastián” de Mantegna: ya era otro autor, pero seguía siendo el mismo santo.

Entonces ya me preocupé: “este santo me persigue”. Ahí empecé a pensar en cambiarme el nombre. Al verlo como tipografía es muy bueno, el sonido también es muy bueno y al fijarme en el ícono que representa San Sebastián en la pintura de todos los tiempos pensé: “el nombre va a pegar si lo utilizo, nada más que tengo que ponerle un apellido”. Y le puse Sebastián Escultor. Quedó la creación de una marca, de una imagen.

Usted llegó muy joven a la Ciudad de México. ¿Por qué se viene un adolescente, casi un niño, de 16 años, desde Camargo, Chihuahua, al D.F., y cómo le hace para sobrevivir y para destacar?

Por una vocación inquebrantable. Cuando hay una vocación desde niño, que es verdaderamente inalterable, uno sabe que tiene que luchar por engrandecerla.

Por suerte tuve la cercanía de personas que me amaron. Mi madre, por ejemplo, me enseñó muchas cosas para amar el arte, me enseñó a preparar la tela, a pintar flores al óleo, muchas cosas artesanales. Eso despertó mi vocación.

Pero tuve una maestra llamada Enriqueta Visconti, que también me inculcó la pasión por el arte universal y me impulsó a salirme del pueblo a formarme. De tal manera hizo que me creyera que tenía talento, que a los 16 años dije: “no me queda otra”. Ella me ayudó: “tú vas a ser famoso”, me dijo.

Me la creí y me vine así, a los 16 años, sin nada, y viví en la Academia de San Carlos. Esa ya es otra historia, complicada y dura, pero formativa, que me templó.

El año 1968 es clave en su vida. Fue su primera exposición, cuando presentó los desplegables y nació el seudónimo de Sebastián; pero también es el año de las protestas estudiantiles, de la masacre de Tlatelolco. Usted mismo estuvo preso en el Campo Militar No. 1.

Sí, es verdad. Fue un año fundamental para todos los mexicanos, para la evolución política, social y económica de México. Para bien o para mal, hubo un cambio. Yo creo que más para bien. Pero antes hay también otro año que es clave en mi vida: 1963, que fue cuando me operaron del corazón.

Después de esa intervención yo pensé que no iba a vivir mucho tiempo; entonces me volví obsesivo en producir, en hacer, en estar, en vivir, en tratar de dejar huella. Creo que es por eso que tengo tanta producción desde muy joven, por esa obsesión de pensar que no me quedaba tiempo, que iba a morir pronto.

Luego vino 1968. Es verdad que fue también un año clave para mi vocación plástica. Participé en el movimiento estudiantil, me detuvieron y me metieron al Campo Militar No. 1. Estuve ahí algún tiempo y luego me soltaron, por azares del destino. Los dos ministerios públicos que me estaban consignando eran de Chihuahua, y me ayudaron. No me consignaron, se hicieron “guajes”. Nunca supe ni quiénes eran, ni cómo se llamaban. Fue una acción de solidaridad de paisano.

El arte por esencia es contracultural. Pensamos que usted entiende su creación, no como un fenómeno únicamente de protesta, pero sí como una parte de contracultura para despertar cosas en la gente que no son las establecidas. Desde ese momento del 68, o antes, usted ya iba contracorriente y tratando de cambiarle la geometría a las cosas, que fue finalmente lo que hizo.

En un principio no fue entendido mi papel como artista, pero lo utilizamos bien haciendo carteles de protesta. Era un obrero más del diseño e impresión de carteles para apoyar el movimiento.

Pero me di cuenta de que lo que tenía que hacer primero era encontrar un lenguaje profundo, mío, un lenguaje personal y ser Sebastián. Cuando lo encontré supe que lo podía utilizar para decir lo que yo quisiera, para el panfleto, para la protesta y para lanzar alegorías; pero también para la creación revolucionaria verdaderamente profunda, o sea, lo que vas a aportar en el terreno del arte, tu pequeño grano de arena.

Los tres grandes, Rivera, Orozco y Siqueiros, utilizaron las alegorías maravillosamente para protestar. Como estaba tan cerca del movimiento de los muralistas, no podía competir con algo que se logró tan fuerte. Entonces cambié la jugada en la esencia transformando una expresión artística. Evolucionar o hacer algo con cierta novedad, con cierto cambio, ahí es donde de verdad cuenta el ser subversivo ante la sociedad, abrirle campo a nuevas posibilidades…

¿Esa revolución en su arte fue el cubo Leonardo 4? ¿Ahí empezó?

No exactamente el cubo, sino haber tomado la geometría como lenguaje. Así como las palabras forman el lenguaje para los idiomas, yo tomé la geometría para mi propio lenguaje. Si bien es cierto que la geometría es de todos, todos la podemos utilizar, y a las palabras también, no todos podemos ser poetas, aunque las ordenemos y le busquemos. Si no tenemos la vocación, la capacidad, la grandeza y la sensibilidad de ser poetas, no lo vamos a lograr.

Es igual en el arte escultórico o pictórico. Si tomo la geometría, necesito tener algo que decir, lo que yo hice fue tomar la geometría y convertirla en un código muy personal de decir las cosas.

Escuchamos que cuando usted hizo el cubo, dijo que le había encontrado la cuadratura al círculo. Es una imagen muy fuerte y muy bonita, porque además simboliza gran parte de su obra.

En un principio parecían juguetes, y lo eran. A mí me daba risa y pensaba: “qué bueno que sean juguetes, pero lo que no saben es cuál es mi camino”. Han pasado los años, las décadas, y lo que yo investigaba, por lo que iba detrás, me ha dado la razón, porque ahora esos objetos son modelos matemáticos que sorprenden todavía, pero que en aquel tiempo no se comprendían.

Uno de sus maestros fue el escultor Matías Goeritz, autor de las “Torres de Satélite”.

Matías Goeritz no fue mi maestro. La historia es un poco diferente. Yo fui a pedirle una carta de recomendación y me invitó a dar clases a su taller, entonces me convertí en su asistente, y por supuesto que, si lo entendemos así, fue mi maestro, porque aprendí muchas cosas con él, no solo sobre el arte, sino sobre la vida misma y la amistad, hasta sobre el amor, porque él significó un poco el padre que yo no tuve. Fue como mi padre. Entonces, no fue mi maestro, fue mucho más. Mi hijo se llama Matías por eso.

¿Qué busca que vea la gente en sus esculturas?

Lo que busca todo artista es que vean el reflejo, como en un espejo, de su propia realidad, de lo que son, de lo que tienen, de la raíz profunda que somos los mexicanos. Es eso, pero transformado en objeto de arte.

Si vemos los monumentos de Paseo de la Reforma, empezando por la Diana, y terminando por “El Caballito”, casi todos parecen más o menos iguales: la Diana, el Ángel, Cuauhtémoc, Colón; pero “El Caballito” rompe por completo. ¿Cómo le gustaría a usted que la gente que la ve entienda esa escultura?

Ha sucedido un fenómeno especial que pasa con todos los íconos de esa naturaleza. Ya han pasado veinte años o más. Cuando apareció, fue una sorpresa para el gran público, para los que no conocen esta cosa que se llama arte moderno. A los niños les encantó, porque era una sorpresa fresca y tenía color. En cambio a los adultos no, porque ya estaban hechos a una comprensión estética establecida. Pero poco a poco, como se hizo tanta controversia y yo pude explicar cuál fue el proceso para llegar a eso, muchos lo han asimilado, han cambiado su manera de ver y lo han aceptado.

Entonces, lo que era un 10% de aceptación y un 90% de rechazo, se fue transformando y ahora se cambió. Es un 90% de aceptación y un 10% de rechazo. Qué bueno que existe el rechazo, porque si no hay rechazo, quiere decir que ya pasó a ser asimilado y que ya no tiene sentido.

¿Y usted estaba listo para ese 90% de rechazo en un principio?

Sí. Yo había aprendido con otras cosas (no tan fuertes) a ser tolerante, a comprender. No te puedes enojar, ni contestar con pleito, ni con groserías. Al contrario, en muchas obras, a quienes más les he agradecido es a los que están en contra. Qué bueno que lo han criticado así, qué bueno que unos no lo entienden y que otros lo entienden y lo atacan, porque eso hace que todos los demás volteen a verlo. Se los agradezco, no estoy molesto, cada quien tiene derecho a expresarse; pero estoy plenamente seguro de lo que yo hice y por dónde va. Así que ahí está, ahí se los dejo, pónganse de acuerdo.

Háblenos un poco del diálogo de sus esculturas con el entorno urbano, porque no están nada más en la Ciudad de México, también hay esculturas suyas en otras ciudades del país y del mundo. Incluso hay un par de esculturas en Japón que son emblemáticas de sus ciudades. ¿Cómo se relacionan sus esculturas con el entorno urbano?

Hay varias maneras de poner una escultura moderna, monumental, y convertirla en ícono: por destino, porque ya la tenías y se acomodó con el entorno, o no se llevó e hizo contrapunto, o porque te la encargaron en tiempo y tú pudiste observar el entorno y pudiste diseñarla en función de ello, tanto en la forma, como en el color y en el tema.

En el caso de “El Caballito”, por ejemplo, se trataba de rescatar una tradición y darle la vuelta para que siga siendo actual, para que vaya más allá de lo moderno y continúe la evolución del nombre del sitio. Era “la glorieta del caballito”, sin embargo, habían pasado diez años y no tenía caballito. Se puso, como le dicen, “El caballote” de Sebastián, y tuvo sentido que siguiera siendo “la glorieta del caballito”. Por eso le dicen “El Caballito” a esa cosa enorme.

Se rescata una tradición, pero se propone también una cosa más avanzada, y eso es lo que hace chocar a mucha gente que quisiera que se hubiera puesto otra estatua igual a la anterior. Pero no estamos en la etapa colonial, no podíamos poner un caballito como el anterior, que es maravilloso, es una de las cuatro esculturas ecuestres más importantes en el mundo, eso es verdad y es nuestro. Eso está claro, pero yo no lo quité. Mucha gente pensó que yo lo había quitado para poner el mío. Tampoco era mi época hacer algo de la Revolución, como un Villa, un caballo con un jinete. Tampoco iba a hacer un caballo realista, porque mi lenguaje no es realista.

Lo que hice fue evocar la cabeza de un caballo con mi lenguaje abstracto, geométrico.

No faltan quienes dicen que existen demasiadas obras de Sebastián en México, que dónde está la obra de los otros escultores.

¡Ah, bueno! Que cada quien se coma el pastel como pueda. Eso no es mi culpa. Es como si le hubieran dicho a Picasso que dejara de hacer cosas, ¿quién lo paró? Nadie. Eso es fascista, ¿no? Yo seguiré haciendo y jamás me voy a parar, a mí me vale que llene el mundo de obras. Es mí expresión, mí manera de dejar un estilo y una época. Es verdad que hay muchas obras mías en México, pero no me las dan por mi linda cara o por mi bello cuerpo –dice Sebastián moviendo en el aire sus manos gruesas de escultor–, me las dan porque las conquisto. Y a veces gano dinero y eso es normal, que un arquitecto, que un médico ganen dinero de su profesión. Eso es lo que no les cabe en la cabeza. El pastel es muy grande, no nos lo vamos a acabar nunca.

¿Cuáles son los objetivos de la Fundación Sebastián?

Lo primero es que nadie va a ver por ti, solamente tú por tu obra. A veces puedes tener la suerte de que alguien sea admirador de lo que has hecho y lo proteja, como hizo Diego Rivera con Lola Olmedo. Pero si no la tienes, nadie va a cuidar de tu obra, se va a desperdigar por ahí y va a perder la fortaleza de una obra sólida, de una colección y un acervo.

Entonces, lo que pensé fue en hacer una fundación. Primero para proteger el acervo sebastino, para engrandecerlo, para cuidarlo, para promoverlo internacionalmente, para todo lo que tiene que ver con la producción escultórica de Sebastián.

Luego me di cuenta que tenía un poder de promoción cultural y que no se debía quedar solamente, egoístamente, en mi obra. Así que la Fundación está abierta a todos los jóvenes emergentes que quieran exhibir, que quieran promover su obra. Aquí acogemos a todas las tendencias, a todos los artistas del mundo, los consagrados y los no consagrados. Está abierto al arte en general, plástico, escultórico, pictórico, animaciones, instalaciones, performance, videos, música, literatura: presentamos libros, promovemos todo lo que tiene que ver con la cultura dentro de nuestras posibilidades. Eso es la Fundación Sebastián.

Si usted no fuera Sebastián Escultor, si fuera únicamente Enrique Carbajal, ¿a qué le hubiera gustado dedicarse?

Mi primera entrada al panorama del arte, mi vocación, era estudiar pintura, escultura y arquitectura, pero a través de las matemáticas. Si no fuera escultor, o pintor, o arquitecto, me gustaría ser matemático, porque con las matemáticas te acercas más a la comprensión del todo, del universo en sí mismo.

Terminamos la entrevista. El maestro Sebastián, haciendo gala de su paciencia y buena voluntad, nos invita a conocer su taller que se encuentra a un lado de la Fundación.

Como si al cruzar la puerta hubiéramos entrado a otro mundo, nos reciben por sorpresa una grúa enorme y una canción de rock a todo volumen. Los trabajadores del maestro están soldando o cortando grandes piezas de acero. Una escultura nueva se cocina en el taller de Sebastián, aquí es donde comienza la magia de este escultor premiado y reconocido en todo el mundo, que un día, sin que nadie se diera cuenta, se escapó de una pintura para revolucionar la geometría.